Queda muy poco tiempo para que los voceros políticos, tanto del Apruebo como del Rechazo, digan qué cosa o punto están dispuestos a ceder, o cuál es su piso, en una negociación para mejorar el texto de nueva constitución que se votará el 4 de septiembre próximo.
La respuesta es esencial para los ciudadanos, porque todos hemos escuchado que ambos sectores prometen mejorarlo. Pero nadie ha oído algo siquiera sobre aquellas cosas que resultan intransables, para unos y otros. Lo que mantiene las cosas en la ambigüedad.
Y como el país parece empatado y en velocidad de crucero a una convergencia de trenes que pueden llegar al mismo tiempo a un mismo punto, que en término de votos es una banda estadística de más o menos 3.5%, lo que menos podría ocurrir es que el 5 de septiembre estemos en cero, gane quien gane. Y con poco ancho de banda para salir de manera pausada y tranquila mirando el futuro.
El fragor de la campaña electoral, enfocado al juego binario de emotividad, pasión y memoria en ambas franjas de opinión, olvida que nadie mejora lo que no existe, y si ambos sectores dicen que todo es perfectible – pero no dicen qué- gastan su energía en producir humo y pasado, en un ambiente que requerirá aire fresco y futuro.
En Teoría de los Juegos, muy estudiada la segunda mitad del siglo pasado por la sociología conductista norteamericana para explicar decisiones políticas extremas, la actitud de nuestra elite política se llamaría “el juego del gallina”. Consistente en enfrentar dos automóviles a toda velocidad en rumbo de colisión, y ver cual conductor saltaba fuera del suyo primero. Este era el gallina, y el otro ganaba, aunque el juego era también quedar vivo. Si ambos resistían, la posibilidad de salir indemnes del choque era prácticamente nula, y poco servía vencer y expirar, al mismo tiempo.
Así las cosas, ¿hay tiempo todavía para desacelerar las pasiones y dejar de jugar al juego suma cero, de que lo que yo gano lo pierdes tu y viceversa? Cada vez menos, y con menos confianza en el otro. Ganan los que ganan con las crisis, las devaluaciones, las desinversiones, los que gatillan la especulación y el poder bruto, salvaje, sin control. Muera la ideología.