Manejo de crisis, ¿Cuál crisis?

La lección aprendida del actual escenario político nacional es que no existe ni concepto ni menos manejo de crisis entre los actores gubernamentales y, en general, entre los miembros de la elite política.  La prueba es la complejidad rocambolesca del escenario nacional producto de una convergencia insólita de situaciones complejas y absurdas que solo la incompetencia de los gobernantes hace posible. Y, por cierto, la conducta extravagante de esos actores cuyos actos los pone como interdictos ante las decisiones racionales que su rol les exige.

Apenas se enteró de que existía una denuncia ante la Fiscalía de la comisión de un delito sexual en contra del subsecretario del Interior Manuel Monsalve, la ministra Carolina Tohá debiera haberle pedido al Presidente Gabriel Boric que le destituyera o exigiera la renuncia. Lo óptimo era lo primero, pero resulta comprensible un gesto de reconocimiento a Monsalve, dándole la prioridad de la renuncia. Pero no cesarlo en sus funciones de ninguna manera y optar por elucubrar sobre veracidad, hechos y pruebas ante un inevitable vendaval de presiones de todo tipo y sin intersticios temporales para racionalizar el evento es ponerse al margen de la realidad. Esto es lo que hicieron Boric y Tohá abriendo curso al descontrol. Que consideración fue más importante para ellos es parte de la historia. Lo fundamental que es el bien público en disputa, esto es el control del manejo del gobierno y la seguridad, no tuvieron prioridad.

Una crisis se basa en la aparición repentina de uno o un conjunto de problemas o situaciones que trastornan los procesos decisorios de una organización al romper sus patrones habituales de respuesta, pues son inesperados y/o repentinos y, por lo tanto, limitan objetivamente la capacidad de reacción. De lo ocurrido en el caso Monsalve con el comportamiento del gobierno, Presidente de la República a la cabeza, surge la convicción de que no existe ni un atisbo de escenario de crisis o como gobernarla, sobre todo comunicacionalmente. Es como si el concepto crisis nunca hubiera estado en la cabeza de los gobernantes chilenos, y todo se arregle según la coyuntura y los acuerdos políticos. Le pasó a Bachelet con la huelga de los pingüinos, el terremoto de 2010 y el caso Caval y su hijo; le pasó a Sebastián Piñera con el caso Exalmar y La Haya, minera Dominga y el estallido social. Y habría tal vez otra serie de hechos acallados, muchos de los cuales involucran al Ministerio Público y el ex fiscal Manuel Guerra.

Pero la crisis actual tiene un tono más grave pues la desencadena un hecho penal que sindica al principal funcionario de gobierno en materia de seguridad como agresor en la violación a una funcionaria de su dependencia. Todo en medio de una campaña electoral con la criminalidad como tema central y a 7 días de la elección, con acusaciones constitucionales contra ministros de la Corte Suprema, y la formalización penal de tres ex directores generales de carabineros por omisiones en materia de derechos humanos durante el estallido social hace 5 años. Por lo menos algunos de estos elementos debieran haberle hecho sentido al Presidente Boric y a la ministra Tohá sobre la urgencia de la salida de Monsalve. Pero lo cierto es que nadie mira el escenario político con un calendario en la mano, aunque a lo mejor sería conveniente.

El modelo de manejo comunicacional de la crisis por decir lo menos, es desastroso. ¿A quién se le ocurre mantener la agenda del Presidente el día jueves en Lampa? ¿No hubo nadie de su equipo que le advirtiera que “el que explica se complica”, o que nadie le preguntaría nada sobre el estallido social, y todo versaría sobre el caso Monsalve?

Pero el Presidente Boric nunca aprovecha la oportunidad de quedarse callado. Siempre se muestra diligente, enérgico y errático cada vez que puede, e inevitablemente mete la pata. En este caso, durante más de 50 minutos, retos de por medio a su asesora comunicacional, retozó como cabra de monte en una bruma de contradicciones y errores sobre los hechos que tuvieron el efecto de aumentar el volumen del problema en los auditorios.

El resto del elenco nacional, como la selección chilena de fútbol, en lo suyo. Sin marcar diferencias y exigiendo cuentas a diestra y siniestra sobre cosas que en 50 años (1973 -2023) el país ha sido incapaz de superar y ellas siempre pasaron por alto. Entre las cuales está no tener un sistema de inteligencia estratégica al servicio de la democracia que vele por el interés del país y no sea refugio de incompetentes o simplemente criminales como ocurrió en dictadura. La democracia es una continuadora decente, pero altamente ineficiente, de una inteligencia estratégica que no existe, o que nunca se ha encontrado a sí misma en 34 años de ensayos apequenados sobre un servicio de inteligencia moderno y eficiente.

El detonante de la crisis es el escándalo sexual denunciado, pero aun desconocido en pormenores. El cúmulo de eventos que rodean el tema, que deberán despejarse durante la investigación penal pública, seguramente contienen elementos para una percepción más afinada en su entorno, ya sea de los funcionarios del propio ministerio, de los escoltas -muchos de los cuales rotan-, en las rutinas de trabajo de la subsecretaría y en el hecho no poco significativo de que la familia de la víctima era o es muy cercana del subsecretario Monsalve.

Pese a que la protección de la víctima y el valor simbólico y práctico de su denuncia es lo principal a proteger, será inevitable que la investigación y eventual juicio (aún si mediare un desistimiento de querella personal de la víctima), ajustará los parámetros de prueba y verdad legal y social del hecho de acuerdo con las normas del debido proceso.

Mientras tanto hoy Manuel Monsalve está encadenado con grillos al juicio público, arrastrando consigo la reputación del gobierno. Lo errático del Presidente Gabriel Boric y de Carolina Tohá ha proyectado negativamente el hecho también a la reputación del Estado de Chile. Y en este cóctel el resto de la política, con amarillos, moros y cristianos, le seguirán agregando la salsita del oportunismo hasta que el tiempo transforme la noticia en página de ayer.