Esa mañana intenté cruzar la Panamericana para ir al otro lado a la panadería, pero no era posible. Soldados arriba de vehículos artillados se dirigían de sur a norte. Vivíamos en una población, la Clara Estrella, yo tenía 10 años.
Volví a casa y con prontitud le dije a mi mamá que no se podía pasar, que el cuidador de una pasarela que estaban construyendo nos mandó de regreso. Sintonizó la radio que acompañaba en la cocina, prontamente se escuchó la despedida del Presidente Salvador Allende. Mi madre lloró, nunca la había visto llorar.
Mi padre había pasado a dejar a mis hermanas al Liceo 8, en San Miguel, y había seguido hasta el Ministerio de Defensa, donde tenía su oficina. Era empleado civil de la FACH y estudiaba pedagogía en inglés en la Universidad Católica. No supimos de él hasta tarde, por un vecino que nos avisó que estaba bien.
Ese día amaneció nublado y por la tarde comenzó una lluvia leve, el cielo lloraba también. Sonaba «Daniel», de Elton John, una melancólica y triste canción que me ha acompañado estos 50 años.
Más temprano un francotirador disparó sobre mi cabeza, escondido en un pasaje y yo asomándome a ver qué ocurría afuera. El olor de la pólvora también lo recuerdo, como el zumbido de la bala. Solo alcancé a divisarlo por su uniforme azul.
Tuve suerte, mi madre me hizo entrar a casa y en un Jeep, una patrulla advirtió que estuviésemos adentro y ojalá bajo las camas. Ahí comprendimos de qué se trataba un golpe de Estado.
Más tarde, una vecina dueña de un almacén salió con una bandera a festejar la caída de Allende. Otro vecino le enrostró sobre la supuesta entrega pronto del poder a la Democracia Cristiana: «Esto, espérense no más, los milicos van a estar muchos años, va a pasar como en España».
Esa tarde alcanzamos a ver el incendio de La Moneda y comenzó a llover. Se cortó la electricidad y llegaban confusas versiones sobre la suerte de Allende. Todo lo que transmitían las radios eran bandos militares y música. La televisión transmitía desde las 4 de la tarde y hasta las 24.00 horas.
Años después conocí a Manuel «Mono» Martínez, quien filmó una de las tomas del bombardeo de La Moneda desde el hotel Carrera. Los aviones dejaban caer los rockets y alzaban vuelo en ascenso hasta perderse, por eso nunca los vieron desde Santiago sur, me explicaba.
Para nosotros, en la población, el Golpe fue de inmediato dividirse entre los demócratas y los derechistas. Ese sello no ha desaparecido hasta el día de hoy. Ya murieron casi todos los que fundaron la Clara Estrella, más nunca volvimos a ser los de antes.
Mi padre renunció a la FACH el 30 de septiembre de 1973. Pintó el Impala de taxi y así, junto a mi madre criaron 5 hijos. El año 1974 se tituló de Profesor de Inglés y dos años después, mi madre se graduó de Cosmetóloga. Ella había llegado 20 años antes desde Chillán para ser modista de la familia Morandé.
El socialismo estaba derrotado, pero nunca vencido. Los hermanos y hermanas llevamos el legado de compromiso con los demás, tenemos una vida austera, todos nos formamos profesionalmente y, más de alguno, ha sido dirigente, desde presidente de curso hasta en colegios profesionales, sindicatos o en el club deportivo.
El socialismo estaba derrotado, pero nunca vencido.
«You eyes have died, but you see more than I…»
«Must be the clouds in my eyes…»
Elton John
Imagen: Uncredited/AP Photo/picture alliance