La Democracia y el Respeto

Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid

“Merluzo”, gritó uno por las calles de Chile. Y quiso ofender al Presidente de la República, sin pensar que la ofensa llegaría a afectar también a los más de 4.600.000 votantes que le dieron la victoria, el 19 de diciembre del 2021. Pero no lo logró ni lo logrará, porque “no ofende quien quiere, sino quien puede”. De seguro que quien gritó no tiene ni idea qué significa esa palabra ni de dónde proviene el sentido que se le ha dado.

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define merluzo como “hombre bobo, tonto”. Y se usa en España como un mal y agresivo gesto. Ahora lo llevaron a Chile con fines de ofensa política, basados en los dichos de un conocido locutor español, transformado en vocero de lo más ultra de la derecha de España.  En Chile lo tomaron sus colegas de ideología con el fin de atacar al Presidente de la República, contrarrestando los calificativos de “pirañas” utilizados por sus oponentes políticos, queriendo acusarles de “chupasangres”, palabra que es definida por el citado Diccionario como “Persona o entidad que explota a otras o se aprovecha de ellas”. Pero, ¿a quién le interesa la confrontación? ¿A quién le conviene la división ciudadana… ¿mientras más profunda, mejor? Que cada cual saque sus propias conclusiones, pero les aseguro que, a la gente humilde, sencilla ¡no! Porque es solidaria, es sufrida y comparte sus esperanzas con sus vecinos.

La Democracia no está para dividir, por lo tanto, no está para ofenderse o descalificarse groseramente. La Democracia, como ya lo hemos dicho muchas veces, es el mejor sistema de convivencia social que ha adoptado la Humanidad para avanzar en forma ordenada, libre, igualitaria y en paz. Entonces, las descalificaciones y la utilización mal intencionada de calificativos, no tienen cabida en este sistema de convivencia. Porque demuestran carencia de argumentos e intentan proteger intereses menores.

La Democracia abre las puertas para el intercambio de ideas, para analizar las realidades y mejorarlas en forma tal que beneficie a las grandes mayorías sociales. Es la vía para el uso de la palabra como medio para expresar iniciativas, para intercambiarlas, incluso para convencer al oponente de las bondades de sus aportes. No sirven las que no ofrecen alternativas para una salida positiva al entrevero dialéctico.  Sirve el uso de la inteligencia, mediante la palabra que envuelve ideas.

A nivel político, los Partidos surgieron como las organizaciones necesarias para encauzar modelos de desarrollo social, de canalizar intereses comunes provenientes de las distintas sensibilidades que surgen desde la sociedad. Crecieron con gente que se sentía representada por esas organizaciones. Y de ahí aparecieron los líderes que mejor expresaban tales ideas.  Deben funcionar con líderes que logran concitar confianzas. Hoy están en horas bajas, disminuidos y perdiendo credibilidad.

Las ofensas, la descalificación gratuita y mal intencionada, sólo consiguen confrontar a sectores antagónicos, transformándolos en enemigos irreconciliables. Es una confrontación destructiva, porque los que confrontan salen siempre dañados. No hay progreso, sino retroceso en la convivencia social. Se detiene el desarrollo y se empeoran las formas de vida.

Como consecuencia de todo esto, debemos pensar en grande, con altura de miras y con sentido común. Las mayorías tienen la obligación de cumplir sus compromisos contraídos con los ciudadanos que les votan. Y deben respetar a las minorías. Por su parte, las minorías deben acatar la voz del pueblo en su decisión democrática y deben asumir un papel de fiscalización cautelando los intereses generales. Incluso, pensando en positivo, una oposición inteligente también puede aportar ideas que ayuden a solucionar los grandes problemas de la sociedad.  Con ello se gana en credibilidad.

Son minorías porque no alcanzan la suficiente confianza de la gente y sus ideas no convencen a quienes deciden en democracia, que son los ciudadanos. Para revertir tal situación, deben esforzarse por alcanzar la necesaria confianza mediante aportes positivos, sin mentiras.  Eso proyecta una buena imagen.

Por lo tanto, debemos ejercer una política constructiva. Con malos modos, ofensas y confrontaciones tensionales, no se llega más que al desprestigio y al fracaso.