“La ciénaga de la indecencia”: Gaza, Nietzsche, la invisibilización de los habitantes de Gaza, rehenes secuestrados, y el fracaso moral de nuestro tiempo
Cuando los imperios miran hacia otro lado y el fango devora la dignidad humana
En su carta a Franz Overbeck de diciembre de 1882, Nietzsche escribió: «Si no consigo inventar el artificio de los alquimistas para transformar este fango en oro, estoy perdido». Más de un siglo después, nuestro primer cuarto del siglo XXI se ha hundido en una ciénaga mucho más viscosa: la indecencia normalizada.
Lo preocupante no es solo la brutalidad de la acción militar israelí en Gaza, sino algo más corrosivo: que ni Estados Unidos ni las petromonarquías árabes —con todo su poder geopolítico y económico— hayan sido capaces (o dispuestos) a frenar esta crueldad.
Esta parálisis moral nos interpela desde las páginas de Así habló Zaratustra: «¿Por qué has vivido tanto tiempo en la ciénaga hasta convertirte tú mismo en rana y en sapo?».
I. La ciénaga de la indiferencia: Cuando el poder elige no actuar
La pregunta no es técnica, sino existencial: ¿Cómo es posible que las superpotencias y los Estados más ricos de la región árabe permanezcan inmóviles mientras miles de civiles mueren en Gaza?
Nietzsche identificó este fenómeno en su crítica a la «decadencia moral»: el momento en que las sociedades prefieren el confort de la complicidad antes que el vértigo de la acción justa.
La alquimia invertida del poder: Estados Unidos y las petromonarquías árabes poseen el «oro» de la influencia diplomática, militar y económica. Sin embargo, en lugar de transformar este poder en justicia, lo han dejado pudrirse en el fango de los cálculos estratégicos. La venta de armas continúa, los discursos condenatorios se repiten sin consecuencias, y la población civil de Gaza sigue atrapada en un ciclo de destrucción.
Estados Unidos: Capaz de ejercer presión real sobre Israel, opta por un apoyo incondicional que ignora el derecho internacional. Como los «idólatras de la autoridad» que Nietzsche despreciaba, Washington se inclina ante la alianza estratégica por encima de la dignidad humana.
Petromonarquías árabes: Con recursos suficientes para influir en la opinión pública global y presionar económicamente, prefieren la normalización de relaciones con Israel y el silencio cómplice. Su retórica sobre la «causa palestina» se ha vuelto tan hueca como las promesas milagrosas de los fascistas que Scurati describió.
II. Gaza como espejo: El regreso de la barbarie normalizada
Si el fascismo, según el «Pentateuco» de Scurati, se sostiene en la traición, el pasado mítico, el odio al otro, las promesas vacías y el culto al líder, Gaza nos muestra otro rostro de la misma ciénaga: la indiferencia imperial. No es el odio activo lo que define nuestra época, sino algo más insidioso: la capacidad de mirar una masacre y continuar con «normalidad».
Zaratustra en los escombros: Cuando Nietzsche escribió «Por donde ya no se puede continuar amando, ¡hay que pasar de largo!», no estaba promoviendo la indiferencia, sino todo lo contrario: la necesidad de romper con aquello que nos ha vuelto incapaces de amar, de sentir, de actuar. Gaza es precisamente ese lugar donde el mundo ha dejado de amar. Y en lugar de «pasar de largo» hacia la justicia, hemos elegido pasar de largo hacia el olvido.
Ejemplos de la alquimia perversa:
Los medios de comunicación occidentales convierten a las víctimas en estadísticas, despojándolas de humanidad. Como en los campos nazis donde los seres humanos fueron reducidos a números, hoy los palestinos son «daños colaterales».
Las narrativas oficiales transforman la resistencia en terrorismo y la ocupación en «defensa legítima». El oro de la verdad se convierte en el fango de la propaganda.
III. El eterno retorno de la complicidad: Cuando la historia no rima, se repite
Nietzsche nos advirtió sobre «el espíritu de la pesadez«: la obsesión por cargar con cadenas que nosotros mismos forjamos. La comunidad internacional carga con la cadena de los «intereses estratégicos», de las «realidades geopolíticas», del «equilibrio de poder». Pero estas cadenas son tan imaginarias como el Imperio Romano que Mussolini quiso resucitar.
El pasado que nos atrapa: En 1945, Europa creyó haber aprendido que los regímenes basados en la deshumanización del otro se autodestruyen. Sin embargo, 80 años después, hemos permitido que Gaza se convierta en un laboratorio donde se prueba hasta dónde puede llegar la crueldad sin consecuencias internacionales. Como Hannah Arendt observó sobre el totalitarismo, la verdadera tragedia no es solo el mal que se comete, sino la normalización del mal.
Promesas vacías y reuniones estériles: Mientras los diplomáticos se reúnen en cumbres interminables, las bombas siguen cayendo. Como los alquimistas que buscaban piedras filosofales, los líderes mundiales ofrecen «procesos de paz» que nunca llegan, «hojas de ruta» que no conducen a ninguna parte. Su «oro» es solo barro pintado con la retórica de los derechos humanos.
IV. ¿Cómo salir de la ciénaga? La responsabilidad como alquimia verdadera
Nietzsche tenía razón: la supervivencia —moral, no solo física— depende de nuestra capacidad para «transformar el fango en oro». Pero esta alquimia no puede venir de los imperios que han elegido la complicidad. Debe venir de los ciudadanos.
Desafiar la narrativa del poder: Como ciudadanos conscientes, debemos rechazar la falsa dicotomía entre «apoyar a Israel» o «apoyar al terrorismo». La verdadera pregunta es: ¿Apoyamos la dignidad humana o no? Un pueblo crítico, como Nietzsche exigía, no se deja manipular por simplismos.
Defender la pluralidad y la empatía: La «voluntad de poder» nietzscheana no es dominación, sino afirmación de la vida en su diversidad. Gaza nos recuerda que la política, como decía Arendt, nace de la fricción entre iguales diferentes. Pero cuando una parte puede destruir a la otra con impunidad, no hay política: solo hay barbarie.
Rechazar el confort de la ciénaga: El mayor peligro no es la violencia explícita, sino la anestesia moral. Como dice Franz Ruppert: «No hay nada más funcional a un sistema de opresión que los dispositivos que anestesian el malestar». Si vemos la injusticia en Gaza y no sentimos rabia, ya nos hemos convertido en sapos croando en la ciénaga.
Zaratustra en la encrucijada del siglo XXI
En 2025, a 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, Gaza nos interpela con una pregunta incómoda: ¿Hemos aprendido algo? La respuesta es desoladora. Estados Unidos y las petromonarquías árabes, con todo su poder, han demostrado que la capacidad técnica para detener la crueldad es irrelevante sin voluntad moral. Y esta ausencia de voluntad nos ha arrojado a todos —no solo a los palestinos— a la ciénaga de la indecencia.
Como escribió Gabor Maté: «El trauma pone al sistema nervioso en un modo defensivo recurrente«. Nuestra civilización está traumatizada, reaccionando desde el miedo y el cálculo estratégico en lugar de actuar desde la reflexión y la compasión. Pero el trauma, como enseña Ruppert, solo se perpetúa si evitamos el malestar. El malestar es nuestro primer acto de resistencia.
La alquimia que necesitamos no vendrá de los palacios ni de los despachos presidenciales. Vendrá de los ciudadanos que, como en las revoluciones danesas que menciona el texto, no evitan su rabia sino que la canalizan hacia la acción. Vendrá de quienes se niegan a normalizar lo intolerable, de quienes transforman el fango del cinismo en el oro de la dignidad compartida.
La pregunta final de Zaratustra resuena más urgente que nunca: «¿Por qué no te has marchado al bosque?». El bosque es la metáfora de la sociedad que elige la empatía sobre el interés, la justicia sobre la conveniencia, la humanidad sobre la geopolítica. Gaza es la prueba de fuego de nuestra época. O elegimos salir de la ciénaga, o nos hundiremos todos en ella, convertidos en ranas que croan justificaciones mientras el mundo arde.
Como dijo Zaratustra: «El hombre es algo que debe ser superado«. Superemos, pues, esta indecencia sistémica. Porque si no inventamos el artificio para transformar este fango en oro, como temía Nietzsche, estaremos perdidos. No solo como individuos, sino como civilización.
Humberto Del Pozo López es Magíster en Psicología (UNAM) y Magíster en Economía (UCL)