Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid
Estamos llegando a los últimos días del año y como es tradicional, cada uno de nosotros hace -en la intimidad- un balance de lo más importante que ha vivido en este 2023 que ya se va. Y lo hace pensando en lo positivo, en lo mejor, lo más bello y entretenido, tratando de olvidar lo malo, lo triste y desagradable. Pero, ¿quién puede olvidar las atrocidades que se están viviendo en otros puntos de la tierra?
Para hacer un balance oportuno y necesario, debemos desprendernos de una visión personalista, egoísta e insolidaria. Hay mucha gente que vive una tragedia que parece no tener límites y que muchos dan en llamar “guerra”. Pero, ¿se puede calificar de esa manera cuando un país poderoso invade a otro menor, provoca muerte y destrucción indiscriminadamente, sin oír las recriminaciones que se le hacen desde diversas partes del orbe? ¿Se puede permitir que una potencia militar castigue a todo un país con sangre ruina y desamparo, en un genocidio flagrante? La justificación de dar respuesta a un acto terrorista muy censurable, no tiene validez cuando se provoca, reitero, un genocidio tan cruel y despiadado.
Ucrania y Gaza nos están castigando con una realidad que está lejos del concepto de “humanidad”. No podemos seguir permitiendo que miles y miles de personas, muchos de ellos niños, ancianos y mujeres, estén siendo masacrados sin compasión. Se les ultima con la metralla o con el hambre, con el frío, la sed y las enfermedades. ¿Y qué hace la Humanidad? Observa aterrada estos hechos, pero sin poder reaccionar, sin poder impedirlo.
¿Qué nos pasa? ¿Cuándo hemos perdido la inteligencia de manera tan brutal? ¿Qué nos ha llevado a tanta barbarie, si hemos evolucionado como seres humanos consiguiendo avances sorprendentes en nuestra forma de vida? ¿Por qué estamos retrocediendo como especie y perdiendo la calidad de seres inteligentemente solidarios?
Me planteo tantas preguntas y no encuentro las respuestas adecuadas. Porque no acierto a comprender a personas que gobiernan potencias mayores que apoyan estas acciones criminales. ¡Y lo hacen en nombre de una civilización que camina por otros derroteros! Igualmente, me resulta imposible creer que pueda haber otros dirigentes de países también potentes, que miran para un lado como queriendo decir que “esto no va conmigo”. Esto no sólo va con nosotros, sino que es parte de nosotros mismos, como especie humana, como seres inteligentes que desean avanzar por el progreso sobre caminos de paz y de comprensión, para que nadie se quede atrás y para que todos alcancemos la misma meta que es una mejor calidad de vida.
En esta hora del balance personal, al concluir una etapa más de nuestras vidas, debemos recuperar nuestro sentido común. Debemos detener la barbarie bélica que ocurre en diversas partes del mundo, terminar con las desigualdades que matan de hambre y miseria a miles y miles en otros puntos de la geografía, y debemos preservar nuestro entorno vital, nuestro medioambiente que vamos destrozando por la avaricia de unos pocos.
Todos valemos para alcanzar metas mejores. Y podemos hacerlo con metas pequeñas, pero que signifiquen gestos decentes, gestos reales de comprensión y solidaridad. Gestos que demuestren que aún hay gente que piensa en los demás como fuente de construcción de un futuro mejor.
Pensemos cada uno de nosotros, en nuestra intimidad, qué hemos hecho, qué estamos haciendo y qué nos proponemos hacer en el futuro en torno a la gran pregunta que nos formulamos desde siempre: ¿hacia dónde vamos, como especie, en un mundo que nosotros mismos estamos deteriorando?
Es necesario recuperar la inteligencia, el sentido común, valorar el concepto de solidaridad, de generosidad y de mano tendida. En definitiva, debemos recuperar la esperanza de que somos capaces de sacudirnos de tanta barbarie, de tanto retraso y de levantarnos tras estos hechos que son verdaderas pesadillas convertidas en realidad y que, a la vez, convierten a la especie humana en un remedo de lo que siempre soñamos.