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    El silenciamiento de la justicia

    La Mesa de Desenfoque

     En medio de la avalancha de promesas electorales vacías y el gélido ambiente de indiferencia moral sobre la crisis institucional que se cierne sobre el país, parece indispensable detenerse un momento a razonar sobre la responsabilidad de todos ante esta situación. El texto que sigue, de profundo contenido ético, sirve para ello. Fue tomado del blog www.caso curauma.cl y se reproduce entero.

    “Martin Luther King Jr. advirtió que «al final, no recordaremos las palabras de nuestros enemigos, sino el silencio de nuestros amigos.»

    Esa frase, tantas veces citada, conserva una actualidad perturbadora. No describe solo el miedo ante la injusticia, sino algo más hondo: la costumbre de mirar hacia otro lado, el hábito de callar para no incomodar.

    El profesor Gerardo Castillo, en su artículo «El silencio de los buenos», publicado por la Universidad de Navarra en 2022, retoma esa advertencia para denunciar una epidemia moral: la pasividad de los justos. Escribe que «los malvados hablan y bien alto, mientras los hombres buenos creen que ser correctos es callar.» En su diagnóstico, el mal no avanza solo por la audacia de quienes lo practican, sino por la resignación de quienes lo toleran.

    Esa reflexión no pertenece sólo al ámbito personal o religioso; es también política y civilizatoria. Chile vive desde hace años bajo una sombra de desconfianza institucional que no surge de la violencia visible, sino de la omisión persistente. Abusos financieros, colusiones, privilegios judiciales o decisiones administrativas corruptas se repiten con una regularidad que ha dejado de escandalizar.

    El Caso Curauma, ejemplo entre muchos, muestra cómo esa pasividad se convierte en sistema. Cuando los organismos que deben fiscalizar no lo hacen, cuando los jueces miran hacia otro lado, cuando los medios callan y los ciudadanos se resignan, la injusticia se institucionaliza. No es el crimen lo que destruye una república, sino la tolerancia hacia él.

    Romper ese silencio no exige estridencia, sino responsabilidad. La palabra —dicha, escrita, sostenida— es una forma de resistencia. No basta con ser buenos: hay que ser valientes. Una democracia no muere cuando aparecen los corruptos, sino cuando los decentes callan por comodidad o miedo”.

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