De la soberbia a la templanza, difícil camino

columna

En marzo de 1965, precedido por el triunfo de Eduardo Frei Montalva que llega a la presidencia con el 56% de los votos, la Democracia Cristiana, en las parlamentarias de ese año eligió 82 de 147 diputados y 11 de 20 senadores. Un triunfo arrollador, exultante, para marear a cualquiera. Lo cierto fue – y los más viejos lo recordarán – que así se manifestó; no hubo templanza en el triunfo y, lo menos que se dijo por los vencedores fue: “tenemos gobierno para 30 años”. Duraron cinco.

Cincuenta y cuatro años después, cuando Chile sale a la calle, primero con un estallido que casi hace arder Santiago por los cuatro costados (digamos por tres, porque el temor reverencial del pueblo sólo lo hace llegar hasta la plaza Italia por el oriente, que no es el oriente) y luego con una marcha multitudinaria que no se veía desde 1988, obliga a la clase política a un acuerdo para preguntarle al soberano si quiere una nueva Constitución. Se vuelve a las urnas y con un 78% despide a la Constitución del 80 y demanda con similar porcentaje la instauración de una Convención Constituyente que redacte una nueva.

Tamaña votación logra su objetivo, embriagar al triunfante, exacerbar los ánimos, despreciar lo existente y exigir voces nuevas, impolutas, no contaminadas por la maquinaria del poder.

Como consecuencia, se produce una votación rara, imprevista y sorprendente, los más perjudicados, los partidos de derecha, sólo logran elegir 37 convencionales de los 155. En otras palabras, apenas les alcanzó para ser actores de reparto.

El otro sector, el triunfante, integrado por movimientos de la más diversa índole y en su mayoría por profesionales que mantuvieron la templanza, no puede, sin embargo, contener a otros tantos que en el inicio se comportaron como barra brava y que, por sus extravagancias, fueron seleccionados con pinza por la prensa militante y las redes sociales asociadas, para resaltar la falta de academia, pero sobre todo la de buenas maneras, como diría mi vieja. El triunfo y el apoyo popular, los autorizaba a tomarse todas las libertades que se les ocurriera; eran autoridades electas por el pueblo y podían conducirse con toda la irreverencia que ello les permitía.

Convengamos que formar parte de un órgano tan o más relevante que el Congreso, (no era una ley simple la que debían redactar) hizo a algunos perder el norte. Horacio Quiroga en su cuento “Suicidio en la cancha”, habla así de este fenómeno: “Cuando un muchacho llega, por a o b, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente…. Llegar desde una portería de juzgado a un ministerio, es cosa que razonablemente, puede marear; pero dormirse forward de un Club desconocido y despertar de half-back de Nacional, toca en lo delirante”.

Dormirse integrante de una ONG que rasguña recursos y despertar Constituyente de la Convención Constitucional…

Y en los delirantes se enfocaron los medios, ahí estaba la noticia, en la extravagancia de las ideas o en las actitudes acicateadas por la soberbia.

Como sea, y por las razones que fueren, (la soberbia fue una de ellas), para asombro de todos y frustración de muchos (dentro de los que me cuento), casi ocho millones de chilenes le dijeron que no a la propuesta.

Un triunfo con el 62% de la votación vuelve a reproducir los efectos de la embriaguez, se retoman las declaraciones rimbombantes y no faltan los que creen que con este triunfo (o derrota) hasta se puede revivir un muerto.

Y aquí vamos de nuevo. ¿Volverá la soberbia o se impondrá la templanza?

El Congreso vuelve a tomar relevancia. De ahí debe venir la respuesta. ¿Soberbia o templanza?