La educación chilena en crisis, una vez más

Columna

Acabo de publicar mi nuevo libro sobre el movimiento estudiantil de 2011, un año particularmente crítico para la educación pública. Me resulta preocupante que otra vez la educación pública está con cifras alarmantes, y el actual gobierno no tenga interés por hacerse cargo del problema. No olvidemos que los actuales gobernantes fueron impulsores de uno de los principales movimientos estudiantiles por la educación ese año 2011, por lo que hoy no tomarle el peso al grave problema que afecta hoy a la educación es derechamente olvidarse de su pasado.

Los últimos datos que se han conocido sobre el sector nos deben hacer reflexionar: los aranceles universitarios van al alza y en algunos casos se proyecta un aumento de un 12%, más de 50 mil estudiantes de básica y media abandonaron el colegio. Más de 227 mil niños y jóvenes entre los 5 y 24 años se fueron del sistema escolar entre los años 2004 y 2021 y cerca de 1,3 millones de estudiantes tienen registros de inasistencia grave. Duro panorama ante la promesa de un señor de la política quien dijo que tenía receta para resolver el dilema educativo, al punto que prometió que en 2020 todo estaría resuelto.

Si es efectivo que son tiempos de cambio, me atrevo a insistir en algo que en su momento nos devolvió el impulso ciudadano por una mejor vida e igualdad de derechos: recuperar  la educación pública para el desarrollo democrático de la República de Chile.

No pretendo plantear una solución del dilema educativo en esta columna, pero sí abogar por un debate de fondo, de un área estratégica de nuestro desarrollo social, como es la educación. Proponer remediales en ella no es una idea antojadiza, pues ella está en directa relación con el tipo de sociedad que se desea construir. Si se desea una sociedad más pacífica, integrada, fraterna y tolerante hay que invertir en educación. Si queremos sujetos sociales preocupados por el medioambiente, hay que invertir en educación. Lo mismo si deseamos respeto por la vida, el animalismo, o una sociedad eficiente, amable y solidaria, con más seguridad y verdaderos valores democráticos, se debe invertir en educación.

Tengo total certeza que muchos de quienes lean esta columna estarán de acuerdo con los planteamientos esgrimidos, entendiendo también que la superación de la crisis no se dará de la noche a la mañana. Es un trabajo de largo plazo, pero en la medida que creamos que la educación es el camino por sobre el populismo penal, tengan por seguro que será posible reparar el evidente deterioro en que está el país.

El compromiso, que me interesa relievar, es que para todo lo anterior resulta imperioso que renazca un movimiento estudiantil y por la educación comprometido con instalar ideas, abrir el debate y sumar voluntades en su recuperación. Que el fortalecimiento de la educación pública sea no solo un slogan sino el leitmotiv de esa recuperación a una mejor sociedad. ¿Ya no vale la pena luchar, por ejemplo, contra el endeudamiento estudiantil para poder estudiar? ¿Ya no resulta atractivo avanzar en gratuidad? ¿Ya no resulta serio terminar con el CAE? ¿Resulta conveniente continuar con las pruebas estandarizadas? ¿Sirvió de algo mantener la Jornada Escolar Completa?

En fin, si es efectivo que son tiempos de cambio, me atrevo a insistir en algo que en su momento nos devolvió el impulso ciudadano por una mejor vida e igualdad de derechos: recuperar  la educación pública para el desarrollo democrático de la República de Chile.

 

 

 

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Analista Político UTEM.