Por Álvaro Lara, periodista
Tal como sistemáticamente ha venido ocurriendo en los últimos 30 años, delincuentes enquistados en las barras de clubes de fútbol asumieron protagonismo durante un partido del medio local, en este caso en la definición de la Supercopa entre Colo Colo y Huachipato.
Porque el facilismo provoca que en la descripción de los hechos se diga “los hinchas de NNN destrozaron las instalaciones…” o “integrantes de la barra XXX invadieron la cancha y robaron…” cuando lo correcto es -creo- señalar que son delincuentes infiltrados en las masas anónimas.
Y como podrá observarse en el procedimiento de estos cobardes el domingo en el Estadio Nacional, es el mismo que les cupo cuando aprovecharon la manifestación social de octubre del 2019: incendiar, saquear, destrozar sin lógica, miramientos ni consecuencia -como si la tuvieran-, entonces se les tilda con la liviandad que da la ignorancia de “anarquistas” faltando el respeto a la obra y memoria de tantos como Carlos Jorquera, Juan Gandulfo, Magno Espinosa o Alejandro Escobar.
Quizá si la definición más cercana aquella vez la dio la entonces presidenta del PPD, Natalia Piergentili, cuando los tildó de “monos peludos” ganándose el repudio de la casta política, pero la ovación de la multitud pensante. Y es que ojo, que en la búsqueda de soluciones se mira a Europa, donde una de las medidas que se tomó ante la violencia desatada en los años 80 y siguientes fue la de construir jaulas en los estadios en las cuales se ubicó a estos individuos durante los partidos. Claro, aquellos que podían seguir yendo a los estadios porque a otros se les erradicó con la aplicación de leyes bastante efectivas que terminaron por, un buen tiempo, con la violencia en las galerías, aunque no trascendió la información de lo que sucedía en los alrededores de los recintos deportivos, o en los bares o más allá.
Volviendo a nuestra dimensión, en el repaso del vínculo del fallecido expresidente Sebastián Piñera con el deporte, saltó a la vista la creación durante su primera administración del Plan Estadio Seguro. Su solo nombre explica su objetivo y no hay que escarbar mucho para concluir que no se ha dado con la tecla, pero hay que escudriñar un poco más para encontrar el por qué, y sus propias autoridades lo reclaman constantemente y con razón: no cuenta el hoy Programa Estadio Seguro con el apoyo legal para desarrollar una función más efectiva que apunte a lo que su nombre indica. ¿Son sus medidas apoyadas por otros estamentos como Carabineros, clubes, gobernaciones o delegaciones? En el caso del domingo pasado, y sépalo usted, la respuesta es un rotundo NO.
La recomendación que dio Estadio Seguro basada en informes de la policía uniformada fue que el partido no se jugara, pero la misma policía consensuó después con la autoridad administrativa y esta decidió que sí se disputara, pero con menor aforo al inicialmente autorizado. Y si el aforo autorizado hubiese sido de 200 espectadores, adivine usted quiénes habrían sido esos privilegiados…
Porque los dirigentes de los clubes silban mirando hacia el techo… pero son ellos los principales responsables de la presencia de estos energúmenos en los estadios, tanto desde su origen como al tiempo presente.
Y con particular habilidad, esos dirigentes logran que las miradas y dardos apunten a la actual directora de Estadio Seguro, Pamela Venegas, periodista e historiadora sin militancia política y con vasta trayectoria profesional en torno al deporte. Su designación por parte del Presidente Boric sorprendió a todos, y me atrevería a decir que incluso a ella misma, pero su gestión -al igual que la de sus antecesores- se ve limitada a lo que una pobre ley le permite. Ha presentado ella misma modificaciones a ese cuerpo legal que le otorgue más atribuciones, pero los parlamentarios prefirieron irse de vacaciones antes de tramitarlas y discutirlas.
Como quiera que sea, en el ejercicio de buscar soluciones, yo, usted, él, nosotros, vosotros y ellos, es decir todos, tenemos alguna propuesta, las que se resumen en voluntad, compromiso e inversión, pero si falla alguno de esos factores, los estadios chilenos seguirán siendo el lugar propicio para que los “monos peludos” se desenvuelvan como en el más feliz de sus ambientes.