Dominga de Adviento

Dominga de Adviento era el nombre de un personaje de alguno de los tantos cuentos o novelas cortas de Gabriel García Márquez. Aparece, o bien en alguno de los Doce Cuentos Peregrinos o en la novela “Del Amor y otros Demonios”, tendría que repasarlo. Decía don Gabo que muchos de los nombres de sus personajes los había rescatado de los cementerios, viendo las lápidas. También he aprovechado más de un funeral para darles una mirada, en particular la de muertos olvidados por los años, y la verdad es que resulta sorprendente no se si la creatividad de los padres a la hora de bautizar al retoño, o la intensa búsqueda en los recodos de la memoria o en los archivos familiares del padre, madre o abuela, de ese niño o niña que cargará con ese “nómine” para siempre.

Pero como de costumbre, me distraje y no es para allá que voy, aunque se relaciona con cementerios lo que quiero decir. A lo que quiero referirme es a otra Dominga, a ese proyecto minero que uno creía muerto o agonizante pero que de pronto, como en esas películas de terror que se transforman en secuelas resurge cada tanto, para decirnos que no estaba muerto, aunque tampoco andaba de parranda.

La verdad es que a quien ha conocido Punta Choros, Isla Damas o Chañaral de Aceituno, no deja de causarle temor un proyecto como este, principalmente en cuanto a cómo afectará ambientalmente a un lugar que mirado desde la playa de cada uno de esos lugares que he nombrado, se ve prístino y de una belleza que conmueve, más aún si nos ha tocado la suerte de ver chapotear en sus aguas a una ballena jorobada.

Pero, para ser honesto, y debo decirlo, lo que más me molesta no es el proyecto en sí mismo, sino quien está detrás de él, que, si bien es una empresa, sabemos que su dueño es un personaje que está muy lejos de ser como las aguas que caracterizan al lugar que eventualmente será afectado por Dominga.

Convicto por financiamiento ilegal de la política – una forma de contaminación particularmente grave – y algún que otro cargo más, salvado de mayores penas por obra y gracia de un tal Fiscal Guerra (se me vino a la memoria el Fiscal Torres), condenado a la llamativa pena de clases de ética de la cual salió en la misma forma que lo hacen la mayor parte de los alumnos que ingresan y se financian gracias al CAE en universidades de poca monta, es decir bien ahí no más (por ser generosos), y con la seguridad inicial de que el dinero compensaría cualquier incomprensión en los misterios de la ética y principalmente de la estética.

Es que, como se sabe, perro viejo no aprende trucos nuevos, menos cuando la ética lo que menos tiene es de trucos y más todavía, cuando la misma es incompatible con los negocios y el dinero que posee el exconvicto. Porque, qué se puede esperar de alguien cuyo leit motiv es precisamente el dinero. Qué se puede espera de alguien que le hace la desconocida a quien lo acompañó una vida entera con el fin de librar él y su tocayo del desastre que se anunciaba cuando la noche les cayó encima. No trepidaron de hacer del más débil, del que siempre creyó que era parte de un triunvirato, de ese que tarde se dio cuenta que estaba ahí no por amistad, sino porque era la mano que sacaba las castañas para beneficio del convicto y su tocayo, porque era el “cleaner” en todos los enjuagues del que fueron parte estos condenados, el chivo expiatorio, literalmente la víctima sacrificial desde que no pudo sobrevivir al desprecio.

Y después de todo la sacaron barata, ahora sabemos por qué, Hermosilla y sus registros telefónicos nos informan. Corrió mucha influencia y seguramente mucho dinero o promesas valorables en dinero para lograr que un prevaricador los hiciera pasar colados, solo con la pena de volver a la Universidad, si bien con alguna vergüenza, pero con la fortuna intacta.

Por eso no me gusta Dominga, porque hiede a putrefacción, porque es contaminante y está contaminado por ese Midas al revés.

En tiempos de adviento, en el que estamos de acuerdo a la tradición cristiana, Dominga, por esto y por todo, no puede advenir.