Por Miguel Ángel San Martín desde Madrid
El pasado lunes, horas después de conocerse oficialmente los resultados en Chile de las elecciones de los nuevos convencionales que van a redactar la Constitución, escribí desde mi perspectiva personal, un artículo que consideré necesario. Como recurría a mi experiencia vivida durante gran parte de mi vida, marcada por el Golpe de Estado de 1973, dirigí mi mensaje en forma personalizada, a mis amigos y a conocidos. En el documento pedía unidad de acción a la gente de izquierda, calma para analizar la nueva situación y practicar con ecuanimidad la necesaria y profunda autocrítica.
Muchos de quienes lo leyeron me pidieron que lo hiciera público, que masificara mi escrito a través de las redes sociales. Y así lo hice. La respuesta ha sido generosa, amplia y muy clara. Un mensaje urgente y condicionado por una derrota más que elocuente, se ha convertido en un debate sincero, amplio y generoso, que va creciendo poco a poco. Y más me ha sorprendido el nivel de quienes comienzan a expresar su opinión, a través de las mismas redes sociales, con una claridad destacable y una generosidad elocuente.
Eso es, precisamente, lo que necesitamos. Abrir un debate sincero, sin recriminaciones mutuas y con una transversalidad que sume. Pero, además, con un realismo que nos permita enfrentar con éxito la nueva situación que se nos presenta. Necesitamos algo muy profundo y, sobre todo, muy realista. Algo que nos motive y nos reagrupe en torno a ideas de Estado, con un programa posibilista, realizable entre todos, sin traumas y sin exclusiones. Un proyecto integrador que priorice las soluciones de los problemas que agobian a la inmensa mayoría del país.
No se trata de un proceso de verdadera catarsis generalizada, sino un momento crucial de nuestra Historia Patria, en que todos debemos analizar el por qué hemos llegado a una situación tan complicada, con una polarización peligrosa de la sociedad y sin salidas consensuadas e inteligentes para volver a caminar por una Democracia estable, fuerte y contundente.
Necesitamos que, a través del diálogo participativo y del sentido autocrítico leal, seamos capaces de recuperar nuestras organizaciones sociales y políticas, con trabajadores e intelectuales dispuestos a entregar sus mejores aportes. No solo se trata de recuperar la capacidad general organizativa de la sociedad, sino también estimular y canalizar la participación activa de la gente a través de dichas organizaciones.
Es imperativo reconocer los nuevos liderazgos que se necesitan en la hora presente y es, justamente, en la participación abierta y sincera donde aflorarán los nuevos talentos que se convertirán en líderes confiables, potentes y preparados que necesitamos. No es un proceso rápido y a corto plazo, pero en el seno de las organizaciones sociales y políticas, hoy tan alicaídas y desorientadas, se irán forjando quienes serán los encargados de dirigir los destinos de nuestro país.
También se debe hacer imperativo que el pensamiento mayoritario le dé sentido a la acción y que oriente a las grandes mayorías nacionales en torno a objetivos comunes y amplios, perfilados mediante un posibilismo político sin engaños ni ilusiones irrealizables.
Sobre todo, no podemos ni debemos caer en la desesperanza, en el negativismo, ni en la confrontación destructiva. Reitero que debemos estar unidos para ayudarnos los unos a los otros para levantarnos con nuevos bríos, sabiendo que todo esto son lecciones que debemos aprender.
Y, para que lo entiendan quienes hoy celebran, que deban comprender lo que significa el dicho popular que “otra cosa es con guitarra”. En democracia real, se gobierna para y por todos, hay una lucha política importante y el diálogo inteligente es la clave para una salida urgente, necesaria y en paz.
Por lo tanto, creo firmemente que debemos escucharnos mutuamente. Debemos expresar nuestras ideas y definir nuestras preocupaciones. Elegir a nuestros líderes con confianza y apoyarles en su gestión. La lealtad con el pueblo de Chile es una necesidad imperiosa en la hora presente. Y debemos pensar en grande, por y para todos, sin exclusiones, con integración real y efectiva, porque en Chile no sobra nadie.
La tolerancia es un bien necesario. El respeto mutuo es una obligación permanente. Con tales valores en la prioridad, hagamos entonces la necesaria autocrítica, identifiquemos nuestros errores y practiquemos el diálogo con ideas que nos permitan avanzar con decisión llevando las banderas de la justicia, la equidad y el progreso, con la dignidad que necesitamos y merecemos.