Por Sergio Velasco de la Cerda
“No hay mal cien años dure; ni venezolano que aguante”. Cervantes.
Chile se caracteriza por tener mala memoria. Olvidamos rápidamente aquellos acontecimientos que marcaron negativamente, la historia reciente de nuestro país.
La tarea por la recuperación de la democracia fue de horror y terror, donde la mano asesina del dictador Pinochet estuvo presente durante más de diecisiete años. Tanto es así que la resolución de la Comisión de DD.HH. de la ONU fue lapidaria contra el régimen militar. Pinochet fue condenado siempre por las Asamblea General de las Naciones Unidas. Los crímenes son, igual o peor, que los cometidos por Maduro, durante su permanencia en el corrompido poder absoluto.
Todos los plebiscitos convocados por la Junta Militar fueron un soberano fraude. El del 4 de enero de 1978, sin registros electorales, o el 11 de septiembre de 1980 para aprobar su Constitución, fue otra martingala autoritaria. Una vergüenza nacional que aún no podemos superar, a pesar de los años.
La oposición unitaria se organiza, dejando de lado sus añejos resquemores. La protesta de la comunidad civil exige elecciones libres, informadas, con registros electorales y veedores internacionales, para enfrentar el plebiscito del 5 de octubre de 1988. Crucial para el destino de una nación sometida, en búsqueda de su libertad.
Aunque los resultados fueron irrefutables, igual Pinochet intento desconocerlo, ordenándoles a los comandantes en jefe, poderes totales. Fue el general Fernando Matthei, de la desmembrada Fach, quien impuso el minuto de cordura, evitando lo que pudo ser una guerra civil, entre hermanos. Perdimos, fue su sentencia macabra.
La unidad en la diversidad hizo posible la histórica hazaña. Sin balas, solo con un lápiz, con una raya en el voto se logró el objetivo. El grito de paz y democracia fue más fuerte que seguir viviendo como esclavo de un déspota.
Muchas organizaciones del mundo nos ayudaron, de las cuales siempre debemos estar agradecidos por recuperar el derecho inalienable de elegir nuestro propio destino, como nación soberana. Una epopeya donde muchas y muchos quedaron en el camino, los que aún esperan la justicia que se merecen.
Venezuela fue un país acogedor, recibiendo a miles de exiliados políticos, apoyando en los organismos internacionales la lucha por la libertad y en el proceso plebiscitario enviando testigos, para impedir que se tergiversase la voluntad popular, aún a riesgo de sus vidas.
Tenemos una deuda de gratitud impagable con la nación de Bolívar, que hoy atraviesa el mismo drama que vivimos y sufrimos nosotros. Es hora que los chilenos y chilenas, masivamente, los acompañemos. No podemos ni debemos dejar solos a los 800 mil expatriados que encontraron refugio en “el asilo contra la opresión”.
El Presidente Gabriel Boric honra con su actitud y consecuencia el compromiso con la democracia y el respeto a los DD.HH. Es categórico al rechazar el engaño electoral del 28 de julio, donde la oposición al dictador ganó ampliamente las elecciones. Los venezolanos nos reclaman la generosidad de los chilenos y chilenas. Ahora, porque mañana será demasiado tarde.