Calificados como la peor catástrofe ocurrida en los últimos años en nuestro país después del terremoto de 2010, los incendios que han afectado a Viña del Mar y Valparaíso, y buena parte del centro sur de Chile han cobrado, a la fecha, la vida de más de un centenar de personas, afectando cerca de 15 mil viviendas y arrasando más de 25 mil hectáreas.
Lamentablemente no se trata de un fenómeno nuevo. De acuerdo al artículo publicado por CIGIDEN, “Después de la emergencia: claves para una recuperación sostenible en zonas afectadas por incendios en la interfaz urbano-forestal”, entre 2013 y 2022 se han registrado más de 68.000 focos de incendio en Chile, consumiendo más de 120.000 hectáreas, afectando a más de 21,000 personas (CONAF, 2023).
“Luego de haber observado con detención los terribles incendios que han causado tantas víctimas fatales, tanto daño a la infraestructura, a las viviendas de tantos ciudadanos de nuestro país, la Universidad Católica se mantuvo alerta de información y también de poder colaborar con la comunidad nacional a través de aportes en conjunto con fundaciones especializadas en el tema”, expresa el rector Ignacio Sánchez.
Sin embargo, la autoridad universitaria afirma que “como universidad debemos preocuparnos desde el punto de vista académico, en primer lugar, de cómo prevenir nuevas situaciones, tenemos un verano en que hay incendios en distintas partes del país, por tanto la prevención, la educación, es clave, particularmente en estos incendios que en gran medida son causados por negligencia humana o de manera premeditada. Y nuestros académicos, desde el punto de vista de la biología, la agronomía, la arquitectura, el urbanismo, nos entregan claves para poder hacer esta prevención, esta educación y lo que nos toca hoy día como país, la reconstrucción”.
Las consecuencias para los ecosistemas
“En cuanto ocurre un incendio, lo primero que cambia es la cobertura de la vegetación, la biomasa. Y eso genera de inmediato modificaciones o cambios en las condiciones micro ambientales que ocurren o que se dan dentro de un bosque”, explica el profesor de Agronomía y Sistemas Naturales Pablo Becerra.
Todo cambia en un bosque quemado: la humedad ambiental, la humedad en el suelo, sus nutrientes, la materia orgánica. Como explica el doctor en Ciencias: “La luminosidad obviamente aumenta, porque se reduce la cobertura; la humedad del suelo normalmente se reduce porque se evapora más rápido el agua del suelo. En cuanto a los nutrientes del suelo, es más variable el impacto, pero normalmente incluso se incrementan porque se liberan nutrientes que estaban en la materia orgánica no descompuesta. Sin embargo, va a depender ahí lo que pase con la erosión, la materia orgánica obviamente se reduce”.
La temperatura es otra variable que cambia de manera importante. “Al reducirse la cobertura de la vegetación, la oscilación térmica normalmente aumenta, se incrementan las temperaturas máximas y en las noches, se reducen las mínimas”, explica el profesor Becerra.
Otro impacto relevante, pero que depende de la topografía, es la erosión del suelo. “En zonas de cerros con pendientes relativamente importantes, lo que normalmente ocurre es erosión de suelo después de las primeras lluvias, que se producen después de los incendios. Empiezan a acarrear la materia orgánica que no se incendió, empiezan a caer los nutrientes y eso genera pérdida del estado nutricional del suelo”, añade el investigador.
Otro efecto devastador lo recibe, evidentemente, la vegetación propiamente tal. “Con respecto a las especies vegetales presentes en las zonas centro sur de Chile, afortunadamente casi la mayoría son leñosas, es decir, árboles y arbustos. Tienen la capacidad de rebrotar después de que han sufrido algún tipo de impacto, como incendios o incluso talas por ramoneo (forma de alimentación en que un herbívoro se alimenta de hojas, brotes tiernos o frutos)”, detalla Pablo Becerra. Sin embargo, hay otras especies que no rebrotan, como muchas herbáceas nativas.
Todos estos cambios repercuten en la fauna. Además de los animales que mueren en los incendios, los que sobreviven se ven fuertemente impactados ya que, como especifica el académico, “la vegetación aporta de distinta manera a la fauna, especialmente hábitat, micro hábitat de refugio, sitios de anidación y alimento obviamente”. Es decir, los sobrevivientes pierden su hábitat y se ven obligados a emigrar.
El ser humano, por supuesto, también sufre impactos tanto directos como indirectos. Obviamente se traducen en pérdidas de hogares, infraestructura y también cultivos. Pero el profesor agrega: “Al perder la vegetación nativa se producen impactos en que el ser humano puede verse afectado de manera importante. Por ejemplo, hay muchas pequeños propietarios que producen miel. Como ya no hay alimento para las abejas -polen-, las abejas no pueden producir miel. Se pierde toda la fuente de leña, hay muchas áreas donde todavía se usa la leña; también se pierde la producción de carbón”.
A escalas espaciales o geográficas mayores, “todo lo que implica la emisión de CO2 o carbono, producto de los incendios, genera un impacto importante en términos de contaminación. La erosión del suelo que se produce en zonas de montaña o de cerro con pendiente, finalmente todo ese suelo que se mueve con las lluvias va a dar a los ríos. Y eso implica también contaminación de las aguas que la misma población que vive más abajo en las cuencas usa”, especifica Pablo Becerra.
Pérdidas patrimoniales
“La casi total destrucción del Jardín Botánico de Viña del Mar y el daño a otras partes de Valparaíso, una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad, subraya la fragilidad de nuestro patrimonio frente a eventos naturales extremos”. Así lo expresa Thaise Gambarra, subdirectora de Desarrollo y Gestión del Centro del Patrimonio Cultural UC.
Y agrega: “El Jardín Botánico de Viña del Mar, por ejemplo, diseñado por el paisajista francés Georges Dubois en 1918, no solo era un espacio de conservación de especies vegetales, muchas de ellas únicas o en peligro de extinción, sino también un lugar de recreación, educación y cultura para la población local y visitantes. Es un ícono de la ciudad de Viña del Mar e importante atractivo turístico que recibía a más de 200 mil personas al año. Su destrucción casi total representa la pérdida de un recurso educativo insustituible y de un elemento vital para la investigación científica y la conservación de la biodiversidad”.
Sin embargo, la doctora en Arquitectura y Estudios Urbanos subraya la pérdida de vidas humanas. “Esta es una tragedia de magnitud inconmensurable que impacta profundamente en las comunidades afectadas, sus familias, y la sociedad en su conjunto. Las vidas perdidas representan un patrimonio vivo insustituible, compuesto por historias, conocimientos, tradiciones, y relaciones que forman el tejido esencial de la identidad cultural y social de esta región”.
¿Qué hacemos?
Lo primero que hay que decir, como afirma el decano de la Facultad de Ciencias Biológicas Juan Correa, es que la recuperación es lenta. “Lo principal es entender que la regeneración del hábitat destruido por incendios es un proceso que tarda mucho tiempo y por ello, requiere de una educación adecuada de la población y de un compromiso de largo aliento del Estado, sector productivo y de la población en general”, afirma.
Como añade el académico del departamento de Ecología de la misma facultad, Pablo Marquet, “puede tomar mucho tiempo recuperar un suelo quemado y sobre todo, el carbono almacenado. Cuando ocurre en bosques nativos maduros, la pérdida de carbono sobre y bajo el suelo, puede ser irrecuperable, y podría tomar decenas a centenas de años recuperar el carbono. Restaurar estos suelos es complejo, pues hay muchas especies exóticas que invaden y requiere de una acción continuada, y además es necesario estabilizarlos para no perderlos por erosión”.
Considerado lo anterior, el primer paso que recomiendan los académicos es realizar un diagnóstico de las zonas afectadas por los incendios y “mapeos de priorización”, como sugiere Eduardo Arellano, profesor de la Facultad de Agronomía y Sistemas Naturales, y del Instituto para el Desarrollo Sustentable. Solo después, dar paso a acciones de reforestación, restauración y exclusión de personas de ciertas zonas para su recuperación. Y añade que una dificultad para esto, son los recursos. “En todos los fondos de emergencia para las personas se priorizan los sectores de las viviendas, los temas urbanos, pero no van a caer a los fondos de recuperación de vegetación, entonces ahí hay un hay acción privada. En alguna parte se deberían priorizar algunos fondos especiales post incendio”, plantea.
Como añade el profesor Pablo Becerra, “hay muchas especies que pueden rebrotar rápidamente después de un incendio, tienen esa adaptación biológica para poder rebrotar desde raíces o desde los mismos tocones que quedan incendiados. Entonces, la vegetación nativa leñosa, árboles y arbustos se recupera rápidamente, por lo tanto no es necesario en muchos casos reforestar. Inmediatamente después de un incendio, primero hay que evaluar”. Y agrega que también hay que “evaluar si es necesario, por ejemplo, hacer algún tipo de siembra o de hidrosiembra de especie de base, para detener procesos de erosión o incremental, lo que es la materia orgánica del suelo”.
Por otra parte, el decano Correa advierte que “mucho se ha escrito en relación a que al destruir el bosque nativo y reemplazarlo por monocultivos, se favorece la propagación del fuego. Hay que entender que el fuego y los incendios ocurren también en sistemas naturales, solo que la capacidad de un sistema multiespecies para frenar una rápida propagación del fuego es mucho mayor que un monocultivo, especialmente cuando éstas incluyen especies arbóreas resinosas y altamente combustibles (eucaliptus y pinos)”.
En términos urbanos, como afirma el profesor del Instituto de Geografía Federico Arenas, “es evidente que como país estamos al debe en materia de ordenamiento y planificación territorial, que no es otra cosa que disponer de una cierta forma de ocupación del espacio de una manera que permita, por ejemplo, reducir los riesgos de desastres de diversa índole, entre ellos, el riesgo de incendios forestales”.
Y como agrega el Premio Nacional de Geografía 2022, “no es que un ordenamiento específico vaya a impedir estos riesgos, pero sin ninguna duda puede ayudar a aminorarlos y a enfrentar de mejor manera estos desafíos que de tiempo en tiempo afectan a Chile. En este sentido, es importante hacerse las preguntas: ¿cómo debemos transformar, cómo debemos ocupar, cómo debemos reconstruir las zonas que se ven afectadas por este tipo de fenómenos, de manera tal que la solución que encontremos en cuanto a un nuevo orden nos permita justamente reducir y ojalá eliminar algunos de los riesgos principales que afectan a Chile?”.
Como afirma Luis Fuentes, director del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales, «el ordenamiento territorial es fundamental, ya que establece un marco de planificación y gestión de los usos del suelo en el territorio que debe tender a minimizar los riesgos y maximizar la protección de zonas vulnerables. A través de la zonificación puede designar áreas específicas para usos compatibles con la conservación de los bosques y la prevención de incendios. Esto incluye limitar actividades humanas potencialmente peligrosas en zonas de alto riesgo de incendio y la promoción de prácticas agrícolas y forestales sostenibles. También puede establecer zonas de amortiguación o interfases entre zonas forestales o de protección ambiental y asentamientos humanos, minimizando la propagación de eventuales incendios forestales. También es clave en el diseño y la ubicación de la infraestructura crítica (caminos, sistemas de agua y redes eléctricas) para asegurar que no contribuyan a aumentar el riesgo de incendios. Es importante para poder identificar zonas de restauración ambiental para disminuir los riesgos. La planificación urbana y el diseño de los barrios es fundamental también para minimizar los riesgos sobre todo en aquellos lugares con más vulnerabilidad».
Por su parte, el también investigador de CAPES UC, Eduardo Arellano, plantea que en la prevención, son múltiples los factores que se deben considerar: desde cómo se incorporan los riesgos de incendio dentro de los planes reguladores comunales, control de malezas y de los asentamientos ilegales, entre otras políticas públicas. Así como también agrega el profesor Becerrra, que las áreas pobladas deben considerar zonas de cortafuegos y redes de agua para que la acción de bomberos y/o Conaf sea rápida.
En términos patrimoniales, Thaise Gambarra, del Centro del Patrimonio Cultural UC, agrega que “la reconstrucción del patrimonio, en este contexto, debe considerar la recuperación y fortalecimiento de las prácticas culturales, las expresiones de solidaridad y la resiliencia comunitaria como fundamentales. Es imprescindible crear espacios que permitan a las comunidades conmemorar y recordar a las víctimas, así como iniciativas que promuevan la reconstrucción de la identidad colectiva y el patrimonio intangible que estas personas representaban”.
Asimismo, recomienda que para proteger el patrimonio cultural y natural de eventos futuros, es indispensable adoptar un enfoque preventivo y resiliente en las políticas públicas. Lo que, de acuerdo a su visión, incluye: La implementación de una gestión de riesgo integral que identifique áreas de alto riesgo de incendios y otros desastres naturales; la promoción de prácticas de uso de suelo y manejo forestal que reduzcan la vulnerabilidad a incendios, como el control de especies invasoras y la promoción de la diversidad biológica; y la integración de la conservación del patrimonio en la planificación urbana y territorial, asegurando que las medidas de protección y restauración sean consideradas en el desarrollo futuro.
Otro aspecto clave es la prevención y educación. Como afirma el profesor de Agronomía y Sistemas Naturales Horacio Gilabert e investigador del Centro UC Cambio Global, hay una labor importante que hacer en el sentido de crear una “cultura de fuego” en la población, es decir, “cuando a las personas les avisen que evacuen, no tienen que vacilar, tienen que hacerlo inmediatamente y deben tener perfectamente claro qué es lo que tienen que hacer, especialmente aquella comunidades que viven en zonas de alto riesgo”.
Como concluye el rector Ignacio Sánchez, “la reconstrucción es clave, porque hay que hacerla de manera que estas situaciones no se repitan, evitando los factores que pueden propender a que los incendios puedan ser muy difíciles de apagar y se propaguen rápidamente. En ese sentido, una adecuada reconstrucción y recuperación de los territorios, donde la academia y nuestra universidad en particular puede colaborar mucho, entregando un insumo a las autoridades, es el desafío que tenemos hoy día”.