EDITORIAL: La ignorancia no es pecado

La presidenta del Consejo Constitucional, Beatriz Hevia, señaló en TVN que como «yo nací el año ’92, creo que referirme a hechos que no viví, que no conozco en detalle, no tiene sentido», al negarse a responder sobre violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar.

Esta sentencia de una autoridad que está llamada a liderar un proceso que debería reemplazar la Constitución de 1980, ha sido criticada por el oficialismo parlamentario y por las redes sociales, pero la consejera dice tener sus razones para no pronunciarse. Primero, sostiene que junto al vicepresidente socialista Aldo Valle tienen la misión de sacar adelante un proceso y, segundo, consensuar un texto constitucional que mire hacia adelante, sin atrincherar a nadie con una opinión.

Es razonable pensar que se trata de una opinión genuina, que la misión que tienen junto a Aldo Valle sea la de sacar adelante un texto, pero ello nada tiene que ver con los principios establecidos en 1948 en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Beatriz Hevia, además dijo que referirse a hechos que no vivió no tiene sentido. El comandante en jefe de la Armada tenía 9 años para el Golpe de Estado, era un niño que, aunque tenía uso de razón, más bien estaba al margen de los acontecimientos del 11 de septiembre de 1973. Ello no fue óbice para que declarase hace unos días (su deseo) que «nunca más» se produjeran hechos como los que hubo «en Chile ni en el mundo».

Los derechos humanos, dice la Declaración, son universales, inalienables, irrenunciables, imprescriptibles e indivisibles. Bastaba esto para responder desde el derecho, como abogada que es, la presidenta del Consejo Constitucional. Bastaba decir que la mayor herencia que le podemos dejar a las nuevas generaciones es que no se repitan las violaciones a los derechos humanos. Cuando se le preguntó si consideraba a Augusto Pinochet un «estadista», bastaba con decir que ella tiene un juicio que no lo comenta, pero sostener que como «nació el ’92 no lo conoce en detalle», la deja como ignorante, lo que no es pecado.

En Chile tenemos una presidenta a cargo de dirigir un proceso constitucional que tiene 30 años, que no conoce sobre el arte de la política. Tenemos un Presidente de la República que fue elegido con 35 años (hoy tiene 37), quien ha ido aprendiendo porrazo tras porrazo. El más maduro es el presidente de la Cámara de Diputados, Vlado Mirósevic, quien tiene 36 años.

Esta gente joven es la que ocupó la posta de los setentones, saltándose la de los cincuentones que estuvieron ad portas del poder o fueron quedando postergados. Muchos alcaldes y alcaldesas no habían sido elegidos sin el límite de 12 años que impuso la ley para cargos de representación popular, y esos cargos los ocuparon personas sin experiencia, pero hasta ahora han demostrado que -salvo casos excepcionales- al menos no están capturados por la corrupción.

El inexcusable caso es el de la ignorancia. No saber qué pasó en Chile, una abogada, no tiene perdón de Dios. Estas personas que dicen tener valores, pues deberían demostrarlos, ser ejemplo de virtud, no esconderse detrás de «como yo no había nacido, no me pregunten». Y esto vale para republicanos y comunistas, los derechos humanos parten por reconocer la dignidad humana. Creo que son contados con los dedos de una mano los que saben cuántos artículos tiene la Declaración Universal de Derechos Humanos.

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