Por Tebni Pino Saavedra, Viña del Mar
Con la desaparición de las micros amarillas en Santiago, desaparecieron también los sapos, personajes que cumplían la función de alertar a los choferes los tiempos que lo antecedía otro vehículo de la misma línea o se dirigían al mismo barrio.
Esto, sin embargo, no ocurrió en Viña del Mar ni Valparaíso. Al contrario. Son muchos los personajes que lápiz, papel, celular y reloj en mano dedican gran parte del día al oficio, muchas veces con peligro de accidente o enemistad con los mismos choferes, sus “jefes” en esta historia.
Roxana es una de ellas. La única de Viña del Mar. Temprano y luego de dejar su casa en orden toma lugar en la Avda. Libertad y trabaja hasta cuando el sol ya comienza a esconderse para volver a su punto como lo hace los siete días de la semana. Sin vacaciones, sin cotizaciones previsionales, sin seguro de salud.
“Gano lo suficiente para sustentar mi grupo familiar que lo componen, mi hijo y una ahijada”, confiesa Roxana. “Por ellos dejo atrás las enfermedades, los problemas de cualquier jefa de hogar y no fallo a la pega”. Con más de 10 años en el oficio, son pocos los detalles que desconoce. Tampoco a los choferes a quienes califica de los más diversos modos. Los tacaños, los generosos, los malas pulga, etc.
Los primeros pasos sin embargo no fueron fáciles. “Los choferes son muy machistas -reconoce- y al principio no entendían como una mujer se dedicaba a esto. Muchos creían que yo buscaba algo más que un par de monedas”. Sus esposas, muchas de ellas hoy sus amigas también no entendían bien qué hacía una mujer en la calle pidiendo una colaboración por su ingrata y muchas veces mal entendida labor.
Claro es que la incerteza de cuánto recolecta al final del día tiene que ver con el carácter de los choferes. Según avanza la conversación, interrumpida con frecuencia por la aparición de una micro, reconoce que hay algunos que le dan 50 pesos durante todo el día. “Hay otros, sin embargo, que son más generosos. 100, 200 o hasta 300 pesos por viaje”.
Tiene también sus regalones. “A esos, cuando pasan y no alcanzo a entrar en contacto, los llamo por celular”. “Vai a 5, despacito, no te apures… o, corre, que detrás de ti va la 205 a menos de un minuto”. Código que pocos pasajeros identifican pero que le sirve para tener una buena relación con alguno de sus “jefes, dice, pues son exactamente mis jefes. Trabajo para ellos”.
La tecnología, por otro lado, es también su aliada y le ayuda bastante. Hoy no es necesario tener un reloj de pulso. Sobre la tablilla donde anota cada pasada, un moderno cronómetro le marca con exactitud la diferencia entre una micro y otra.
¿Sapa? Jamás: Frecuenciadora
Al final pide dejar en claro que, aunque no le molesta el apodo de sapa, “mi trabajo es mejor llamarlo de frecuenciadora pues indico la frecuencia del transporte”, reivindica, oficio que le da para vivir aunque no ha sido fácil pues en más de una oportunidad ha sufrido accidentes.
El más grave me ocurrió hace un tiempo cuando quedé presa entre dos micros. Una delante y otra detrás. “Pero no me quedé mucho tiempo en casa. Tres días después ya estaba en la calle porque si bien es cierto este trabajo lo cambiaría por otro más seguro, lo hago con profesionalismo”.
“Vai a dos”, alcanzo a escuchar antes de despedirnos, frase que puede tener algunas variables como, “tranquilo, viejo, tení varios minutos para que te alcancen”, mientras lápiz en mano, anota los minutos y segundos, sus aliados en esto de conseguir recursos para pagar arriendo y alimentar a sus adolescentes que la esperan en casa.