¿El ocaso os perturba?

columna

Era fines del 88 o principios del 89 cuando en un muro de Santiago apareció esta frase que era un grafiti y que hoy da origen al título de esta columna. Sarcástico, mordaz, certero. Un poema.

Directo al dictador que, por si no se había dado cuenta, le anunciaba con sorna el principio del fin. De su poder omnímodo, el fin de su sempiterna presencia. Un(a) mal agradecido(a) se atrevía, sin contemplación, a decirle que hasta aquí llegaba.

Para los que lo vimos, también anunciaba el fin de los días oscuros, de los lentes oscuros, de oscuros autos Opala, que con oscuros sujetos en su interior se desplazaban impúdicos y vigilantes. Era el fin de asesinatos a mansalva en días de protestas o cacerolazos, hechos luctuosos que la prensa obsecuente denominaba confusos incidentes. No fue inmediato, por cierto – el ocaso no lo es – pero no por lento y gradual, deja de ser irreversible.

Hoy asistimos al fin de otra época. Otro ocaso está en desarrollo. Hiere a quienes fueron los protagonistas privilegiados de ella. A esos que desde la sombra digitaron impunes el saqueo del Estado, aquellos que su propio Presidente llamó “cómplices pasivos” de los crímenes de lesa humanidad, aquellos que profitaron de las bondades que les otorgó el Decreto Ley 3464, conocido comúnmente como constitución del 80, una superestructura jurídica hecha a la medida y que tenía por objeto ser el baluarte que debía protegerlos a ellos y sus generaciones venideras. Y a la que, porfiadamente se aferraron y solo cedieron cuando la fuerza de la calle hizo imposible seguir sosteniéndola, mientras cándidamente sostenían “No lo vimos venir” y resignados, pero no por ello convencidos, prestaban su acuerdo para construir lo que decían debía ser “la casa de todos”.

El problema fue que los arquitectos y constructores que eligió la people para construir esta “casa de todos” no fueron ellos. El pueblo (en su infinita imprevisibilidad) decidió que fueran otros, no los de siempre, y se inclinó por movimientos nuevos, ajenos a partidos, que ante la dificultad de calificarlos y la necesidad de etiquetarlos fueron llamados “Identitarios”. Gente escueleada, muchos postitulados en sus áreas, pero donde lo que interesaba a la prensa obsecuente de otrora y militante de ahora, era resaltar el principismo de algunos, la grandilocuencia, cuando no estridencia, de otros y el desparpajo e impudicia con que expresaban y defendían sus posiciones.

Y pese al plazo corto y estrecho asignado, la casa se construyó. Ahora, los inspectores técnicos de la obra emiten sus opiniones. Un mamarracho que hay que rechazar dice la derecha en pleno (era que no), más una extraña fauna, dizque amarillos, donde se aglutinan humillados y ofendidos.

No es perfecta pero se acerca, dicen – resumiendo – los que aprueban.

Pues bien, lo que tenemos es una propuesta que debemos sopesar. Me gusta que Chile sea un Estado social y democrático de derecho, que se amplíen los derechos de las personas, se reconozca a los pueblos originarios, que se haga cargo del medio ambiente, se consagre la descentralización, que se instaure un nuevo régimen político.

Es cierto, tal vez en el afán renovador hubo no poco de vuelta de mano a los 40 años de esa constitución que todos declaran muerta, pero cual zombi aún nos rige. Tal vez (discurriendo sobre un punto en particular) la CC pudo llamar a la Cámara de las Regiones Senado de la Regiones y la boca les quedaba donde mismo. En fin, por muy convencionales constituyentes que sean, o hayan sido, no dejan de ser humanos, demasiado humanos.

Pero, siguiendo con la metáfora de la casa, los que tenemos la suerte de tenerla, sabemos que nunca se termina de construir y remodelar. Sabemos también, que el debate sobre aprobar o rechazar estará llena de panfletismo militante, de frases efectistas y sin duda de la vieja y fracasada campaña del terror, pero a la hora de elegir, sabiendo que no es perfecta, si de creer se trata, estoy más por el “aprobar para mejorar” que por el “rechazar para reformar”.

Lo cierto e indesmentible, es que asistimos al ocaso de una época y eso angustia y perturba a los que se aferran a ese Chile que era de ellos y para ellos y que hoy, no carente de desprolijidad, se pretende sea para todos.