Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid
Más de algún chileno está tratando de poner en duda la veracidad de la solidez del recuerdo que ha dejado la experiencia chilena que encabezó Salvador Allende. Y pienso que hay en aquello un deseo de tapar el sol con un dedo, de cambiar la verdadera Historia de Chile, de ocultar un hecho tan evidente como el que se vivió entre 1970 y 1973.
No creo en la ignorancia de quienes lo niegan. Sino más bien, creo que se trata de una acción basada en la mentira, cuyo fin último es mantener el engaño sobre nuestro pueblo que lo único que anhela es encontrar un sistema de vida que otorgue mayor bienestar, mas justicia, mayor equidad, y que sea capaz de poner fin a un sistema corrupto de explotación y abusos cotidianos e impunes. Y todo ello, en la paz que nos otorga una Democracia consolidada y verdadera.
Me han preguntado derechamente sobre el Legado de aquella experiencia. Y creo que la respuesta está en saber mirar lo que ocurre en todo el mundo con respecto a aquel período de nuestra historia. Y, también saber interpretar correctamente el por qué el mundo ha reaccionado tan masiva y unánimemente a nuestra experiencia, enalteciendo a nuestros mártires.
Hay dos vías para entender lo que pretendimos. Una de ellas, es estudiar y analizar a fondo lo que Salvador Allende pretendió durante toda su vida política. No fue otra cosa que luchar por conseguir una vida digna para las grandes mayorías nacionales, que sufren permanentemente la marginación y explotación de aquellas minorías enriquecidas que abusan de su poder. Y todo eso, dentro del más estricto cumplimiento de la Constitución y las leyes desarrolladas para garantizar un sistema equitativo de vida, justo, transversal y transparente.
A Allende, solamente en una ocasión se le cuestionó. Fue meses antes del Golpe, cuando el Parlamento consiguió, por una exigua mayoría, declarar “inconstitucionales” un par de medidas del Gobierno de la Unidad Popular. Maniobra oscura de la oposición, de la cual hoy muchos se arrepienten de haber aprobado. Con ello, le dieron un carácter de “legalidad” a un Golpe Militar planificado desde antes de asumir Salvador Allende el cargo de Presidente de la República.
Las pruebas son contundentes y concluyentes. Miles de documentos desclasificados por el Gobierno de Estados Unidos, grabaciones de conversaciones entre el Presidente Nixon y su brazo derecho Kissinger, conclusiones parlamentarias de aquel país, documentos de la CIA, etc., ratifican la intervención norteamericana, los dineros pagados, con quienes contaron en Chile para ello, civiles y militares… En fin, ya tenemos claro qué, cómo, cuándo, quiénes y por qué dieron el golpe. Y, sobre todo, en nombre de quiénes lo hicieron.
Es importante conocer la vida de Allende y comprobarán que fue el creador de esa “Vía chilena al socialismo”, vía pacífica y desarrollada dentro de los marcos democráticos del país. Vía posible de seguir y que no excluye a nadie.
La otra prueba del legado que deja nuestra experiencia, se puede comprobar con lo que ya he señalado antes: en el mundo son miles y miles las calles, las plazas, los parques, las ciudades, los edificios, las escuelas, etc., que llevan el nombre de Salvador Allende, de Pablo Neruda, de Víctor Jara, de Violeta Parra o simplemente, de Chile. Y es porque la tragedia provocada por los militares golpistas, su forma de producirse y sus consecuencias, basados en el financiamiento de millonarios chilenos, del Gobierno de Estados Unidos y de la CIA americana, indignó a la sociedad internacional, unánimemente.
Además de entregar apoyo solidario a quienes salieron al exilio y a quienes luchaban clandestinamente en el interior del país, las sociedades aludidas comenzaron a construir materialmente los hitos que recuerdan la gesta de los Mártires Chilenos. Y son hitos que mantienen viva la idea iniciada por Chile y que se relacionan con las transformaciones sociales.
Chile es un ejemplo de esa vía pacífica. De su posibilidad no hay dudas más allá de nuestras fronteras. Es ahora nuestro pueblo el que debe conocer tal realidad para no seguir siendo engañados por negacionistas y explotadores. Chile puede y debe retomar la ruta de los cambios profundos para alcanzar un mañana mejor, que necesitamos.