A contrapelo del clima agradable característico de este mes en la ciudad suiza de Ginebra, el ambiente es de máxima tensión al interior de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. El organismo internacional se comprometió a dar a conocer en su sede ginebrina -y antes del miércoles 31- un Informe sobre la situación en la Región Autónoma china de Xinjiang Uigur (RAXU, por sus siglas en español), cuya divulgación fue aplazada dos veces el año pasado por motivos poco claros.
La publicación del documento, resultado de cuatro años de recopilación de testimonios, entrevistas e investigaciones, coincidirá con el fin del mandato de la Alta Comisionada Michelle Bachelet, quien adelantó que no repostulará al cargo y regresaría a Chile en septiembre.
Se espera que la acuciosidad del informe compense la formalidad con gusto a poco que dejó la corta visita de Bachelet a la RAXU en mayo último. Sin embargo, en aquella ocasión, la Alta Comisionada dejó bien en claro que su viaje al gigante asiático -el primero en 17 años de una autoridad de la ONU en el campo de los Derechos Humanos- “fue resultado de arduas negociaciones previas con Beijing y se acordó que no tendría carácter investigativo”.
Intercambios transnacionales mucho más difíciles, intensos y prolongados se han llevado a cabo en varias capitales del mundo para confeccionar el mencionado documento testimonial e investigativo de próxima circulación. Algunas organizaciones y gobiernos consultados recomendaron a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU nunca publicar el texto completo. Pero no hubo petición formal en ese sentido por parte de las autoridades superiores chinas, con quienes oportunamente se compartió el material.
Terrorismo de Seda
La República Popular China (RPCh) tiene cinco “regiones autónomas”, una demarcación importada de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1921-1991) que alude a divisiones territoriales de nivel provincial, donde coexisten grupos étnicos diversos y uno de ellos proporciona nombre al conjunto. La Región Autónoma de Xinjiang Uigur (RAXU) o “Turkistán chino”, en el extremo noroeste del país, está catalogada como “de desarrollo humano medio”. Es la mayor de China abarcando más de 1,6 millones de km2. Pero apenas el 9,7 % de la superficie terrestre es habitable. La capital es Urumqi y el islam sunnita la religión principal. En la población, de poco más de 4 millones, predominan los uigur (45%), han (41%), kazajo (7%) hui (5%), kirguiso (0,9%) y mongol (0,8%).
En esa región existen antecedentes de disputas violentas desde hace más de dos milenios. De extrema importancia comercial, entre el este y la frontera noroeste de la actual Región Autónoma, transcurría la primera “Ruta de la Seda” china, que en el siglo I antes de nuestra era, interconectaba la mayor parte del continente asiático con terminales en el Mediterráneo europeo y la costa oriental africana. Recién en el siglo XVIII la dinastía Qing consiguió controlar por primera vez todo el territorio, el cual pasó después a ser objeto de múltiples rencillas entre caudillos militares de la primera República China (1912-1949) antes de ser finalmente integrado en la RPCh.
Protestas esporádicas por los derechos civiles de los uigures y enfrentamientos con la policía local comenzaron a intensificarse en la RAXU ya en la década de 1990. Muchos de ellos respondían a problemas acumulados durante la “Larga Marcha” forzosa hacia la modernización de China, que relegó la región al carácter de gran proveedor de algodón.
Pero fue el ataque de septiembre 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York lo que repercutió en el imaginario de las autoridades centrales de Beijing sobre el extremismo musulmán en su territorio. Ello y la pequeña pero importante frontera con Afghanistán lo que les llevó a teñir de lucha antiterrorista lo que a menudo respondía a conflictos grupales atizados por políticas discriminatorias, errores administrativos y malestares sociales acumulados.
En una zona recalentada luego del regreso Talibán en Afghanistan, estos malestares sociales NO son “de seda” y bien merecen ser tratados en detalle en otro momento. Pero hay ya que tomar nota que, en el escenario de la política interior de China, la región de los uigures, de mayoría musulmana sunnita, es uno de los peores fantasmas frente a un eventual brote de terrorismo islámico que afecte al país.