Por Tebni Pino, periodista
El sector Los Almendos, en el tradicional barrio de Las Achupallas de Viña del Mar, está prácticamente arrasado por el fuego que alcanzó sus calles, sus árboles, sus casas.
Allí vive el periodista Joaquín Cáceres, un joven recibido en la Universidad de Playa Ancha quien vivió la amargura de todos sus pobladores la tarde/noche del pasado viernes 9 de febrero.
De lo que era su casa, hoy no existe nada. Solo algunos maderos quemados, restos de lo que alguna vez fueron árboles frutales y desolación. Mucha desolación que se siente en el lento transitar de personas acarreando provisiones, herramientas, ropa para cubrirse luego que el fuego los dejara con lo que tenían puesto. También una sensación de incredulidad ante el daño que dejó a más de 3 mil personas sin vivienda, además de los más de un centenar de muertos.
“Ese día no estaba en casa- recuerda- habíamos ido a celebrar un cumpleaños con mi abuela, a Curauma y desde allá veíamos el humo y las llamaradas que jamás imaginamos estarían ni siquiera cerca de nuestra casa”.
Pero estaban. Con furia, inmisericordes, intraspasables. De hecho, cuando supieron que una de las casas que ardía era la suya, se trasladó inmediatamente pero el fuego y un cordón de seguridad le impidieron acercarse a ella.
Ya no se podía hacer nada. Solo armarse de coraje para enfrentar la dura realidad. Reunirse con los vecinos y comenzar la triste tarea de remover escombros, lamentar la muerte de algunos de ellos, morder las lágrimas y enfrentar el desastre.
¿Tristeza? Si. ¡Qué duda cabe! Por los que no están. Por los que no alcanzaron a huir de las llamas. Por cada tabla con la que construyeron sus casas. Por sus muebles, fotos, diplomas… por sus recuerdos consumidos por el fuego.
Pero, como lo afirma Joaquín Cáceres, “saldremos adelante, con nuestras propias manos, sin esperar sentados que lleguen los recursos que prometió el gobierno pues la tarea hoy es urgente y luego se verá en que podremos invertir los bonos”.
Al despedirnos, una rara sensación nos invade. Esa sensación que nos queda al leer a Rubén Darío quien diera sin querer su nombre para una calle hoy cubierta por las cenizas y que en su pequeño cuento “Aguafuerte” hablara de “una casa cercana salía un ruido metálico y acompasado. En un recinto estrecho, entre paredes llenas de hollín, negras, muy negras…”