El mundo en crisis

Por Miguel Ángel San Martín. Periodista, desde Madrid.

El mundo está viviendo una profunda y peligrosa crisis. Muchos hablan de que estamos a las puertas de la Tercera Guerra Mundial. Otros, incluso, afirman que ya la estamos viviendo.  Yo me mantengo en lo que, desde hace muchos años, vengo afirmando: “Las guerras son la derrota de la inteligencia”.

No sólo lo creo, sino que lo afirmo, puesto que el ser humano tiene un elemento fundamental que lo distingue de todos los seres vivos de este convulso globo terráqueo, que es el cerebro, es su capacidad para razonar, para solucionar problemas mediante el análisis, mediante el diálogo, para lo cual usa la palabra. En fin, sigo afirmando que la violencia genera más violencia, porque la reacción natural de los seres vivos primarios es responder con igual o más violencia, cada vez que son atacados. Pero, repito, nosotros somos seres pensantes, inteligentes.

La guerra significa que es una respuesta de unos contra otros, porque los otros le agredieron primero. Y aparece la sangre cubriendo los caminos y la destrucción de lo que el mismo hombre ha construido para su bienestar, para su vida en constante evolución. La realidad es que siempre hemos tenido guerras, chicas o grandes, pero todas ellas con los mismos resultados: muerte, destrucción, salvajismo. Ante esto, el razonamiento de la inteligencia ha sido marcar unos límites a esta violencia desatada. No se puede usar productos químicos degradantes ni usar una fuerza desmedida, abusando de un poderío bélico muy superior. Pero, repito, por muy razonadas que sean las advertencias, los resultados de las confrontaciones son siempre las mismas: muerte y destrucción.

Nos envuelve mucho terror y demasiada burocracia para solucionar estos problemas tan graves. Por ejemplo, un país poderoso militarmente, invade a otro con menor poderío, bajo el argumento de que puede ser una amenaza ya que tienen fronteras comunes e ideologías diferentes. Y la comunidad internacional intenta separarles, pero no puede. Hay demasiados intereses en juego. Desde los que están marcados por el comercio de la guerra, es decir las armas y la violencia, hasta los intereses de las medicinas, la re-construcción y el de las riquezas que se comercializan entre países. O sea, mientras un conflicto bélico se mantenga por más tiempo, mejor para esos intereses particulares o de grupos. Estos mismos son los que presionan para que no se encuentran las soluciones por la vía del diálogo, de los consensos, del entendimiento y, finalmente, de la paz.

Además de la invasión, hay otros que responden con una fuerza inusitada, desproporcionada, ante una provocación sin sentido, realizada por un grupo minoritario. O sea, cuando a una muestra de fanática impotencia se le responde con una violencia descomunal, masiva, indiscriminada, se está dejando en evidencia la sinrazón más evidente. Y el resultado es el ya señalado, demasiado conocido: muerte y destrucción.

Todo ya es sabido, pero seguimos tropezando con lo mismo. Es como si regresáramos a la edad salvaje de las cavernas, al primitivismo, a la brutal sinrazón. Y lo peor: la evolución nos ha llevado a desarrollar armas brutales, que estamos dispuestos a utilizarlas al primer gesto de beligerancia.  Que hemos avanzado en otros sectores de la vida, no se puede negar, es un si contundente. Pero que se sigue matando y muriendo, destruyendo y avasallando, también es evidente. Se impone el poder del dinero, de la corrupción, de la prepotencia y de las ansias de dominar.

Hemos creado instancias de solución a los problemas que nos afectan. Y ha sido un gesto evidente de inteligencia. Miles de personas al servicio del entendimiento mutuo, de la comprensión, del desarrollo. Sin embargo, vemos que todo se convierte en papel mojado cuando enfrentamos una realidad tan compleja como la que estamos viviendo.

Entonces, creo que debemos alzar nuestras voces los que dialogamos, razonamos y que buscamos sin descanso formas de una convivencia pacífica.  Abrimos nuestras mentes para encontrar las palabras justas y poder conseguir entendimientos pacíficos. Abrimos nuestros corazones para aportar esperanzas a nuestras propuestas y convencer con la mano tendida.  Somos unos convencidos de que tenemos la razón en cuanto a defender la vida humana. Y que tenemos la razón en que no debemos desmayar en la búsqueda de los consensos que permitan eliminar a los intolerantes, a los fanáticos, a los que se creen emperadores de realidades que existen sólo en sus cabezas calenturientas, a los matones que no trepidan en utilizar la muerte y la destrucción para conseguir sus mezquinos intereses.

Tenemos que exigir que las instituciones creadas para mantener la paz y el entendimiento actúen en consecuencia, para que se detenga esta escalada bélica que sólo nos trae muerte y destrucción.

 

Imagen/ UNICEF