Decadencia

Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid

La agresión, afortunadamente no consumada, de que fue objeto la ministra Camila Vallejos en Rancagua, hace sólo uno días, nos demuestra que los malos modos, la violencia común y las faltas de respeto habituales, son producto de una decadencia de la cultura cívica de los chilenos. Venga de donde venga.

No es un problema sin mayor trascendencia, sino que se trata de un claro ejemplo de que hace mella en la convivencia social, la batería de insultos y agresiones verbales que se producen a través de los medios de comunicación, sean éstos los tradicionales como los que recorren las redes sociales incontroladamente.  Medios que son usados masivamente para conseguir objetivos espurios, por políticos sin escrúpulos y por gente común y corriente, contagiados por quienes aparecen habitualmente en la televisión, en las radios, diarios y redes sociales. Unos los consideran “choros”, pero no pasan de ser unos inescrupulosos que utilizan a la gente.

Todo esto es estudiado, programado, ficticio. Porque sus creadores comenzaron en primer lugar faltando el respeto a diestra y siniestra, utilizando un lenguaje soez con gran desparpajo.  Luego, se dieron cuenta que a los políticos les venía bien la fórmula para imponer sus intenciones. Finalmente, masificaron la estrategia y, ahora, la usan para que sus viles deseos cuenten con el respaldo de la gente. Visten de farándula sus dichos y usan los medios masivos de comunicación, que controlan casi totalmente.

Comenzaron con poner sobrenombres a los líderes políticos, ofensivos, obviamente. Continuaron con mentiras y chascarros para desacreditarles. Y junto con aquello, van inventando realidades ficticias, que sólo ocurren en sus perversas mentes, con el único fin de adaptar hábitos, costumbres y dichos de la gente, en favor de sus intereses personales o de grupos.  O sea, manipulan a los sectores más vulnerables y les inducen a vivir una realidad de mentira, ocultándoles sus verdaderos objetivos.  Y si se divide la gente, mejor para ellos.

Actualmente hay una campaña del terror impresionante, vinculando al Gobierno con hechos ficticios o magnificando los verdaderos, con el fin de llevar terror a la población. Y, además, ocultan su origen y “farandulizan” lo que realmente importa.

Lo de Camila Vallejos en Rancagua muestra a una señora que no se contiene y lanza un vaso de café a la ministra. Es detenida y ella sonríe, como si hubiese hecho una “gracia”. Ella es una víctima de aquella campaña, porque asume como válida una acción violenta en contra de una autoridad que rige nuestros destinos. La autoridad agredida representa a un sector muy importante de la ciudadanía, la cual también se siente agredida. No es una “gracia” actuar así contra la democracia. Por lo demás, es un delito hacerlo contra una autoridad que estaba cumpliendo su función como ministra. Ella es Ministra Secretaria General de Gobierno y le corresponde difundir públicamente el texto del proyecto de Constitución que se somete a plebiscito dentro de dos días. O sea, la ministra estaba dando un ejemplo al entregar información cabal y necesaria a los ciudadanos, para que emitan un voto informado y convencido.

Esto es grave por su significación. No se puede tolerar acciones de este tipo, que van mostrando un camino de agresividad, cuya finalidad no es otra que la división de los chilenos.  Mentiras, chascarros inventados y faltas de respeto no son otra cosa que caldo de cultivo para la división ciudadana, la agresividad entre las partes, los enfrentamientos y la violencia desatada. La confrontación violenta demuestra incapacidad para razonar, para dialogar, para analizar y decidir adecuadamente. Y también muestra la insensatez que nos lleva a olvidar o desconocer que cuando dos se confrontan con violencia, ambos salen afectados.  Y lo más grave aún es que demostramos que, a través de esta forma de actuar y sus consecuencias, vamos retrocediendo en nuestra convivencia social y vamos aumentando los grados de decadencia moral, responsable de la paralización del progreso al cual todos tenemos derecho.