Cancelados del mundo, uníos

columna

Cuando el conquistador español, a partir del 1519 asienta sus reales en este continente para mayor gloria de Dios y de la Corona, redimiendo almas para el primero y apropiándose de las riquezas materiales para la segunda en la forma que nos describe Eduardo Galeano en “la Venas abiertas de América Latina”, comienza también el proceso de asimilación, es decir aquello que la antropología describe como el fenómeno por el cual se procede a la absorción por parte del colonizador de la identidad cultural de las etnias existentes en el lugar de la conquista, apagando su idioma, sus dioses, su fenomenología y todo aquello que identifica o representa su cultura.

No es arriesgado sostener, creo yo, que la primera manifestación de este fenómeno se presenta con el rito o sacramento del bautizo.

La sentida necesidad de redimir almas, rescatarlas del paganismo y justificar así el saqueo que  aparejaba la conquista, obligó a los servidores del Altísimo, a emprender esta tarea  con urgencia y rapidez, de modo que no era cuestión de andar haciendo catecismo y explicando el fenómeno a la indiada, sino que por el contrario, el asunto se resolvía juntando a la población completa del lugar para proceder a exorcizar el mal, redimir del pecado que los nativos nunca supieron que cometieron y recibir la gracia de Dios junto con un nombre nuevo, porque el suyo y lo suyo, era cosa del demonio. Y como no era del caso andar pensando en qué nombre les ponemos a la nueva alma rescatada, los hombres pasaron a llamarse Juan y las mujeres María, sin distinción, para así entrar al paraíso cristiano, luego que cayeran como moscas, no tanto por las armas como por la viruela.

Nos extrañamos cuando de pronto alguien levanta el tupido velo y nos encontramos con que sobreviven, están ahí y defienden su cultura, su tierra, luchan por mantener su idioma, veneran a sus ancestros, le ruegan y entregan ofrendas a la Pachamama o a Chao Negüechen, quieren ser oídos y su cultura respetada en su diferencia y cosmogonía.

No tenían idea los monjes o curas de aquellos años que al mismo tiempo que imponían la asimilación, daban origen con ese acto al fenómeno tan en boga y reclamado en estos días por todo aquel o aquella que siente que el contrario le niega el derecho a identificarse con algo o con alguien, o que le reprocha la perfidia de sus convicciones o creencias; a este fenómeno le llaman Cancelación.

La más bullada de todas a fuer de los alegatos sobre lo mismo de Walker, Rincón y otros tantos más (lo habrán leído) es la que supuestamente sufrió el periodista Matías del Rio cuando lo sacaron de un programa de debate, hecho que levantó polvareda, fue noticia nacional y motivó la protesta de todos aquellos que veían como razón de este luctuoso suceso, su presunta adhesión al rechazo, es decir, habría sido cancelado por tener una visión, un imaginario y una idea de organización de la sociedad que no se acomodaba a la que presuntamente sustentaba quien o quienes tomaron esa decisión.

Lo extraño (aunque no tanto) es que este sentido menoscabo o disminución de su reconocimiento como individuo, sujeto de derecho y de derechos, no se extienda (ni menos se alegue) a quienes vienen desde hace quinientos años demandando exactamente lo mismo y que, de hecho y mayormente han sido objeto de una invisibilización  (cancelación) colectiva que se ha naturalizado al punto de no lograr percibirse y menos entenderse por aquellos que frente a un comentario, idea o calificación que los contradice, se sienten suprimidos y vulnerados.

Somos todo chilenos, no hay otra nación más que aquella que se cobija bajo la misma bandera, escudo e himno, que habla castellano y reconoce la historia de Chile como nos la enseñaron en el colegio y donde los pueblos originarios solo son resabios, que como legado sin embargo, nos dejaron su épica bravura descrita magistralmente por Alonso de Ercilla, que es el último recuerdo que tenemos del pueblo que habitó al sur del Bio Bio, porque todo terminó con la muerte de Lautaro allí en el Mataquito.

Pero resulta que la historia no terminó ahí, y nos extrañamos cuando de pronto alguien levanta el tupido velo que pretendió tenderse sobre aquello y nos encontramos con que sobreviven, están ahí y defienden su cultura, su tierra, luchan por mantener su idioma, que pese a todo no ha muerto y hablan quechua, aymara o mapudungun, que veneran a sus ancestros y que le ruegan y entregan ofrendas a la Pachamama o a Chao Negüechen y quieren ser oídos y su cultura respetada en su diferencia y cosmogonía.

Sin embargo, para muchos (y no deja de sorprenderme) hablar de plurinacionalidad es darle paso a la secesión o al levantamiento armado, a la disgregación del territorio patrio, a nuestra homogénea unidad, así que mejor no, esto de plurinacional es peligroso, calladitos están mejor.

Queda entonces solo hacer un sentido llamado: Walker, Rincón, Del Río, pueblos originarios, cancelados del mundo, ¡uníos!