Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid
Desde hace un corto tiempo se va produciendo una actividad política interesante en Chile. La situación de marasmo, de dejadez y paralización de la actividad política, comienza a ser analizada en profundidad y van surgiendo propuestas de futuro desde sectores políticos muy definidos.
Mucho se gritará en el gallinero parlamentario, pero la gente sólo percibe lo que resulta de ese barullo. Porque de las ofensas, zancadillas y malos modos que se practican desde una bancada a otra, no se consigue tapar la realidad de una paralización que perjudica notablemente a los chilenos, en su conjunto.
Voy a tomar como referencia o punto de partida para lo que voy a decir -con la brevedad que me exige mi propio altavoz de las redes sociales-, el llamado ”estallido social” o simplemente “revuelta ciudadana”, según quien la identifique. Ese movimiento que produjo unas consecuencias que aún no tienen salida ni se vislumbran las soluciones.
En octubre de 2019, la gente salió masivamente a las calles en todo el país, hastiada por lo que estaba ocurriendo: el imperio de la corrupción, el compadrazgo instalado en los partidos políticos, las colusiones entre los empresarios poderosos que no se conforman con lo que ganan y la insensibilidad general por las desigualdades que ofenden y desprestigian al país. Y, lo que es peor, una degradación social donde se instaura el “sálvese quien pueda, cueste lo que cueste y pise a quien pise”.
Las manifestaciones fueron un movimiento por saturación social, por agotamiento, incluso por rebeldía ciudadana. Ese cubo de agua fría removió la conciencia de la clase política y la obligó a buscar una solución que frenara tal rebeldía. Entonces surgió el documento “Acuerdo por la paz social y la nueva Constitución”, de fecha 15 de noviembre de 2019, suscrito por once dirigentes de otras tantas formaciones políticas.
Ante la nueva perspectiva de un cambio constitucional de fondo, apareció nuevamente la esperanza en las grandes mayorías populares. Se pensó que se iban a atender sus demandas de justicia social, equidad, pensiones dignas, salud y educación universal y gratuita, etc. etc. Pero el primer intento de Nueva Constitución, fue rechazado con contundencia. Entonces se abrió un nuevo proceso, distinto en su metodología y compuesto por el Parlamento. Y su resultado también fue un sonado fracaso.
Ahora nos quedamos con la misma Constitución, nacida bajo el dominio de Pinochet. Y, peor aún, nos quedamos con la actividad parlamentaria mediatizada por las circunstanciales e interesadas mayorías. O sea, otro tremendo parón en el avance que necesita con urgencia nuestra sociedad.
Mientras en el Parlamento se estancan leyes necesarias por falta de acuerdos o de voluntades de aprobar legislación que canalice la recuperación social, los partidos políticos siguen sufriendo los embates de las denuncias de corrupción o de deslealtad con los intereses nacionales.
Pero, no todo es malo y oscuro. Se vislumbran intentos de analizar con autocrítica, conocimiento y compromiso, el hoy que vive nuestro país. Aparecen documentos conteniendo sensibilidades más acordes con la realidad, pero que se publican con timidez. Creo, sinceramente, que junto con la elaborar estos documentos entre cuatro paredes, se hace imprescindible que se masifique su publicación, que los partidos utilicen sus canales internos y las redes sociales externas. Y que se mantengan atentos y abiertos a las opiniones y comentarios de la gente común.
Hay que escuchar al pueblo, sus demandas y sus anhelos. Y hay que explicarles las cosas que se pueden hacer y las que tienen mayores dificultades. Las que benefician a las grandes mayorías e identificar a las que protegen a las minorías. Fiscalizarlas, para evitar los abusos, y racionalizarlas para ir estrechando las brechas de la desigualdad.
En definitiva, se necesita pensar en grande, tener voluntad política, recoger las demandas de la gente, y buscar las fórmulas posibles para aprobarlas…Pero, siempre con participación de la gente, con el pueblo, con las grandes mayorías.
Para conseguirlo necesitamos lo que hemos dicho siempre: partidos políticos limpios y claros, con liderazgos potentes, confiables y con experiencia. Y, además, con políticos que tengan bolsillos de cristal.