Por Manuel Baquedano
Durante el mes de agosto, en pleno invierno, el norte chico de nuestro país se convirtió en noticia mundial por atravesar una ola de calor con temperaturas de 38°C. Mientras tanto, en el verano del hemisferio norte, se registraron temperaturas superiores a los 45°C. No debería sorprendernos que, en cinco meses, cuando comience nuestra temporada de verano, tengamos que soportar temperaturas extremas similares.
¿Qué otras pruebas necesitamos para actuar? Sería una negligencia inexcusable de toda nuestra comunidad, y de todos los niveles de gobierno, si no nos preparamos desde ahora para afrontar los riesgos extremos que suponen las olas de calor.
La situación que vamos a vivir es nueva. No es asimilable a incendios, terremotos y tsunamis. Para estos fenómenos, ya sabemos cómo responder y tenemos diversas instituciones del Estado capaces de actuar eficientemente como los bomberos, municipios, CONAF y las Fuerzas Armadas.
Ahora estamos hablando de calores extremos que llegan en forma de oleadas y para las cuales no existen precedentes. Estos calores requieren otro tipo de políticas y de preparación. Ya no podemos evitar o mitigar la crisis climática, tendremos que adaptarnos a lo que nos envía la naturaleza.
El país no está a las alturas de las circunstancias climáticas que está viviendo el planeta: el Estado elabora leyes climáticas cuyas metas ya no pueden cumplirse; el gobierno actual, activo en materias ambientales, cuenta con un diagnóstico equivocado centrado en la mitigación; la clase política ignora el tema e incluso una parte importante de ella pretende que la nueva Constitución niegue la existencia de la crisis climática.
La élite económica, política, mediática y cultural que nos gobierna, ya sea de izquierda, centro o derecha, no reconoce la crisis climática. A lo sumo, como dice la película, lo único que aconsejan es no mirar para arriba (Don’t Look Up).
Entonces, ¿qué podemos hacer los ciudadanos y ciudadanas?
Aquí propongo algunas ideas que podrían incorporarse en un plan de preparación para la temporada de verano.
En primer lugar, me referiré a la creación de “refugios climáticos”. Barcelona es una ciudad pionera en este aspecto. Actualmente, esta ciudad de España está desarrollando una red de refugios ambientales. Según el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF España), estos refugios pueden ser definidos como “zonas naturales o urbanas que ofrecen condiciones ambientales benignas para protegerse de un contexto desfavorable como el exceso de calor”.
Los refugios pueden ser de dos tipos: lugares cerrados y acondicionados que brindan agua potable de forma gratuita y cuentan con una temperatura de confort de 37°C (similar a la temperatura normal de los seres humanos) y lugares abiertos que son lo suficientemente frescos como para mantener la temperatura por debajo de los 37°C. Estos lugares abiertos pueden ser plazas arboladas, parques o escuelas donde se ha reincorporado vegetación. Todos estos sitios contarán con bebederos de agua potable. En su plan, la ciudad de Barcelona planifica que, para el año 2030, cada habitante de la ciudad deberá tener un refugio de este tipo a diez minutos de su casa.
Además, se contempla la posibilidad de dejar crecer de forma controlada el pasto que existe en los parques, casas, oficinas, entre otros. Está comprobado que una hierba sin cortar mantiene el suelo en 19,5°C mientras que una hierba que se corta a diez centímetros produce un aumento en la temperatura del suelo que puede alcanzar los 24,5°C.
En este contexto, es importante comprometernos con la protección activa de los lugares y personas que más lo necesitan. Todos y todas podemos ejercer algún tipo de vigilancia y cuidado de los parques, reservas y santuarios de la naturaleza. Incluso los drones, que muchas personas adquirieron por entretenimiento, pueden utilizarse para patrullar zonas propensas a incendios y alertar a los bomberos a tiempo.
No esperemos que la élite que nos gobierna se decida a actuar. La adaptación profunda implica una preparación en comunidad porque se trata especialmente de una tarea comunitaria. Es un cambio que hace la sociedad “de abajo hacia arriba”. Requiere una participación activa porque se propone transformar las condiciones de vida con el objetivo de sobrevivir a la crisis climática.
MANUEL BAQUEDANO M. SOCIÓLOGO DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE LOVAINA (BÉLGICA). FUNDADOR DEL INSTITUTO DE ECOLOGÍA POLÍTICA. SOCIO DE CONADECUS