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    La maldita clase media y la política

    Los nervios de la política están alterados después del triunfo de Jeannette Jara en las primarias oficialistas. La pregunta es porqué. Pues existen variados datos de la realidad que indican que estamos solo en un proceso de transición electoral y que falta tiempo, espacio y contenido para que decanten las posiciones. La excepción el llamado “socialismo democrático” que producto de sus propios errores se auto fagocitó. Exactamente como en la canción Nowhere man de The Beatles que dice “Es un verdadero hombre de ninguna parte, Sentado en su tierra de ninguna parte, Haciendo todos sus planes de ninguna parte para nadie” Sin un punto de vista, no sabe a dónde va. ¿Acaso este karma el socialismo democrático lo lleva por tratar de encarnar a la maldita clase media?

    Pero nadie abandona el poder por voluntad propia, ni accede a él sin lucha. El histérico espectáculo de proyecciones imposibles y malabarismos teóricos solo tienen fundamento en el poder. A los políticos les interesa lo social en cuanto cómo captar los 14 millones de votos no fichados del padrón, para lo que deben hacer ahora: la mejor lista parlamentaria. Ese es el dilema de los que perdieron y tratan de integrar una lista, como también de los que ganarán la presidencial: ¿Cuál parlamento? ¿Requerimos para esto a la maldita clase media?

    La emoción anticomunista en medio de una crisis de seguridad desatada tiene dos cosas convergentes. La mala memoria y el conservadurismo recalcitrante del PC. Sabe aplicar mano dura cuando quiere, pero la gente lo ve más como una religión conservadora con dogmas de fe sobre el poder, y un talante intimidador hacia sus adversarios. Su discurso autoritario nada tiene del eurocomunismo italiano o español. Jara es comunista y lo seguirá siendo y nadie le creerá que va a romper con su partido. De lo contrario se hubiera ido hace tiempo. Jara y el PC están al debe en materia de compromiso democrático.

    La gente está enojada con la política. La realidad entrega el dato de un gobierno de muy baja aprobación. Sin expresión de autoridad, con índices de crecimiento económico en caída libre, alta corrupción entre sus filas – problema que, hay que decirlo, es sistémico del país desde hace más de una década- y una inseguridad a nivel criminal global nunca vista.  La continuidad de un gobierno así parece imposible. ¿Será culpa de la maldita clase media?

    Existe también conciencia clara de problemas sociales acuciantes para que ella no ocurra. El abandono social de los viejos; y el abandono cultural y cívico de los niños y jóvenes, ha generado un vaciamiento de valores y principios de la vida social.

    En Chile es desastroso llegar a viejo. A los 75 años no eres apto para ningún trabajo, te obligan a un retiro cuya pensión, con suerte, repone un cuarto de lo que ganabas. Jara se hizo parte histórica de eso y lo garantizó por unas décadas más. En salud las ISAPRES te echan del sistema y la pública te deja en lista de espera, por si te mueres para evitar gasto público.

    Y es peligroso ser joven. Nadie te forma en valores ni principios de autoridad por adhesión. No existe educación cívica de los colegios y estos se transformaron en instituciones de analfabetos tecnológicos, y fábricas de desempleo y de aprendizaje violento.

    Por ello las primarias del oficialismo que solo convocaron al 8% del padrón electoral, con un millón 400 mil de un total de 15 y medio millones de electores, no son algo que se pueda proyectar al resto de la población, pues a esa procesión electoral fueron solo los fieles.

    Los inscritos en algún partido son menos de 500 mil, sumando todos los partidos políticos. La mitad pertenecen a partidos de derecha. O sea, los miembros que podrían haber votado en las primarias oficialistas no superarían los 250 mil. Así, el millón 150 mil más que votó son simpatizantes o adherentes de los partidos oficialistas que organizaron las primarias. De tales cifras no hay como deducir que Jara es una especie de Virgen de Pueblo para un renacer del oficialismo. ¿Culpa de la clase media o ahí está el nuevo pueblo de Jara?

    La derecha está a su vez en un juego patético. Ella está en el origen de la mayoría de estos problemas, pero el péndulo de la fortuna viene casi gratis en su dirección. Sin embargo, está enfrascada en un juego de tres candidatos presidenciales del sector, el mismo juego que en las elecciones pasadas de gobernador en la V Región les hizo perder frente al oficialismo. Y la gente, de cualquier color, detesta la incertidumbre y se carga al que tiene menos resistencia.

    En el escenario descrito existe un dato fuerte de vaciamiento de la representación política del centro, que torna invisible la opinión política de los sectores medios. Esa maldita clase media que hoy percibe estar engrosando las filas de la pobreza debido a la mala política. Esa que no desea el maldito infierno de la polarización de la política, sin derechos seguros, con cárceles estilo Bukele o democracias figuradas como la cubana o la nicaragüense, o gobiernos lumpen como el venezolano.

    Fue esa maldita clase media, hoy sin voz, la que negó su aprobación a dos procesos constitucionales consecutivos. Los que expresaron en su momento exactamente la radicalización de la izquierda con el PC y los movimientos sociales en el centro, el primero, y un partido Republicano emborrachado de poder por una inesperada votación favorable y que lo llevó a perder el plebiscito de salida.

    Es necesario decirlo claro. La maldecida clase media es un foco de liberalidad y libertad. Puedes estar de acuerdo o no, pensar diferente, cambiar de sexo sin ser clandestino y el modelo de cortesía y respeto cívico le pertenece. Así como una inmensa porción de la cultura.

    Eso hace la maldecida clase media. Expresa una racionalidad transversal, que la hace clase en sí y no clase para sí, como diría un viejo comunista ortodoxo acusándola de aliada de la burguesía. Esa clase media tiene criterio y cultura para exigir un ejercicio del poder como proceso cívico de diálogos. Las democracias son en esencia mesocráticas y eso implica una gran clase media, solvente, culta y opinante, que equilibra y evita las satrapías y las tropelías del poder basadas en el miedo y la amenaza. Sin la racionalidad de la maldita clase media la democracia se diluye. Nada ha pasado que nos indique que este hecho no está ocurriendo. Las sociedades decentes también son mesocráticas.

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