Por Aristides Tongue
Valparaíso se mueve en estos días en medio de una encarnizada lucha política fraccional ante las elecciones locales de octubre. Que se da sin tregua tanto entre los bloques oficialista y de oposición entre sí, como al interior de estos. En cada partido o fracción predomina la división, incluso entre aquellos que el sentido común hace pensar serían aliados naturales para ganar el voto ciudadano y encarnar un gobierno eficaz. Pero nadie pareciera quererlo, lo que hace difícil la existencia de gobiernos eficaces y no paralizantes como viene ocurriendo en las últimas décadas.
La regla más importante en las sociedades plurales como Valparaíso, ciudad o región, donde nadie domina la mayoría, es que la política es dialógica, y que para construir esa mayoría se requiere del aporte de terceros. Siguiendo esa regla debieran ganar aquellos que tengan un razonable apoyo ciudadano, un menor rechazo electoral y generen con su acción la mayor confianza ciudadana, no por lo que prometen sino por lo que han hecho. Y, sobre todo, por encarnar una idea de desarrollo compartido de ciudad y región, la que siempre será esquiva si solo interpreta una parte de los sueños de la gente.
Así lo indica la historia cotidiana de lo que ha sido Valparaíso desde su nacimiento, con su idiosincrasia de “ciudad espontánea”, como la designan algunos historiadores. Sin fecha ni acta de fundación y con dos nombres, uno que con orgulloso lleva, Valparaíso, asignado por la gente; y otro oficial dado por oficio por el poder colonial en 1802 y que nadie recuerda: Nuestra Señora de la Mercedes de Puerto Claro. Una región que tiene en su territorio todos los componentes que caracterizan al país, como un Chile chiquito. Mar, cordillera y valles centrales. Minería, pesca, agricultura y bosques. Un abigarrado hábitat humano de migrantes orgullosos de su origen, y una voluntad de capitalidad frente al poder central del país, desde siempre, basado en la práctica de sus oficios, donde predomina lo portuario.
Su falla es que sus instituciones y oficios productivos, como el puerto, no dialogan entre sí. Y la ciudad se ha configurado más por agregación y reacción ante desastres naturales que por planificación, sin buscar la coherencia de un hábitat humano integral.
Según Alberto Texido, destacado arquitecto y urbanista de la Universidad de Chile, profundo estudioso del desarrollo urbano de Valparaíso, no existe la indispensable mixtura funcional para ser una ciudad puerto, pese a mostrar con la “construcción de la estación Barón en 1852, el primer ducto de agua potable en 1850, la creación del primer Cuerpo de Bomberos Voluntarios del país un año después, el alumbrado a gas carbónico en 1856, años antes que Buenos Aires, y la llegada de la electricidad en 1908, dos años antes que en Santiago” una condición adelantada de modernidad.
Esa condición, pese a que fue drásticamente frenada por el terremoto de 1906, tuvo impulso hasta 1931 fecha de inauguración del Molo de Abrigo, que culmina la etapa de terrenos ganados a las aguas entre 1876 y 1888 y determina la forma actual de uso del borde costero. Con comercio, servicios y núcleo habitacional en torno al puerto. Esa etapa encaramó las casas a los cerros dándole densidad humana a la ciudad. El cambio de las tecnologías de carga con los containers y el fomento entregado a San Antonio por el poder central influyeron en una desaceleración de ese proceso, y el incipiente diálogo sobre la ciudad puerto se ancló solo en la actividad portuaria.
Con todo, en una mirada de diseño urbanístico, resultan evidentes tres hitos o arcanos de la modernidad urbana de Valparaíso. La inauguración del Molo de Abrigo que culmina una cadena de obras públicas ordenadoras de 76 años en 1931; el acceso sur al Puerto con el Camino de la Pólvora, con una nueva visión sobre el uso del borde costero y el manejo de carga en contenedores; y el Proyecto de ciudad en Curauma, iniciativa de privados, como espalda articuladora y ordenadora del territorio interior de la ciudad puerto, donde se encargaron estudios incluso a la Universidad de Harvard.
Recuperarlo y ponerlo en su justo valor requiere un locus administrativo que asuma la tarea de gobernanza institucional y política que implica. La experiencia reciente indica, por ejemplo, que los puertos cercanos (en este caso Valparaíso y San Antonio) funcionan en todas partes como sistema y no como competencia. Lo que conlleva decisiones políticas en un Chile que hoy solo tiene una cadena de puertos que no funcionan como sistemas de frente al Asia Pacífico, y en el cual la coordinación inter institucional parece una maldición.
Segundo, la obra pública a desarrollar requiere también una mirada sistemática y de largo plazo para impulsar las obras y sostener y fomentar la asociación de actividades. Los sistemas se construyen, no nacen de manera espontánea. Lo logrado en el borde costero con el puerto debe acoplarse al resto de los modos y formas productivas de la ciudad: turismo y recreación, comercio, y servicios de terminal bioceánico, y no inhibirlos. Ello requiere a su vez voluntad y tiempo que trascienden la temporalidad de un gobierno. El Molo de Abrigo, llevó 20 años en construirse, y es sin duda alguna el mejor ejemplo de ordenamiento urbanístico en el escaso nivel plano de la ciudad.
Lo tercero, es rearticular la visión de modernidad urbana del proyecto Curauma, que complementa y desahoga la ciudad patrimonial, como único espacio de su expansión decente y eficiente. Este, un impulso de privados es una vanguardia de innovación inmobiliaria urbana, con accesos, servicios y seguridad modernas a gran escala y que, pese a las dificultades y barreras que ha experimentado en su desarrollo, entre ellas la omisión del Estado, es una garantía real de que sus impulsores tienen razón y sus fundamentos siempre fueron sanos.
La acción regional fraccionada e individualista no fomenta ni el diálogo institucional, ni el desarrollo articulador de Curauma, y menos una ciudad de modos productivos complementarios e integrados a toda la Región. Solo le endilga un “Valparaíso/problema” al centralismo político de Santiago. No tiene sentido.