Un tren que no pasará de los 95 Km/h

Entró en operaciones un tren que puede correr a 160 kilómetros por hora, pero lo hace a 95, porque la vía que une Santiago y Chillán no permite que desarrolle su máxima velocidad. Este es uno de los ejemplos que rodean el ser chileno, eso que llaman carácter.

Ese tren nunca cubrirá el tramo en 3 horas 40 minutos, porque ya no será prioridad para esta ni las futuras administraciones del país. El Centro Cultural Gabriela Mistral ahí quedó a medias. Las autopistas no se construyen hace 20 años, salvo alguno que otro tramo de Américo Vespucio. Qué decir del puerto de San Antonio, cuya ampliación se anunció hace 8 años bajo el segundo gobierno de Bachelet y ni siquiera se ha instalado una sola piedra.

En materia habitacional el Gobierno ha puesto una meta de 260 mil viviendas nuevas en cuatro años, unas 65 mil por año. Esta cifra, con suerte alcanza para cubrir la demanda anual por casa propia, pero las familias sin casa superan las 600 mil.

El gran problema es que no afrontamos las necesidades como comunidad. Nuestro modelo es de subdesarrollo y, como tal, está enfrentado ante el bien común, es decir, no actuamos como un todo, con unidad de propósito y ello está en el meollo del asunto.

Nuestro libre mercado se impuso como un fin en sí mismo, no como un instrumento que se fuera moldeando en el tiempo. Se hizo de ese modelo una ideología. Nadie que se opusiera a él escapaba de ser motejado como un comunista. Es más, los comunistas eran vilipendiados si asistían a conciertos de artistas populares, por ejemplo, Chayanne, como contó en el canal de la Universidad de Chile, Karol Cariola. La intolerancia, ese desvalor que causa muertes y destrucción todos los días, se apoderó de nuestra sociedad y no ha sido posible extirparlo.

Es necesario y urgente volver a empujar el país hacia un modelo sólido, para que sea productivo y, me atrevo a vaticinar, de empresas mixtas, con capital del Estado, para que nunca más pase lo de Huachipato ni sigan «cayendo arbolitos», como fue el 2019 Iansa o Merck.

Es decir, Chile está estancado como sociedad. Los gobiernos administran y el Parlamento legisla nimiedades. Nadie quiere ponerle el cascabel al gato. Tenemos a la mitad de los trabajadores percibiendo un ingreso cercano al mínimo, sin ninguna capacidad de ahorro y ello va ascendiendo a capas medias que ven, horrorizadas, cómo los pilla la máquina y se sumergen en una espiral descendente de la que no logran salir. Solo 3 de cada 10 tiene contrato de trabajo.

No nos quejemos de la delincuencia, de la de siempre y de la de cuello y corbata, la con uniforme. Ellas son también parte del modelo de subdesarrollo que nos impusieron los militares y que, en democracia, no logramos cambiar. Todos los paliativos que levanta la autoridad son eso, soluciones parche, las que están a su alcance y que el modelo le permite. No hay posibilidad de lograr cambios profundos y significativos, porque el país está secuestrado por el dinero y este está en manos de unas pocas familias, como siempre ha estado y nada se cambia si no les parece.

Quedaron atrás las intenciones de los grandes empresarios generadas después de octubre de 2019. La pandemia los enriqueció más que nunca y hoy tienen sometida a nuestra sociedad, sumida en la pobreza disfrazada de estadísticas, números que a la gente no le alcanzan, salvo cuando va al almacén y paga 2 mil 400 pesos por un kilo de pan ($72.000 al mes).

Preparémonos para lo que viene, porque hace 5 años fue un estallido, esta vez será distinto.