Hace un año aproximadamente se realizaba la primera vuelta presidencial y Gabriel Boric llegaba segundo con el 25,8% de los votos. Es decir, su programa, pero principalmente la coalición que lo acompañaba concitaba el apoyo de solo una cuarta parte de los votantes del país. Magro. José Antonio Kast lo superaba por dos o tres puntos- horror – pero con la dispersión de votos producida y los temores residuales de la guerra fría que en Chile todavía tenían acogida, complicaban el panorama y un triunfo de Kast no se veía improbable.
Entonces, seguramente respirando hondo y exhalando fuerte, tal como lo hizo en la transmisión del mando, pero con el ceño más adusto, aceptó renunciar al look todavía universitario que lucía, se recortó la barba y el pelo, se ordenó un poco y se compró y embutió en un traje más tradicional (aunque la corbata jamás). Y lo más importante, tarjó algunas partes de su programa y le agregó otras provenientes de la corriente más socialdemócrata, es decir, de aquella que la prensa bautizó como socialismo democrático, como si el resto de las fuerzas de izquierda representada en el parlamento no lo fueran.
La composición del gabinete inaugurado después de la debacle del 4 de septiembre, sumado a las señales legislativas, o las del ámbito de las relaciones internacionales, así como también la referidas a los conflictos internos, demuestran racionalidad y sentido común en el gobierno. Se trata pues de gobernar para el país y no para la o las coaliciones que lo apoyan o para la oposición que – en su misión- lo obstruye.
El pragmatismo y flexibilidad manifestada y las explicaciones a que cuando dije lo que dije, lo dije al fragor de un debate que hoy y frente a un nuevo desafío se plantea distinto, lleva a que en la segunda vuelta se le sume el otro cuarto que necesitaba y un poco más, tanto porque había necesidad en muchos de creer en su moderación, como por un acto de fe de otros tantos a fin de evitar que la derecha no democrática llegara a ocupar el tálamo presidencial, como dijo un viejo dirigente sindical de otras épocas refiriéndose al sillón presidencial. Y para no defraudar a los que lo había apoyado porque era el mal menor, designó en puestos de segunda línea a uno que otro tercio socialista porque el PPD por favor no, y que decir la DC.
Y se vino la cruda realidad, la de ocupar los escritorios de donde salen las cosas, donde se redactan los memos, se pide cuenta, se diseñan los programas, se lidia con el aparato burocrático y, lo más importante, con todos aquellos que quieren que no te vaya bien porque al comunismo no se le va dejar pasar una, no ve que Chile está primero.
Y se sucedieron los tropezones porque las habilidades que se creía que se tenían, en realidad no se tenían, porque la voluntad no basta, porque hay que concitar acuerdos y en esa práctica falta experiencia, porque cuántas veces se criticó la cocina y no iban a ser ellos los que reeditarían esas prácticas, porque para esos se ocuparían otras herramientas para (pacificar) la Araucanía, porque los Peñis y las Lamien tienen sus reivindicaciones históricas contra el Estado opresor y hay que buscar otros métodos para lo solución de ese conflicto, así como los otros que saltan a la vista.
Los primeros seis meses de gobierno fueron un ensayo que demostró que esa forma de pensar, esas posiciones asambleísticas, no eran la receta a la hora de gobernar. Los bollos no estaban saliendo del horno (cuando salían) como se había querido, sea porque se quemaban en la puerta o no salían del todo presentables. Desde el palco que algunos tomaron se veía una oposición que no tenía más que amplificar la pifias a través de los medios con los que siempre ha contado y asociar la escandalera de la Convención Constitucional (niños de pecho frente a la actual Cámara de Diputades) con las intenciones y desaciertos del gobierno.
Afortunadamente el presidente Boric, pese a los temores de muchos, resultó no ser el ultrista que pretendieron dibujar algunos, ni tampoco empecinado, ni voluntarista. Tiene luces suficientes para escuchar, aprender rápido y ceder cuando se da cuenta que el horno no está para bollos y hay que acomodarlo a la temperatura necesaria para que salga lo que debe salir y con el sabor necesario para que el resultado satisfaga a los que esperan racionalidad como a aquellos que, suponemos, son razonables.
No se puede desconocer que Boric ha demostrado flexibilidad y también pragmatismo, que ha cedido en sus posturas (no le exijan que use corbata, todo tiene su límite), que sin renunciar a principios ideológicos ha asumido la realidad, bajado sus pretensiones y comprendido que eso de que Chile cambió es absolutamente cierto, aunque todavía falta por averiguar hacia donde apunta, porque pareciera que no necesariamente era para el lado que se pensaba que indicaban los sucesos de octubre del 19 y los meses posteriores, (quién entiende este país).
La composición del gabinete inaugurado después de la debacle del 4 de septiembre, sumado a las señales legislativas, o las del ámbito de las relaciones internacionales, así como también la referidas a los conflictos internos, demuestran racionalidad y sentido común en el gobierno. Se trata pues de gobernar para el país y no para la o las coaliciones que lo apoyan o para la oposición que – en su misión- lo obstruye.
Ahora lo que se debe demandar es racionalidad en la oposición, tanto aquella que defiende intereses de clase (buena parte y tal vez la más visible), como los de esa derecha dizque social, como se han querido denominar, aunque en este río revuelto no se identificarlos. No me hago ilusión con el filibusterismo de los que no son ni chicha ni limonada o que un día fueron y hoy no son, y que responden a sus propios intereses y que por la presidencia de una comisión o una imagen en la televisión está dispuestos a vender lo que obviamente nunca tuvieron.
Pero está complejo, el espectáculo de la Cámara es insuperable (¿reflejo de lo que somos como país?) y con esa calidad de integrantes más uno que otro en el Senado, la esperanza es lo único que queda, abierta que está la Caja de Pandora.