Éramos «sudaquitas»

Por Miguel Ángel San Martín, especial desde Madrid

España no es racista, pero hay racismo. Y lo peor es que va creciendo y, quienes tienen y pueden adoptar medidas para combatirlo, han sido insuficientes en lo que han hecho o, simplemente, no han hecho nada.

La gota que ha llenado el vaso lleva el nombre de un talentoso futbolista negro, brasileño, llamado Vinicius José Praixäo de Oliveira Junior, delantero del Real Madrid. Por su calidad como futbolista y el color de su piel, en los estadios de la geografía hispana le gritan masivamente ofensas durante todos los partidos.

Hace unos días se produjo en el Estadio de Mestalla, en Valencia, el hecho más lamentable, incluso podría calificarlo de dramático. Desde la llegada del bus del Real Madrid al edificio donde están los camarines, miles de aficionados del Valencia comenzaron a gritarle a Vinicius. El propio jugador intentó aislarse poniéndose unos enormes audífonos, lo cual le impedía la convivencia a este muchacho de 22 años de edad. Y eso no sólo es injusto, sino que también censurable.

Luego, dentro del estadio, desde la grada que lleva el nombre del argentino Mario Alberto Kempes, se escuchó casi en forma permanente la misma canción racista. El muchacho no aguantó más y estalló. Quiso irse del estadio, salir arrancando, pero sus compañeros y rivales le convencieron de que permaneciera en el terreno de juego.

Ya en las postrimerías del partido enfrentó a los ultras valencianos. Nuevamente los jugadores de ambos equipos fueron a sacarlo de allí. Entonces se produjo un forcejeo violento y el joven brasileño golpeó a un rival. Le valió la tarjeta roja de la expulsión. Luego se practicó la revisión del VAR y se constató que el árbitro sólo vio la imagen congelada de Vinicius golpeando al rival, pero no recibió las imágenes previas, donde se ve con claridad de que también había sido golpeado y zarandeado. Nada más terminar el partido, el Real Madrid protestó.

La denuncia del hecho racista se expandió como reguero de pólvora por todo el país. Luego trascendió fronteras y se transformó en un hecho de connotación internacional. El Presidente brasileño, Lula da Silva, protestó en la  reunión del G7, en Hiroshima. Las luces del Cristo Redentor, uno de los principales símbolos de Brasil, se apagaron en señal de solidaridad con Vinicius, mientras se prendía un sentimiento anti español en aquel país sudamericano.

La ola internacional ha llegado a las Naciones Unidas y desde los estamentos de Derechos Humanos ha surgido una declaración exigiendo la adopción de medidas para que nunca más en los estadios del mundo se oigan estas demostraciones de odio xenófobo. La FIFA también reaccionó. La condena se ha hecho universal.

Aunque el Real Madrid perdió ese partido con el Valencia, jugando mal, el entrenador del Real Madrid, el italiano Carlo Ancelotti, habló más del hecho racista que del pobre partido de los merengues. El estratega manifestó su apoyo al muchacho y apuntó que esta es una oportunidad que se debe aprovechar para erradicar de una vez la pasiva actitud de las autoridades en los estadios, donde la gente grita lo que quiere y ofende a los jugadores con evidentes demostraciones de racismo.

Existe una Ley en España que sanciona este tipo de acciones. Pero se aplica muy poco, casi nada. Curiosamente, y a raíz de estos hechos, la policía informó con rapidez que había efectuado siete detenciones, tres en Valencia y cuatro en Madrid, de individuos que habían protagonizado hechos racistas en los campos deportivos. Los tres de Valencia prestaron declaración y fueron puestos en libertad en espera del proceso correspondiente. Los cuatro de Madrid aparecen como responsables de haber puesto en enero pasado, en un puente del centro de Madrid, un muñeco negro colgado del cuello, vestido con la camiseta de Vinicius, y una pancarta que decía “Madrid odia al Real”.

“España no es racista, pero hay racismo”, afirmó Ancelotti. Yo mismo lo ratifico, porque cuando llegué a este país en 1978, recibí el calificativo de “sudaca” con ánimo de desacreditarme. Junto con otros chilenos consideramos que eran resabios del franquismo, por lo cual les contestábamos que, “efectivamente, somos sudaquitas”, en forma simpática, contraria a lo que buscaban los provocadores.

Conclusión: hay una minoría que pretende implantar una división social, una polarización de la sociedad, con otros fines absolutamente censurables. Y, como son una minoría, la razón mayoritaria se impondrá finalmente.

 

Fotografía: EFE