La insuficiencia de una remuneración de base suficiente y digna, junto con el pago de horas extras que hacen mucha diferencia de ingresos para los brigadistas forestales crea los incentivos perversos para la generación intencional de incendios. Esa es la cruel realidad que se esconde tras el drama que rodea los incendios forestales en todo el país, y que en la temporada pasada provocaron en la región de Valparaíso más de 137 víctimas fatales, que tienen hoy en la cárcel a bomberos, funcionarios de Senapred y de Conaf, y conmocionada a toda la comunidad.
Es un hecho que los brigadistas forestales dependen en gran medida de las horas extras para alcanzar un ingreso suficiente. No son solamente las bajas remuneraciones, sino también la estacionalidad de sus trabajos lo que les hace depender del ingreso de horas laborales extras, las que están dadas por emergencias mayores e incendios extensos y prolongados que generan las condiciones para el trabajo extra.
Los salarios bajos que reciben pese a lo arriesgado de su labor, acelera el estrés ético a buscar jornadas laborales más extensas de manera artificial. Ello no resulta difícil dadas las características geofísicas del territorio nacional, extremadamente peligrosas por sus cañadones, quebradas y regímenes de viento y temperatura en época estival, para el avance del fuego y la aparición de nuevos focos. Esa es la característica principal en esta región donde, la ocupación aluvional de los cerros en materia de vivienda y la baja prevención, son propensas a tragedias y descontrol de esta clase.
Las investigaciones que lleva adelante el Ministerio Público terminarán seguramente con los autores en la cárcel. Poco opina la ley penal de los bajos salarios ni de la decisión poco ética de unos trabajadores que buscaron crear focos de incendio para prolongar las operaciones y aumentar sus ingresos con horas extras. Hay un dolo explícito en ello y son culpables, aunque no quisieran provocar muertes. Al menos aceptaron el riesgo y este se produjo.
Pero los incentivos perversos deben cesar, aunque parece inevitable que los incendios se seguirán produciendo mientras no haya cambios drásticos en los modos de relacionamiento de las ciudades con la naturaleza; y en la responsabilidad de los dueños de la industria y las condiciones dignas de ella, tanto para los trabajadores como para la naturaleza misma. En un 95% o más de los casos los incendios se producen por responsabilidad humana, sea descuido, lucro o piromanía. En un entorno laboral de alta precariedad puede generarse la catástrofe de la normalización ética del grupo de conductas cuestionables para asegurar su subsistencia.
Lo que el país vive hoy ante el llamado “cartel del fuego” por la comunicación amarilla debiera invitarnos a una reflexión más profunda sobre la responsabilidad de todos.