La crisis climática que afecta a la humanidad

Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid

El mundo entero está viviendo momentos complicados, convulsos, raros. Venimos saliendo de una pandemia que nos costó millones de vidas, estamos viviendo una guerra inagotable que, además de las vidas que se pierden, pone en crisis económica al resto del mundo, por sus consecuencias de abastecimiento de productos claves para la vida cotidiana. Pero, hay otro elemento más grave que nos sacude y es el cambio climático.

La pandemia nos ha obligado a cambiar muchas de nuestras costumbres, de nuestros hábitos, de nuestras formas de convivencia. Nos enseñó cosas relacionadas con el trabajo investigativos de los laboratorios, de su intercambio solidario de experiencias y de su transformación, tras el descubrimiento de la vacuna, de lucrativo negocio. Y conocimos, justamente a raíz de las vacunas, la indolencia de algunos países poderosos que compraron tres y cuatro veces más vacunas que su población, en tanto que muchos otros no pudieron adquirirlas, sufriendo una mortandad hasta el momento no detallada.

La guerra nos hace apretarnos el cinturón, porque los países contendientes, Rusia y Ucrania, son verdaderos graneros del mundo. Nos aportan varios productos de primera necesidad. Ucrania, por ejemplo, es uno de los principales productores de trigo, maíz, cebada…Aporta, anualmente, unos 30 millones de toneladas de estos productos. Y tiene minas de titanio, hierro, litio, además de gas y petróleo. Por su parte, Rusia nos aporta diversos metales, como el aluminio, cobre, acero, níquel, paladio, oro, etc.   Y también aporta petróleo y diversos metales, muchos de ellos ya elaborados, como el cobre.

Así, su confrontación bélica provoca una tensión enorme, porque amenaza con convertirse en una guerra mundial. Pero hay una consecuencia inmediata que nos afecta a todos, internacionalmente.  Por ejemplo, la restricción en el consumo de algunos productos de aquella procedencia o, derechamente, el boicot a los productos de uno u otro, genera alzas de precios en todo el mundo. Una inflación enorme, que difícilmente se puede contener. Todo ello provoca un conflicto con serias controversias en el interior de los países.

Para qué hablar del cambio climático. Estamos haciendo las cosas tan mal que, si seguimos por el mismo camino, pondremos en un serio riesgo a la propia especie humana. Los océanos y mares se están recalentando peligrosamente, lo cual hace subir su nivel. En el Mediterráneo ha habido zonas donde el agua ha alcanzado los 30 grados de temperatura. Ello significa que hay especies marinas que están desapareciendo. Y un fenómeno distinto: en las costas españolas han aparecido masivamente medusas gigantes, de un tamaño superior a una pelota de fútbol. Los científicos señalan que el aumento de las aguas las hace buscar alimentos más a la costa, con el evidente peligro que ello significa para los veraneantes.

Si el agua de los mares sube de nivel y aumenta su temperatura, entonces se producen las variaciones climáticas que desde hace algunos años se vienen acentuando. De ahí surgen los fenómenos denominados “La Niña” y “El Niño”. Tenemos veranos tórridos, inviernos cortos, secos, pero con un frío superior a lo habitual.

Hoy mismo, España está viviendo un verano de altísimas temperaturas, que sobrepasan los 45 grados. Y en la costa del Mediterráneo, los incendios forestales son de tal magnitud, que numerosas ciudades completas están siendo evacuadas.  Una parte de Estados Unidos vive altas temperaturas y otra parte, lluvias torrenciales, con granizadas inéditas e inundaciones muy destructivas. Canadá vive dramáticos momentos con incendios forestales nunca antes registrados. Chile presenta en estos momentos el invierno más cálido que registre su historia, y enfrentó severas inundaciones en la zona central y sur en junio.

Es el cambio climático que está presente. Debemos actuar ya, urgentemente, para poder estabilizar la situación y recuperar nuestra naturaleza. Esperamos que los gobiernos y los políticos reaccionen y adopten medidas de gran calado, decididas y contundentes, aunque en ello nos vaya un cambio de hábitos y de forma de vivir.

Debemos abrir los debates y desenmascarar las intenciones de aquellos negacionistas que pretendan desconocer esta realidad. Los mueven intereses personales o de grupos, alejados de los anhelos de la gente.

Creo que la enorme crisis que nos toca vivir en estos momentos nos obliga a entendernos, a intercambiar ideas, a ser proactivos y empáticos. La transversalidad de las acciones debe ser un hecho común y habitual, porque el diálogo abierto debe estar manejado con tolerancia y generosidad. Todavía tenemos tiempo.