La hora final

Por Sergio Velasco de la Cerda

Don Manuel Araya Osorio, se fue dónde van los más. Quizás con una tarea inconclusa, la que asumió en contra de muchos obstáculos, a sabiendas que sería víctima de bajas pasiones.

Hombre valiente, pero sencillo, cuya principal misión era cuidar y proteger a su numerosa familia, venida del campo, asentó sus reales en su querida ciudad-puerto de San Antonio.

Autodidacta, destacaba por su amplia cultura universal, permitiéndole compartir de los temas más diversos y de actualidad. Siempre en busca de la verdad, para beneficio de los demás, aquellos que menos tenían, a los que dedicó su vida por lo cual aprendió a luchar.

La sana filosofía que le envolvía trataba siempre de entregarla con generosidad a todos los que le querían escuchar. Un conversador incansable. Su posición política fue siempre clara y definida, era un trabajador de izquierda, nadie podía ponerlo en duda.

Sin quererlo le tocó ser parte de un escenario atroz. La historia tiene distintos caminos que recorre el ser humano, el destino lo puso frente al obrero de las letras chilenas. Desde muy joven, acompañó al vate nacional, al poeta incomparable, Neftalí Reyes Basualto, fue su secretario, fiel amigo y confidente, chofer experimentado. Conocedor de las mínimas necesidades del Premio Nobel de Literatura: ganándose el aprecio y la amistad por siempre.

Maldijo mil veces el aciago día que le tocó trasladar desde su residencia en Isla Negra, a don Pablo Neruda a la clínica, donde misteriosamente fallece. La duda siempre quedó clavada, como las espinas de Cristo en su corazón.

Hecho que el jamás aceptó. Se cumplirán los 50 años de golpe cívico-militar que lo marcó para siempre. Pronto saldrá la verdad de su osada denuncia, que movió y conmovió al mundo de la cultura. Se lleva a la tumba, saber que no fue su “compañero” el único que murió envenenado, por siniestras órdenes superiores de la dictadura.

La prensa en América le reconoce en esta despedida. Hoy lo llevaremos bajo la lluvia en San Antonio, llegó la hora. ¡Gracias, Don Manuel!