Mi querida y entrañable Mara, Marita

Por Cristina Girardi Lavín

 

He intentado escribir esta carta, mensaje, epístola, un sinfín de veces, y cada vez que lo intento, irremediablemente me quiebro, me derramo en llanto, me deshago en lágrimas…y me reprocho, y me arrepiento y me insulto, y me vuelvo a reprochar, a arrepentir… ¿desesperación?¿estupidez?¿arrebato? Todos los días me recrimino por haberte llevado al lugar donde sólo encontraste la muerte. Y te extraño tanto Marita, me haces tanta falta, te sigo viendo a cada minuto, subiendo el cerro, corriendo a mi lado, feliz detrás de los pájaros, sintiendo tus pasitos al bajar la escalera, subiéndote sobre la Eco para ladrarle a los gatos.  Y la Eco también te extraña, está infinitamente triste porque ya no estás. Todos nos quedamos sumergidos en la tristeza ¿Cómo pedirte perdón, ¿cómo me perdono? No sabes cómo lo siento, no imaginas cómo te siento…

Mara es (era) una perrita de 3 años, Eco también es una perrita. Probablemente se considere una ridiculez introducir una denuncia, con un mensaje dirigido a una perra, a un animal, más aún, a un animal muerto, pero las emociones y sentimientos sólo conmueven a los que los experimentamos. No pretendo que los compartan. Sólo espero que se lea y publique lo que a continuación, expondré.

Partamos desde un comienzo. Mara ingresa un domingo 24 de septiembre 2023, a medio día, al CDT (veterinaria) porque había roído un hueso y desde el viernes por la tarde no podía tragar ni sólidos ni líquidos. Ese mismo viernes la había llevado a consulta con su veterinario, y él no detectó que pudiera tener un cuerpo extraño. Como seguía sin tragar sábado y domingo, y sólo la podía hidratar con una jeringa con agua, la llevé la mañana de ese día al hospital veterinario de la Universidad de Chile, donde no pudo ser atendida porque en ese momento, carecían de ecógrafo para hacer un diagnóstico certero.

En vista de lo anterior, concurrí al CDT, un centro veterinario ubicado en José Domingo Cañas. Le realizaron una radiografía que mostraba un objeto extraño, lo que debía confirmarse con una ecografía para lo cual tuvieron que llamar a un ecógrafo. Hecha la ecografía, se confirmó, según me indicaron, que había un objeto que obstruía el paso entre el esófago y el estómago, el que debía ser removido con carácter de urgente porque se corría un riesgo altísimo de que ello pudiera derivar en una situación difícil de revertir si se seguía esperando.

Se comprenderá que fue esa advertencia la que me motivó a autorizar el procedimiento y a pagar por él más de un millón de pesos por adelantado, porque quería evitar una desgracia y estaba dispuesta a asumir el costo que se requiriera para no poner en riesgo la vida de Mara.

La dejé en la clínica y me fui a casa a esperar a que me llamaran cuando terminara el procedimiento, pero se desató la desgracia. De la clínica me contactan a mi teléfono y me explican, que al intentar retirar el objeto extraño (un hueso se supone), mediante el procedimiento endoscópico, se les perforó el esófago. Corrimos con mi hijo, al CDT, con la esperanza de que la salvaran, pero cuando llegamos nos encontramos con su cadáver y explicaciones difíciles de aceptar.

Sabemos que toda intervención conlleva un riesgo, pero no se me advirtió de ninguno que pudiera causarle la muerte. Mara, salvo la obstrucción esofágica y la dificultad para ingerir alimentos, no padecía de ninguna otra enfermedad o situación médica distinta a ella. No tenía dificultad para respirar, ingería líquidos, estaba perfectamente activa y movió su colita, confiada, cuando nos despedimos al dejarla.

El Dr. Leyton, director del centro, cuando le escribí al día siguiente de este lamentable episodio, en un intento de explicar la situación, contradiciendo lo que el equipo médico me dijo, sea porque le cambiaron la versión que a mí me dieron o por intentar ocultar una mal praxis, sostuvo que Mara ya venía con el esófago perforado antes de ingresar.

De la tristeza, pasé a la indignación. La perforación ocurrió claramente, al intervenirla. De hecho, así me lo informó la Dra. Katrina cuando me llamó para decirme que el procedimiento se había complicado, y que tenían que abrirla para salvarla. Así también me lo expresó el equipo médico a cargo, que, al tratar de extraer el objeto, se había perforado el esófago porque tenía una necrosis, lo que produjo una conexión con la cavidad torácica, provocando un neumotórax y consecutivos paros respiratorios.

Ni Necrosis ni Perforación, Mara no manifestaba síntoma ni signo alguno que indicara necrosis o perforación de esófago con conexión a cavidad torácica, previo a la intervención.

He consultado a los veterinarios que habitualmente han estado a cargo de Mara, su opinión en relación con lo ocurrido, se extrañan por lo manifestado por los “profesionales”, no se explican la razón de su fallecimiento, así como tampoco entienden que una perforación del esófago necesariamente haya podido derivar en una situación tal y con tan perniciosas consecuencias.

Mara no estaba grave, sólo tenía 3 años.

Las explicaciones se contradicen y enturbian la tristeza que seguiremos cargando. Cada vez estoy más segura que Mara debería seguir viva y que fue víctima de la ineptitud y la falta de ética profesional.

Nunca me entregaron la epicrisis que solicité y que según el Dr. Leyton tardaría 10 días hábiles (otra rareza de este centro, nadie entiende por qué una epicrisis tardaría tanto). También es difícil pensar, a estas alturas, que la epicrisis que solicité, hubiera reflejado efectivamente lo ocurrido. Tampoco me entregaron los nombres de los veterinarios que participaron de la intervención y que también solicité.

En fin…si uno se pasea por distintos barrios y comunas de Santiago puede advertir la cantidad de clínicas veterinarias que existen, algunas bastantes modestas y otras de un nivel de sofisticación que asombra, pero lo que domina, es la falta de ética o falta de profesionalismo, porque el nivel de insatisfacción de los usuarios es tremendamente elevado, sea por los errores de diagnóstico de sus mascotas o porque el precio que tuvieron que pagar fue exorbitante.

No hay control ni fiscalización de la autoridad, cualquiera se instala con una “clínica”, no hay regulación ni exigencias, menos un control ético de la profesión. Y seguimos llevando a nuestras mascotas, esperando que, casi con la fe del carbonero, todo salga bien.

No podría ser de otra manera en un país que todavía considera que los animales son bienes muebles, cosas que no sienten, y que probablemente, el vínculo ¿amoroso? que se genera con nuestras mascotas, no es más que un degradado y enfermo fetichismo.

Mi Mara ya no está, sólo queda la desolación, la ausencia, la impunidad y esperar que el tiempo restañe las heridas.