El Partido Demócrata Cristiano está políticamente en estado terminal como partido de representación nacional. Sus principales dirigentes de recambio generacional están en proceso de fuga, y la ausencia de liderazgos capaces de convocar a una rearticulación orgánica del partido, definitivamente parece no existir. Los viejos nombres que circulan para presidir al partido solo serán capaces de convocar nostalgias y prolongar su agonía, pero no están en condiciones de ofrecer futuro. Y Alberto Undurraga le gustaría fugarse, pero sabe que si quiere opción presidencial, tiene que quedarse.
Es posible que el golpe más duro provenga de la desafiliación de Claudio Orrego. Quizás el dirigente de mediana edad con mayor formación y solidez política de la DC. Con una experiencia electoral y vocación pública que le da, de manera personal, una proyección nacional. Ello, aparte de pertenecer, por su padre, a las raíces más profundas de ese partido. Su disidencia no está hecha solo de un juego de expectativas, voluntad y poder -aunque por cierto ello también existe- sino proviene de una convicción real que transmite su acción y emplazamientos a la política vigente en el país.
El llamado socialismo democrático es una pyme, cuyo poder depende de estar en el Estado y mantener sus bolsones clientelares y territoriales de votos. Pero ya es parte del pasado, aunque la idea tenga futuro.
El resto de los disidentes son multitud. Mayormente tienen a su haber una experiencia o representación política forjada al amparo de los poderes corporativos internos de la DC, sus lazos familiares o haber estado cerca del escenario de negociación de los asuntos públicos y ser beneficiarios de responsabilidades administrativas.
Uno de los efectos más devastadores del estallido social de octubre es que desarticuló no solo la legitimidad de los partidos tradicionales, sino que los hizo explotar por dentro, al romper totalmente la cadena de clientelismo que circulaba hasta el centro político de ejercicio del Poder, La Moneda. Y evidenció lo feble de una burocracia cuando sus canales de poder se bloquean, a partir de lo que pasa en la sociedad.
Hoy prácticamente no se puede hablar de partidos nacionales, y la política práctica regresa -atomizada- a los cacicazgos locales y una suma invertebrada de votos que se mueven territorialmente en torno a los municipios. La vieja organa de la DC se acabó cuando se fue Gutemberg Martínez del partido y murió Enzo Pistacchio. Desde Frei Ruiz Tagle hacia delante todo fue una chapuza. Tanto Ximena Rincón como Matías Walker expresan una representación política mediática sin trascendencia programática, ni social ni nacional. Y abandonan la DC desde lo poco a la nada, solamente amparados en una manida frase como slogan: la clase media.
En Chile, a todos los que se le cayó la casa después de un terremoto, se les ocurre sacarse una foto arropados con la bandera chilena y gritar un estertóreo ¡Viva Chile!. O sea, casi el hundimiento de la Esmeralda, pero sin ningún Arturo Prat.
Aunque en el terremoto de la DC, su fragmentación sí traduce una tragedia para el sistema político nacional, porque evidencia crudamente que sus reglas de representación están obsoletas. Prácticamente no existen organizaciones de representación política nacional, sino solo movimientos o partidos de organización precaria, cuyo mayor poder electoral siempre es local.
A grandes rasgos, solo quedan dos fuerzas emergentes con capacidad real de ser nacionales: Evópoli en la derecha y Revolución Democrática en el centro izquierda. En la izquierda tradicional, el PC es el partido con mayor poder orgánico nacional pero está anclado en un ideologismo muerto, Su mayor opción es cambiar de nombre y postura frente a la democracia y pasar a ser un partido de los trabajadores.
El llamado socialismo democrático es una pyme, cuyo poder depende de estar en el Estado y mantener sus bolsones clientelares y territoriales de votos. Pero ya es parte del pasado, aunque la idea tenga futuro. Pero ella para desarrollarse requiere de una visión de país y un programa de democracia social, que por el momento carece de una musculatura democrática en ese centro político, capaz de domiciliarse en las necesidades de la gente, y desarrollar ideas nuevas.
El resto de Partidos de verdad, no existe. Son materia para los historiadores. A ese punto ha llegado la DC, luego de una brillante pero corta y zigzagueante vida. Un destacado y antiguo ex DC repetía siempre una frase, no recuerdo si de él o de algún prócer del partido, para referirse a quienes estaban en política: “Todos hemos sido, somos o seremos alguna vez de la DC”. Ya la DC, es el pasado de una Ilusión, y la afirmación resultó errónea.