El lunes 17 de febrero de 1986 estaba como editor en Radio Chilena. Recibí un llamado desde Limache, eran las 20 horas. Una enfermera del hospital local contaba que había habido un accidente de trenes en Queronque. Devolví el llamado para dar crédito al testimonio y ahora sonaban las sirenas.
En los teletipos de la agencia de noticias ORBE, pro dictadura, daban cuenta parcialmente de un comunicado de Ferrocarriles del Estado: «A las 20.10 horas de hoy lunes 17, se produjo una colisión de dos automotores eléctricos, a la altura del kilómetro 150, entre las estaciones de Limache y Peñablanca». En Teletrece repetían la misma comunicación. Nada decían de lo que agregaba el comunicado, que señalaba que «cifras inconfirmadas (sic) nos indican que son por lo menos nueve» los muertos. Yo tenía otra, y puse al aire los testimonios.
Al poco rato llamó el jefe de prensa de la Radio, molesto y alterado por nuestra versión. La Radio Chilena pertenecía a la iglesia Católica y prominentes hombres de derecha ayudaban a financiar los sueldos, pese a la postura de defensa de los derechos humanos que había establecido el cardenal Raúl Silva Henríquez. Ahora el que mandaba era Juan Francisco Fresno.
Las emisiones derivaron en cambiar parte de la programación, pues el único medio que hablaba de una tragedia, relatada por la enfermera y sus familiares por un teléfono desde su propio domicilio, éramos nosotros, yo como periodista e Ignacio Bustamante, como locutor. En los controles estaba José «Pepe» Aravena. En esos años febrero era un desierto de información: todo el mundo estaba de vacaciones el mes entero, por lo que éramos dos periodistas de turno, uno por la mañana y yo, por la tarde hasta el cierre.
No era la única vez ni la primera que tendría que responder con los jefes por la información que estábamos entregando. Yo tenía 23 años y, desde que comencé a hacer la práctica, me asignaban turnos de editor, siempre en los horarios donde no había mayor trabajo.
En el hospital de Limache, la enfermera iba y venía cruzando la plaza hasta su domicilio, donde aportaba relatos abundantes y llamados de auxilio de ambulancias, camionetas y todo tipo de ayuda, pues a 4 kilómetros en la Curva Aranda, un sinuoso trayecto, dos automotores que se desplazaban por gravedad, pues como medida de emergencia las estaciones de donde procedían habían cortado la electricidad, al no poder comunicarse con ambos maquinistas, habían colisionado con más de un millar de pasajeros.
Las cifras de muertos fueron variadas. La Tercera tituló el martes 18 que eran 25, LUN 40, luego ambos subieron a la «Cifra Oficial: 58». Hay que consignar que un convoy llevaba 4 carros y el otro 2, con los cuales sumaban más de mil pasajeros. ¿Por qué bajar las cifras? ¿Qué buscaba DINACOS, la dirección de comunicaciones del gobierno militar? ¿Qué le molestaba tanto a mi jefe?
Los números no cuadraban entonces ni cuadran ahora. Tres de los seis coches involucrados directamente quedaron retorcidos. Ahí no sobrevivió nadie. En ellos iba la mitad de los pasajeros de ambos convoyes, a lo menos. Es decir, 500, que es la cifra oficial de heridos (510). La dictadura nos hizo creer que a 90 kilómetros por hora otros 500 pasajeros salieron ilesos: Imposible. Por tanto, quienes estuvimos ahí presenciando la recuperación de restos sabemos que, cuando menos hubo 250 muertos y 700 heridos. Hubo testimonios de algunos pasajeros que resultaron con lesiones menores, que pudieron salir por sus propios medios desde entre los fierros, pero no pasan de 50.
La idea de desconocer la magnitud de la tragedia estaba conectada con la posibilidad que se tratase de un atentado. Pocas semanas antes había habido un acto terrorista en el puente Queronque, a un kilómetros del lugar, el cual mantenía solo una vía disponible.
Ese día lunes, carabineros abordó el tren en la estación Limache apurando la salida del Automotor rumbo a Santiago, porque necesitaban ser trasladados para detener a unos ladrones de alambre de cobre, que tenían acopiado en el mismo sector de la Curva Aranda, el mismo que servía para las comunicaciones que estaban cortadas y las que se hacían desde un teléfono público. Cuando la dictadura se dio cuenta que no había un acto terrorista, Pinochet sacó el habla y en una visita a hospitales donde se reponían algunas víctimas, dijo: «Es consecuencia de un acto terrorista que ustedes ya conocen muy bien que sucedió días antes», buscando sacar réditos políticos de una tragedia, tal cual hace hoy la ultraderecha, como lo hacía hace 38 años su mentor.
Ahora entendía por qué mi jefe en la Radio Chilena estaba tan molesto. Con nuestro trabajo desde las 20.00 horas del día lunes 17 de febrero pudimos informar a la audiencia que había una tragedia ferroviaria, desbaratando en parte la idea de ocultamiento de la Dinacos, el brazo de la censura del régimen militar, pero nunca -talvez- sabremos cuántos murieron esa tarde del verano de 1986.