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    Cambio de gabinete o la venganza del pato cojo

    El cambio de gabinete se inició cuando el Partido Regionalista Verde Social y el partido Acción Humanista, ya retirados de la mesa oficialista que negociaba una sola lista parlamentaria para las elecciones de noviembre, sin acuerdo con los partidos “grandes”, inscribieron un pacto parlamentario propio. Ese fue el detonante. El pato cojo reaccionó con rencor y Gabriel Boric le pidió la renuncia al ministro de Agricultura Esteban Valenzuela, único representante del FRVS en el gabinete.

    Resulta difícil no interpretarlo como un acto de irascibilidad y venganza. Más aún si la lista es buena y, en parte, solo en parte, compite por un mismo electorado. La respuesta de Jaime Mulet, Tomás Hirsh y sus aliados, manifestada de manera serena y convincente por la presidenta de FRVS Flavia Torrealba fue de una templanza casi ausente en la política chilena. Dijo en un canal de TV:” seguiremos apoyando a fondo y muy lealmente al gobierno hasta el final”. Ello contrastó con la casi histeria de propietarios expropiados que manifiesta el resto del bloque oficialista.

    El foco periodístico sobre la renuncia de Mario Marcel y su cambio por Nicolás Grau es anécdota. La economía en este gobierno ya no es el gran vector de la política como solía ser años atrás. Por cierto, ello no es responsabilidad de Marcel. En 1999, cuando sí todavía lo era y el país se movía incómodo frente a la crisis asiática, Eduardo Aninat renunció al cargo de ministro de Hacienda casi un año antes, se fue a un cargo en el FMI y nada pasó. Las cartas económicas de transición están echadas y poco puede cambias, excepto que el gobierno trate de darse un festín con la Ley de Presupuestos de 2026, lo que no debiera ocurrir, si el Congreso que cambiará en marzo de ese año actúa responsablemente y en consecuencia.

    El Pacto Verdes Regionalistas y Humanistas es un acto trascendente y revitalizante de la política chilena ante una corrosión cívica y la instrumentalización del poder político que corroe el país. Expresa autonomía y adhesión a principios de igualdad política al interior de las coaliciones, lo que no es parte de las convicciones que modelan el sistema político chileno. Y debiera entenderse como una ampliación de perspectivas dentro de una coalición electoral que, en vez de fracturarla, le da un sentido de crecimiento y representación más amplia que la que hoy tiene.

    En estricto sentido, el valor cívico de este pacto electoral puede contribuir a llenar una vacío de representación política para la ciudadanía, que favorece tanto a quienes se sienten perjudicados como al propio sistema político. Porque desmiente la opción de vasallaje frente a los grandes, a la que parecen condenados tanto los partidos más pequeños como amplios sectores del electorado. Es, además, un principio de igualdad de oportunidades de expresarse y consolidarse ante la ciudadanía y el ejercicio del poder, como la opción más loable y transparente en una democracia.

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