Un símbolo de honestidad

Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid

 

La liberación pactada de Julian Assange es una noticia esperada hace ya mucho tiempo. Demasiado, quizás. Pactada, negociada, pero liberación al fin y al cabo. Se hace justicia en un caso clarísimo de abuso de autoridad.

El fundador de la cadena WikiLeaks abandonó Gran Bretaña luego de haber llegado al acuerdo de declararse culpable, pero con el compromiso de Estados Unidos de que no proseguirá el proceso de extradición contra él. Un acuerdo no menor, pero comprensible, dada la situación de aislamiento, inseguridad y con salud resentida del profesional de la información, después de tantos años viviendo en condición de buscado para ser enviado a Estados Unidos, bajo la acusación de “conspiración para obtener y revelar información de la Defensa Nacional norteamericana”.

De fondo del problema quedan las revelaciones de Assange, basadas en informaciones de fuentes muy confiables, de una serie de irregularidades internacionales cometidas por Estados Unidos. Fue mantenido en prisión por cinco años en el Reino Unido, tras pasar siete años en la Embajada de Ecuador en aquel país, en calidad de asilado.  La justicia de Estados Unidos lo buscaba para procesarle por la filtración masiva a través de WikiLeaks, en el 2010, de documentos gubernamentales confidenciales. Fueron miles de documentos del Gobierno de Estados unidos que revelaban información secreta sobre Irak y Afganistán.

Una gigantesca ola de solidaridad y apoyo con el profesional surgió en todo el mundo. Se convirtió en símbolo de la libertad de expresión y, a la vez, de condena contra la acción prepotente de las autoridades de Estados Unidos. Y fue tan fuerte la presión internacional que el mes pasado, un tribunal británico dictaminó que Julian Assange tenía derecho a recurrir en contra de su extradición a Estados Unidos, al considerar que el gobierno de aquel país “no había aportado suficientes garantías de que tendría  las mismas protecciones de libertad de expresión que un ciudadano estadounidense”.

El Primer Ministro de Australia, Anthony Albanese, señaló que este proceso se había alargado demasiado, y agregó: “No se gana nada con que continúe encarcelado y queremos que sea devuelto a Australia”.

La ola de repudio ante el abuso de las autoridades de Estados Unidos ha causado su efecto. Julian Assange ya está libre. Es el final de una hecho dramático que afectó a un profesional de la información, un hombre clave en desenterrar aberraciones y un dedo acusador de violaciones de derechos humanos que no pueden quedar impunes.

Su conducta ha sido impecable, porque divulgó documentos que dejan en claro que Estados Unidos fue prepotente  en  su intervención en Afganistán e Irak, siguiendo los preceptos de la ética profesional.

Todo esto demuestra que el gigante norteamericano  cometió abusos atroces, ilegalidades censurables y que intentó ocultarlos ante el mundo.

Por su parte, Julian Assange se convirtió en un símbolo de la prensa libre. Y dejó claro que la verdad siempre se impondrá, aunque el precio de la injusticia sea caro de pagar. El honor  está por sobre la pobreza intelectual y la prepotencia. Sin duda, una gran lección de ética y moral que agradecemos sinceramente.