Santiago, una ciudad con olor a pichí

Columna

Hace poco se celebró el día mundial del urbanismo. Y se destacó el hecho de que la humanidad pasó a ser mayoritariamente urbana. Lo que nadie dijo es que ya el olor a meados u orina no se aguanta en muchas de ellas. Principalmente en aquellas que el maestro Mike Davies llamó ciudades miseria, en uno de sus libros más famosos, en el año 2003.

Santiago de Chile, otrora denominada “ciudad de clase mundial” por los siúticos de la política urbana concertacionista, huele de muy lejos a pichí y caca. Los embalajes grandes de cartón destinados a refrigeradores y cocinas, sirven de cortinas plegables a los habitantes de la calle para orinar y defecar. Bolsas plásticas arrojadas a rincones, basureros o directamente al río Mapocho o las acequias y canales que aún circundan la ciudad, sirven al vaciado contaminante.

Todo en medio de una feria desatada de comida, la mayoría preparada en la misma calle.
Lo mismo en el centro que en la periferia. Vaya a la Vega Central en compañía de los alcaldes el PC Daniel Jadue (Recoleta), el PS Gonzalo Duran (Independencia), o párese al otro lado del río con la PC Irací Hassler (Santiago), y que le expliquen las medidas de salud pública que están aplicando. Si tiene problemas de salud, vaya a las ferias de los mismos municipios y compre lo que quiera, desde ravotril o alprazolam, hasta veneno para ratas que le permita suicidarse. Renca, Cerro Navia, Quinta Normal o Lo Prado. Todas del socialismo democrático. O Puente Alto, La Florida o Peñalolén y La Reina, de centro derecha y pan de masa madre, Igual. Tan igual como La Moneda.

Un pichicito, una cortita, como diría una dama con cistitis o un curadito cualquiera al que la naranja de su próstata le aprieta implacable el ánimo, cuesta la módica suma de $400, lo que equivale a medio pato de tinteli “Flor de Suela”, o casi casi al medio litro de leche que entregaba Salvador Allende hace 50 años. No toda la gente puede pagarlo, menos si la necesidad es compulsiva.

En el Chile de hoy, con la política que el país tiene, el hedor de vertedero impregnando la ciudad como aroma cotidiano en todas partes, dan ganar de echarse a volar. ¿Perciben el olor? ¿Lo sienten? ¿En qué nivel estamos para alcanzar la clase mundial? Podríamos empezar a exportar políticos como figuras decorativas?

No hay vacuna para esto, excepto el poema urbano de las autoridades edilicias de pintar fachadas para que las vuelvan a mear, o poner recolectores de basura para depositar bolsas de caca. Todo así de crudo, como en la India o África.

Puedo decirlo sin culpa, pues soy una mitad negro africano. Y en todas partes la orina es muy contaminante al ser muy alta en fósforo y nitrógeno. Aquí y en la quebrada del ají. Y los lugares que la concentran como depósito, sean rincones de calle o aguas que corren en la superficie, hacen que crezcan algas en los ríos, se desequilibren los ecosistemas, o se generen focos de olor y bacterias, como grandes agentes de insalubridad.

Yo aprendí de mi madre doctora el sustantivo pichi, de origen mapuche, como esa prenda de vestir semejante a un vestido sin mangas y bien escotado, que ella se ponía encima de la blusa, cuando yo era pequeño, allá en Togo. Me decía se llama pichi y se escribe igual que pichí, lo que tú te haces, mi negrito cochino. Pero con acento final en la pronunciación y que es “poquito de orina”, y se reía.

Pero creo que en la diversidad de palabras que existen en español para identificar la orina, entre ellas pichí, pis, pipi, me quedo con meado, que es el franco olor de la ciudad. Olor de meados. De la caca, plasta, popó y otra multiplicidad de nombres que la defecación tiene, muchísimo más hedionda y contaminante, ya no me pronuncio, porque me da asco y empiezo a pensar en el impacto real de la política en Chile. Mi medio país en el que, con acceso a agua potable en un 97% del total de su población, aprendí la importancia de la salud pública como igualdad de derechos.

Pero en el Chile de hoy, con la política que el país tiene, el hedor de vertedero impregnando la ciudad como aroma cotidiano en todas partes, dan ganar de echarse a volar. ¿Perciben el olor? ¿Lo sienten? ¿En qué nivel estamos para alcanzar la clase mundial? Podríamos empezar a exportar políticos como figuras decorativas?