Por Sergio Velasco de la Cerda
“Los caminos de paz no se hacen bajo el auspicio de la impunidad”, (Luis C. Naves)
¡Carmen, sácame de aquí, ahora. ¡Me están matando!
Eduardo Frei Montalva lanzó su último grito desgarrador, que emanó de su garganta, en su débil estado.
Falleció, en extrañas circunstancias después de una segunda intervención, producto de la septicemia generalizada, el 25 de enero de 1982. Tras una cruel agonía.
No quiso ir a operarse fuera de su amado país, un craso error. Justificaba que en Chile existen excelentes cirujanos, en la especialidad que sufría: la hernia al hiato.
Se internó en la misma clínica donde falleció Pablo Neruda, a los inicios del fatídico golpe de Estado, cuya muerte es causa de otra investigación que aún permanece en una nebulosa total.
Ambos terminaron sus días en manos de agentes de la CNI, como tantos otros opositores al régimen dictatorial. Los atentados a Bernardo Leighton y a su esposa Anita Fresno, en Roma; Orlando Letelier y su secretaria Ronni Moffitt, en Washington; al excomandante en jefe del Ejército general Carlos Prats y su esposa, Sofía Cuthbert, en Buenos Aires, encabezan la larga es la lista de dirigentes sociales, sindicales, pobladores y universitarios asesinados.
Carmen, su hija, en democracia tuvo que esperar 20 años para denunciar el asesinato de su padre, al recibir una anónima información sobre los procedimientos médicos seguidos por manos extrañas, amparados durante las largas noches obscuras sufridas en esa clínica.
Eduardo Frei estaba sentenciado mucho antes de operarse, su figura era reconocida en el mundo. Miembro de la comisión “Este-Oeste” creada por el canciller alemán Willy Brandt, le permitía viajar al extranjero, donde era entrevistado sobre las graves violaciones a los Derechos Humanos que ocurrían en todo el territorio nacional.
El 23 de noviembre de 1979 convocó a una reunión para dar cuenta de sus gestiones, en el sindicato Sumar, presidido por Manuel Bustos. La policía impidió este pacífico encuentro con una represión brutal.
Un total de 110 jóvenes, hombres y mujeres de San Antonio, fuimos detenidos, en las puertas de su casa Hindenburg 683, trasladados a la 1ª. comisaria de carabineros donde nos vejaron y fuimos golpeados, encarcelados y amenazados de ser relegados a distintas y distantes regiones del país.
Frei coloca un recurso de amparo en la Corte de Apelaciones. Es el número1010, el único que es tomado en cuenta, de 30.000 que la Vicaría de la Solidaridad interpuso a favor de los detenidos desaparecidos, sin resultado alguno.
Lo peor estuvo por venir. El 27 de agosto de 1980, encabezó la oposición a la espuria constitución que presentó el régimen cívico- militar. El “Caupolicanazo» selló sus días. Los esbirros de la CNI tenían que proceder a eliminarlo. Nada más propicio que la Clínica Santa María, donde contaban con todo a su favor, para concretar las siniestras órdenes recibidas del alto mando.
Augusto Pinochet y Humberto Gordon lograron su objetivo. Se deshicieron del líder que unió a la oposición, la cual entendió que los caminos de paz se logran a pesar de las legítimas diferencias, por el bien del país.
A 50 años del Golpe Militar, la Corte Suprema dicta sentencia inapelable. No hay suficientes pruebas concluyentes, absolviendo a todos los condenados por el juez Alejandro Madrid, el crimen finalmente quedó impune.
Fallo que hay que acatar, pero imposible de compartir.