Vuelven las sombras de corrupción

Por Miguel Ángel San Martín

Vuelven a aparecer las nubes que ensombrecen la democracia en Ñuble. Las investigaciones realizadas por el Ministerio Público, a instancias de la Contraloría Regional, demuestran que las prácticas corruptas siguen presentes y que nuestra democracia se defiende con todo ante estos actos condenables.

Somos defensores de la justicia de verdad, la que destaca la presunción de inocencia. Sin embargo, las acusaciones que hoy aparecen sobre los cielos municipales y que hablan de cohechos, fraudes al fisco, sobornos, etc., nos avergüenzan de tal manera a todos los ñublensinos, que nos mueven a exigir la aplicación rigurosa de la ley y que se castigue con todo su peso a quienes resulten culpables.

No es de recibo lo que está ocurriendo en municipios pequeños, viajantes en el furgón de cola del tren de la pobreza. No se puede tolerar que allí se utilice la administración pública para cometer fechorías, delitos demasiado flagrantes. No aceptamos que haya personas que se aprovechan de la buena voluntad o inocencia de la gente para asumir tareas de gobierno y, desde allí, enriquecerse groseramente.

El voto democrático es para pulir, para sacarle brillo al sistema de convivencia social, para hacerlo más transparente. Y la gente acude a las urnas con ese ánimo, el de elegir a los mejores, a los más capacitados y, además, a los que parecen más honrados. Y esa es la brecha por donde se meten los gusanos que pudren el sistema.

Son corruptas las autoridades que ceden a la presión del dinero fácil. Pero también lo son los que la planifican, la programan y la desarrollan con frialdad y descaro. Y, además, tienen responsabilidad aquellos que se prestan para actuar como correos o intermediarios, a sabiendas que están facilitando un delito. Delito que no sólo afecta a la institución pública, a sus arcas fiscales, sino que a todos los ciudadanos honrados que luchan día a día por conseguir una vida mejor.

Por lo mismo, la propia Democracia tiene que aplicar sus sistemas de defensa con todo rigor.

Lamentablemente, esto no es nuevo. Desde los inicios de nuestra vida republicana registramos ejemplos de mala acción de desaprensivos. Por ejemplo, se dice que en el emplazamiento actual de Chillán, en 1835, actuaron intereses personales para adquirir los terrenos –considerados humedales- sobre los cuáles se construyó el actual Chillán.  Y hay registros más contundentes que culpan al parlamentarismo surgido en el Siglo XIX de la aparición de casos de favoritismos, ayudas y privilegios entre los propios parlamentarios. Incluso más, se llega a afirmar que en la potenciación y crecimiento de los partidos políticos en aquella época, comenzó la transformación de esas organizaciones en verdaderas “agencias de empleos”.

Más adelante, ya entrado el siglo pasado, hubo casos en que quienes aparecían como culpables hablaban de “financiación oculta de los partidos para su accionar político”. Sin embargo, el grueso de la corrupción que hoy perdura se desató durante la Dictadura Militar encabezada por Augusto Pinochet, donde el secretismo y la ausencia de controles ciudadanos desató una ola impresionante de corrupción. Son muchísimos los casos descubiertos, los procesos condenatorios, el enriquecimiento ilícito de altos mandos, que no sólo los han llevado a la cárcel, sino también al desprestigio a estas entidades llamadas a cumplir un papel superior en nuestra sociedad.

La corrupción es un mal muy generalizado en el mundo, pero eso no debe ser argumento para que se desarrolle con tanta fuerza en nuestro país, en nuestra Región. La corrupción es un problema a extirpar de raíz. Es la decadencia moral y ética de cualquier sociedad. Es el mal que impide cualquier intento de desarrollo, cualquier avance colectivo. Por lo tanto, es un mal que debemos erradicar con fuerza, castigar con ejemplaridad, para que no se reproduzca.

La propia sociedad debe sacudirse. Y hay líderes limpios que pueden encabezar los movimientos de progreso que nos lleven a conquistar una forma de vivir mejor, en un marco ético y moral adecuado para que el ser humano conquiste su futuro de manera segura y ejemplar.