Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid
Chile está viviendo momentos álgidos debido a los casos de corrupción que le aquejan, especialmente en los sectores empresarial y político. Nos avergüenza todo aquello y nos preocupa, porque la corrupción envilece y paraliza la actividad social, económica y política. Pero, por sobre todo, nos corroe la imagen de país grande y respetado, y nos destruye la moral y la ética en el conjunto de la sociedad.
El dinero fácil y el “todo vale” no son argumentos válidos para una sociedad organizada, madura y con valores, como la nuestra. Y es eso, precisamente, lo que nos está afectando y que nos impide avanzar en desarrollo, en crecimiento y en calidad de vida.
El consumismo nos lleva por el camino de un sistema de vida ficticio, falso, de exitismo sin valores. El sistema económico neoliberal nos presenta vías negadas para la gran mayoría de la sociedad, haciéndonos creer que todo lo que brilla está a nuestro alcance…siendo muchas veces falsos brillos. Y, a través de sus medios comunicacionales, nos muestran ejemplos de “vidas felices” a las cuáles no podremos llegar nunca. Y nos meten en la cabeza situaciones y productos falsos que nos inducen a endeudarnos hasta la extenuación, favoreciendo y enriqueciendo a unos pocos.
Surgen personajes que son meros charlatanes que tratan de convencernos de cuestiones irrealizables, inalcanzables o inútiles. Otros surgen mediante el engaño, la manipulación o, simplemente, transitando derechamente por el mundo del delito. Muchos lo consiguen, pero al final la justicia les alcanza y les castiga.
En el mundo de la política se han integrado personajillos que desvirtúan las tareas que le corresponden en un sistema de democracia real. Se aprovechan de la gente, de la permeabilidad que muestran sus métodos de trabajo. La administración de los bienes del Estado es para mejorar la vida de todos los ciudadanos.
Chile enfrenta una crisis de gran calado, con una clase política en sus horas más bajas, desprestigiada por la corrupción destapada en los últimos tiempos. Los partidos políticos jibarizados, empequeñecidos por las ansias de poder de unas pocas familias, con la credibilidad de los ciudadanos perdida, y con una falta enorme de liderazgos fuertes, preparados, transparentes.
Debemos volver a creer en que la democracia es la solución, porque es el sistema nos permitirá recuperar la moral y la ética social. Estos son los valores que nos han hecho grandes.
Debemos desenmascarar a quienes nos tratan de engañar permanentemente y estimular el trabajo de las instituciones, que son las responsables de cautelar la convivencia social con decencia y en paz.
Lo hemos dicho desde hace muchos años que es imperativo cultivar la credibilidad de nuestros conciudadanos. Reconstruirla con valores que generen confianzas. Y debemos identificar y aislar a los corruptos, a quienes manipulan la realidad con perversos fines de sacar provecho personal.
Es la hora, entonces, de la responsabilidad general de asumir esta situación con la mirada ancha y generosa, con la grandeza de espíritu y con la razón primera del bien común. Alejarnos de los juicios paralelos que buscan crear opinión pública interesada, porque la presunción de inocencia es un valor elemental de la cadena de la justicia verdadera.
Las instituciones deben funcionar con rigor y ecuanimidad. El mundo de la política debe asumir sus tareas con decisión, con valentía, con transparencia, pero –además-, con la aplicación permanente de la autocrítica descarnada, con las ideas nuevas y con las manos limpias. Para ejercer la oposición, se debe ser siempre responsable, respetuoso y constructivo.
Finalmente, todos debemos asumir el compromiso de recuperar nuestra imagen internacional, mediante la reposición de las bases del sistema democrático que es el que nos permitirá vivir mejor y desarrollarnos en paz.