Un rito de caballos y autos viejos

La cuenta pública presidencial que cada año envía el presidente al Congreso Nacional es un rito acabado y a estas alturas sin significación para el régimen político. No tiene nada de cuenta porque no implica responsabilidad alguna y nadie la puede objetar o rechazar. Desde hace mucho solo se usa como un acelerador o controlador de la temperatura de querellas y juegos de la coyuntura política, sin práctica de memoria. Es lo que actuó, otro más de la serie, el letánico discurso de Gabriel Boric el pasado 1 de junio.

Fue, no obstante, una alocución inteligente y bien pensada. Principalmente para las necesidades de sus adherentes políticos más duros dentro del bloque oficialista y con miras a las próximas elecciones de octubre. Pero nadie podría sostener que tuvo mucha sustancia social o que resulta útil para la gobernabilidad democrática de la coyuntura. Fue el uso de un palco discursivo del hiper centralizado sistema presidencialista de Chile, como soliloquio anual de autocomplacencia de quejas sobre la mezquindad adversaria. Y como siempre, una reactivación enfática de promesas para el resto del período, en este caso imposibles de cumplir precisamente por contenidos del propio discurso y que requieren de aprobación legislativa.

Quienes piensan que el presidente “sorprendió” con temas valóricos y descolocó a la oposición al incluir aborto legal y eutanasia en vez del CAE, pasan por alto el archiconocido método de poner barricadas ideológicas para aglutinar partidarios. Se llama semiótica simbólica o efectos de auditorio, es decir, un uso arbitrario de un concepto para crear un estado emotivo diferente, por ejemplo, la unidad.

En eso el discurso fue perfecto, para aglutinar y polarizar con vistas a las elecciones de octubre, con tres pensados bloques de efectos. Primero, aparecer empático con los antecesores en el cargo, vivos o difuntos, para indicar que la alocución propia está inscrita en lo que sería el ADN histórico del funcionamiento democrático del país. Que se es parte de la tradición republicana, en la cual todo es acumulativo, errores o aciertos, como lecciones aprendidas. Humildad, empatía y tradición.

Luego un bloque de satisfacción y desafíos. Lo hemos hecho bien y no nos lo reconocen. Y una larga enumeración de los aciertos económicos y de gestión fundados principalmente en leyes y proyectos, con una casuística cansina de señoras juanitas desfilando como beneficiarias y testigos de lo excelso.  Con reproches ácidos a los descreídos y desconfiados, y advertencias históricas a los opositores, hablando en plural sobre el futuro y la responsabilidad. Los fundamentos de hecho, por ejemplo, la cantidad de leyes aprobadas en materia de seguridad, generan el salto ideológico entre el país legal de que se habla por sobre el país real en que se vive; del país de las estadísticas por sobre el país de las matemáticas simples de la cotidianeidad de la gente.

De ahí se pasa al tercer boque de efectos que son de unidad y confianza, con promesas de más gasto, más inversión, más cuidados, donde no importa la calidad de los hechos sino la magia de la palabra más, para sostener también la magia de la coherencia programática y del somos los mismos.

Al reafirmar esa voluntad programática es el momento preciso para ir a las raíces profundas del bloque en el gobierno, que acrisolan su unidad interna con un “color comunicacional” emotivo, cuyo resultado es la polarización política fortaleciendo en núcleo duro de apoyo.

La promesa de leyes de aborto y de eutanasia imantaron las críticas al discurso y enmascararon las faltas de gestión o las imposibilidades de cumplir promesas como el CAE, algo indirectamente reconocido por voceros gubernamentales, tanto por falta de legitimidad social como por costos. Como diría un viejo marxista, con una abdicación vergonzante y extraviada de esa promesa de campaña que los llevó a La Moneda.

El mensaje, en mi opinión no es una cuenta y nunca lo ha sido, fue una planificación minuciosa destinada a manejar las diferencias en el interior del bloque oficialista, con la posibilidad de oponer la marca frenteamplista fuerte de revolución valórica a la marca republicana en alza de más seguridad a costa de derechos civiles. En esa polaridad está debatiéndose el nudo electoral.

Lo que no despeja la invectiva comunicacional del mensaje presidencial del 1 de junio – cuenta presidencial según los teóricos de la costumbre-, es qué pasa con el país real, que es de centro. Qué pasa con la empobrecida clase media, que según las encuestas de SignosAnalytics se empina por sobre el 40% del universo electoral y que es la principal víctima directa de la criminalidad. Ese centro no percibe donde está la salida económica fuera de la estabilidad de su trabajo, ni en qué ayuda el populismo legislativo de oposición y gobierno. En un país done la validez y eficacia de las leyes que se aprueban está cuestionada por su poca observancia real, y por la baja credibilidad de los tribunales de justicia.

Esa indeterminación y su resultado final debería empezar a despejarse el octubre luego de las elecciones regionales y comunales. Para lo que no sirve la polaridad instalada por Boric y el Frente Amplio versus Republicanos, como tampoco el tanteo político falto de ideas de Chile Vamos y el del llamado socialismo democrático. El centro político y Chile mismo, están vacíos de una Idea de País.