Cuánta razón tenías, Discépolo

Columna

A medida que los hijos – ¿debiera decir hijes?, lo seguiré pensando- crecen y se independizan, es posible reducir costos y aumentar los excedentes de sus sufridos progenitores. Pero nada es fácil en la vida real, y no es solo cuestión de llegar y apretar un botón, aunque nos quieran hacer creer que es sólo eso en el mundo digital. Intenté seguir lo indicado e ingresé a la sucursal virtual de mi Isapre, para el simple y sencillo trámite de eliminar como beneficiaria de mi plan a una de mis hijas.

Ingresar a la pestaña respectiva, situarme sobre el nombre de mi hija y hacer click en la Opción Eliminar, hasta ahí, todo bien. Tecleo continuar y no, no continúa. Algo estoy haciendo mal, pienso. ¡Ah!, hay que aceptar los términos y condiciones, única manera de seguir con lo que deseo hacer. Ya está, acepto y click sobre continuar, pero no continua. Mmm!, algo más que ver, pero no se advierte qué.

Luego de revisar detalle por detalle la ventana, me cercioro que no hay otra cosa. Entonces continúo otra vez más, pero… el programa no. Cierro y empiezo de nuevo y llego al mismo lugar. ¡y el programa no continúa! Paso al modo analógico y llamo al número de ayuda. Luego de una bienvenida y seis opciones de marcado, elijo una que me da otras cuatro opciones. Opto por la de hablar con una ejecutiva(o) y este resulta que es un operador de un call center ubicado en algún país caribeño. Ante mi problema, me da un código, e indica que me llamará otro ejecutivo dentro de tres días, a más tardar. Si no lo hacen, me advierte, debe llamar de nuevo, indicando el código.

No hubo tal llamado. Llamo yo, e indico el código. Este ya no está vigente me responden, por algún motivo que todos ignoran, y por lo cual, nadie me llamará. Me sugieren que envíe un correo a la Isapre (a estas alturas resumo), lo envío y ¡Oh! Milagro, la respuesta es instantánea, seguro un robot que me indica que me llamará un ejecutivo a más tardar dentro de siete días hábiles, siempre que el contenido de mi petición se encuadre en los temas que me indica, porque si no son esos, entonces no lo harán, o sea el algoritmo no lo registra.

La CSM, me contacto con otra Isapre. Los dejo, me cambio, si no satisfacen al cliente pues, para eso hay competencia y otra estará dispuesta a aceptarme. Llamo y de nuevo las opciones, de nuevo la voz del caribe y de nuevo un no se preocupe que lo llamarán – ¿al teléfono del que está llamando? – si a ese – no se preocupe que lo llamarán. Cinco días hábiles después me llaman. ¡Cinco días después! Y de la llamada anterior, todavía no hay señales.

Pues no, no hay competencia entre empresas ni libertad de elegir. ¿Se acuerdan la época cuando por cambiarse de AFP le pagaban con una lavadora, un refrigerador o le ofrecían plata? Y las y los vendedores de Isapre iban a su oficina – sin que nadie los llamara- ofreciendo planes y llenándole de lápices, llaveros y un cuanto hay de regalitos como incentivo?

Pues ese tiempo pasó, el mercado está consolidado, ¿para qué mantener una fuerza de venta?  ¿Para qué invertir en promoción y publicidad o atender bien al que paga? Ya no interesa captar clientes. En chileno coloquial, los territorios están meados, o sea marcados, y la regla es el que tiene mantiene. Las empresas imponen el principio que entre bueyes no hay cornadas o, si quieren, entre superhéroes no se pisan la capa. No compiten debido a un inglés, el interlocking o cruce de directores. Y pienso en estos bueyes y los imagino conversando con un trago en la mano en algún club de Sanhattan. “Tú sabes”, se dirán, “de lo que hay que preocuparse no es de competir si no de mantener”. La inversión hay que hacerla donde más rente y, mi querido Pedro Pablo (o como se llame) ”tú sabes que donde más renta es en controlar aquellos que podrían cambiar las reglas del juego” “Entonces, viejo perro, un par de gestores bien pagados que pastoreen lo que hay y taponeen cuando y donde corresponda, y nosotros tranquilos”. “Nosotros -dirán-  a preocuparnos de lechar al cliente hasta la última gota, apropiarnos de sus excedentes como aprendimos en economía, y aumentar nuestro profit para cobrar el bono de fin de año que como ejecutivos nos corresponde, dependiendo de las utilidades por cierto”. “De ahí pa’l lago perro, que tú ya sabes, es nuestro”.

Doy vuelta la página, indignado y me encuentro con el tema del gas. ¡Chesumama!, la misma mierda con distintas moscas. ¿O son las mismas…? La Fiscalía Nacional Económica lo sabe pero se conforma con hacer un estudio, y luego mirar pal techo. De control efectivo, ¡absolutamente nada!

Con la memoria puesta en lo que oí sobre que las instituciones funcionan, me acuerdo del tango Cambalache. “Que el mundo fue y será una porquerí ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también…” Cuánta razón tenías Discépolo, filósofo de los abusados.