A 50 años del golpe militar de 1973 conviene recordar el viejo refrán de aquello que “por conocido se calla, y por callado se olvida”. Eso ha pasado en el país con la tensión ética de la profesión militar, luego de violaciones de derechos humanos contra ciudadanos de su propio país, lo que aún repercuten en el prestigio de las FFAA de Chile, pese a tener varias generaciones de relevo en su contingente. Ese silencio y omisión es lo que motiva esta columna.
El 16 de julio, el Diario El Mostrador publicó su Editorial “Ética Militar Republicana”, que analiza dos hechos ocurridos en semanas o meses anteriores relativos al sector Defensa. El primero, el documento “Reflexión sobre las actuaciones del Ejército y sus integrantes en los últimos 50 años y sus efectos en el ethos militar”, de marzo de 2022, publicado bajo la firma del CJ del Ejército® Ricardo Martínez Menanteux. El otro, las declaraciones del CJ de la Armada, Almirante Juan Andrés de la Maza en un acto conmemorativo en Isla Dawson, un campo de concentración de presos políticos. Según el Editorial, se trata de hechos de alta relevancia doctrinaria y simbólica positivas para la democracia, en medio de un ambiente polarizado por la conmemoración de los 50 años del golpe de estado de 1973 y una señal de futuro.
El 4 de agosto, una columna de Richard Kouyoumdjian Inglis, vicepresidente de Athena Lab una ONG de temas de defensa y ex oficial de la Armada de Chile, agradece a El Mostrador el Editorial, porque, dice, “nos permite profundizar en lo que es la ética militar, si es que ella existe separada de la ética general y, de haberla”, dice, “cómo se entiende su aplicación en el ámbito de conceptos republicanos tales como la democracia representativa, los balances y contrapesos de la organización política de Chile, y las relaciones entre las instituciones militares y los poderes del Estado”.
Es curiosa la visión instrumental e ideológica sobre la ética militar de alguien con formación militar como Kouyoumdjian (1986-1994). Para él, la ética militar no existe como base del funcionamiento profesional de las FFAA y, si llegara a existir (duda), habría que (condicional) analizar su relación con “conceptos republicanos tales como…” y enumera los elementos genéricos subrayados en el párrafo anterior.
Su advertencia minimiza el valor de los hechos citados en el Editorial y cuestiona el enfoque. Así, de manera subrepticia, relativiza los principios de honor y verdad que deben modelar el comportamiento de los militares en democracia, y desconoce el valor institucional que tienen los juicios de doctrina que emiten los más altos mandos militares en el ejercicio de sus cargos. Todo para desmerecer lo positivo que el Editorial destaca: ser un tema nunca abordado con franqueza por las FFAA como institución, las que mantienen una deuda de verdad y responsabilidad por lo ocurrido.
En su columna Kouyoumdjian omite cosas para darle coherencia a sus argumentos. Sostiene que las “reflexiones del general Martínez son personales, aunque las publica siendo comandante en Jefe, pero que no por ello constituyen un documento oficial del Ejército de Chile; y valen lo que son, es decir, solo su opinión razonada. “Si alguien esperaba, dice, que pasara a ser material de estudio de los militares en formación, o de la doctrina institucional, está equivocado.”
El documento que lleva la firma del general® Martínez de manera reiterada señala que fue elaborado para “contextualizar el ejercicio del mando y hacer del Ejército una mejor institución”. Y dice que fue consultado y elaborado con todo el alto mando durante meses y, como corresponde en una institución jerarquizada, firmado por el CJ en ejercicio bajo su mando y responsabilidad. Por tanto, no son reflexiones personales sino la interpretación doctrinaria del mando y deben ser consideradas como material institucional. Ello a menos que el Alto Mando o el Gobierno determine de manera formal y argumentada que es un material privado, no apto para fines de estudio. El valor histórico ya lo tiene por las consideraciones que hace sobre el golpe militar, la caravana de la muerte y las actuaciones de Augusto Pinochet en los años 90.
Por su parte, las declaraciones del Almirante Juan Andrés de la Maza en Isla Dawson Kouyoumdjian considera que “buscan cerrar un capítulo …” y su novedad estriba en quien las hace “pero en sí mismas, es decir, en el fondo, no tienen nada de extraordinarias y son bastante obvias”. De manera insólita agrega que “El Ejército, la marina de guerra y la Fuerza Aérea no tienen ninguna intención de repetirse el plato”, en referencia al golpe de Estado de 1973.
Es decir, para él todo es personal y anecdótico. No existe ética militar en la profesión en que se formó, y duda que el golpe de 1973 o lo editorializado genere o haya generado tensión al interior de las FFAA. Concluye que “la única fuente de tensión se produce cuando las tareas y roles que les asignan los conductores políticos de la Defensa Nacional pasan de ser situaciones de excepción (…) a situaciones cotidianas de carácter casi permanente y que las desvían de su quehacer profesional principal”.
La obediencia militar, es el centro de la ética militar. No es ciega, es debida, y tiene siempre al que manda como referente principal. A nadie le está permitido hacer algo inmoral ni puede ser obligado a lo imposible. Las FFAA están entrenadas para cumplir tareas que implican reacciones inmediatas y obedientes ante un superior. Hay quienes dicen que es incorrecto introducir consideraciones morales en la estructura de una orden pues ello no tiene en cuenta la naturaleza de la profesión militar ni el significado de una orden en una institución armada. Pero la obediencia instantánea que se espera de un soldado es perfectamente compatible con negarse a hacer algo inmoral. Y no todas las órdenes requieren reacción inmediata. Normalmente se derivan a espacios operativos menores con grados de discrecionalidad a los ejecutores que obligan a pensar en los medios más apropiados. En ese momento aparece la formación integral del oficial, su profesionalidad, su capacidad de mando y liderazgo, y su formación moral. Es inmoral ordenar lo imposible o la comisión de un delito. El automatismo irracional es lo contrario a la contención, el honor y la eficiencia de la profesión militar. En cambio, la razón y la moral pueden empujar al heroísmo. La máxima del mando es tomar el liderazgo y nunca ordenar a los subordinados hacer lo que ellos mismos no harían en situación similar, por ejemplo, torturar o hacer desaparecer personas.
La percepción negativa de la ciudadanía sobre los estándares éticos de las FFAA en los años que siguieron al golpe de Estado en 1973, y que los CJ del Ejército y la Armada esta vez no omiten, es un tema ético mayor, porque nunca hasta ahora las instituciones han asumido que los mandos de la época presionaron por una obediencia irracional y tuvieron actitudes inmorales como la Caravana de la Muerte, expresamente mencionada por el general Martínez.
En ética militar es crucial la habilidad de distinguir entre lo que es honorable y lo que es vergonzoso, y darle sentido al deber militar y al honor militar, en el país al que se sirve.
Un militar norteamericano, el coronel Richard Szafranski (BA, Florida State University; MA, Central Michigan University primer profesor titular de la cátedra de Estrategia Militar Nacional en el Colegio de Guerra Aérea, Base Aérea Maxwell, Alabama, y con nutrida historia militar y docente) señala sobre ética militar: “Nuestras obligaciones como combatientes son tan grandes que, si no somos capaces de llevar cargas livianas, perderemos la confianza para encargarnos de las pesadas. Como combatientes tenemos en nuestras manos los medios para despojar a otros de su verdadero ser. Esta es la esencia de nuestro negocio. ¿Cómo las madres y padres americanos pueden confiar en mí la vida de sus hijos si no puedo explicarles la diferencia entre la sobriedad y la borrachera o entre el ejercicio legal de la autoridad y su abuso? ( Home Page de Air & Space Power Journal)”
Esto es lo que Chile nunca ha debatido. Asesinar o hacer desaparecer personas, sin memoria ni contrición institucional, ciudadanos hijos del país por el que supuestamente se está dispuesto a morir, es un acto inmoral e invoca un debate sobre la ética de las instituciones militares. Kouyoumdjian confunde esto con el juramento a la Bandera, o derechamente dice que ello es episódico.
De prevalecer tal confusión, caeríamos en una embriaguez pública que justifique como normales los actos militares abusivos o ilegales, como expresión de individuos sin moral, mientras la institución permanece impoluta. Ello induce, tarde o temprano, a un comportamiento malicioso u oportunista y termina en desprestigio de las FFAA.
En ello está el valor de lo dicho por los CJ del Ejército y la Armada. Capaces de encarar de verdad una “primera vez” y abrir perspectivas y caminos frente a los problemas que el país arrastra desde hace 50 años. Nada es personal u obvio cuando ellos hablan desde sus cargos, sino regla de conducta para la profesión militar. Eso es lo que niega Kouyoumdjian en su columna.