Por Miguel Ángel San Martín, desde Madrid
Las maniobras oscuras y excluyentes que se viven en la política chilena, parecen no terminar nunca. Demuestran que hay un sector insaciable de nuestra sociedad, que es minoritario, que se maneja con el apoyo del dinero y de algún poder del Estado, que las leyes protegen, y que se ponen en los márgenes de la prevaricación o actuando a sabiendas de que son decisiones injustas.
Comprendo que son aletazos de un sistema en decadencia, que se sacude para recobrar su poder. Ejemplos hay muchos, pero me voy a centrar en uno fundamental, que está a poco de ver la luz. Me refiero a la nueva Constitución Política de Chile.
Después de haber consultado a la ciudadanía, mediante un recurso de la Democracia como lo es el Referendum, más del 80% por ciento de los votantes decidió que la nueva Carta Magna fuera redactada por una Comisión elegida democráticamente y que tuviera una representación igualitaria. Así se hizo y la citada Comisión comenzó a funcionar con muchas dificultades por carencias de la infraestructura necesaria para hacerlo. Además, surgió desde el primer día, una campaña brutal de la prensa tradicional, para desacreditar la Comisión. Luego, cuando avanzaban los trabajos de análisis, propuestas y discusiones, la misma prensa se preocupó de cuestiones aledañas, sin mayor importancia que el deseo de farandulizar los trabajos de la Comisión Constitucional. Esa campaña consiguió su objetivo de desnaturalizarla y, también en referéndum, extrañamente la mayoría se dio vuelta y, por más del 60% de los votos, la nueva Constitución se rechazó.
Como estaba previsto, fue el Parlamento el que definió la forma en que se llevaría a cabo un nuevo intento constitucional. Y allí las mayorías se volcaron hacia la derecha y la ultraderecha, creando una Comisión muy parcial, mediatizada por grupos de “expertos” muy definidos.
Ahora, cuando se entra en la parte medular de los trabajos, van apareciendo los verdaderos objetivos de esa mayoría, que no reflejan –ni de lejos- los intereses generales de la población. En las votaciones de los temas que se van definiendo, se aprecia que no hay cambios profundos en el nuevo documento y, si los hay, demuestran un retroceso enorme en las conquistas conseguidas por los ciudadanos.
La ultraderecha se está imponiendo arrasadora y descaradamente en dichas votaciones. El documento final está apareciendo como un remedo de Constitución, incluso peor que la existente, que está basada en el ideario pinochetista. Y leo con verdadera desazón los clamores de los poquitos representantes de los anhelos del pueblo, que denuncian a gritos estas maniobras excluyentes, inquisidoras.
Entonces, me detengo a pensar en los verdaderos intereses de quienes manipulan a los que tienen la misión sagrada de redactar una nueva Constitución. Necesitamos un documento para unir y pacificar nuestro país, que esté enmarcando en los temas que realmente significan avance en la conquista de una sociedad mejor, más justa, más igualitaria, más limpia. Necesitamos un documento que nos permita alcanzar una verdadera justicia en nuestro devenir social, económico y político. Que se convierta en el techo de la casa común, donde podamos vivir todos con mayor equidad, sin abusos y, especialmente, sin la corrupción que nos ofende y que va corroyendo nuestra Democracia, que hasta hace medio siglo era ejemplar.
A raíz de estas denuncias, va surgiendo la idea de volver a rechazar. Volver a rechazar porque esa no es una Carta Magna digna del pueblo chileno. Pero, rechazar ¿para qué? ¿Para que todo quede igual, manteniendo la Constitución de Pinochet? ¿No será eso lo que buscan quienes manipulan a esta Comisión Constitucional? Pienso que, si vamos a rechazarla en Referendum, debemos tener claro que se necesita encontrar una nueva fórmula para volver a intentar la redacción de una Constitución más acorde con los verdaderos intereses del pueblo chileno. Necesitamos una fórmula que una y no desuna, que integre, que sea transversal y permita hacer los cambios profundos que nuestra sociedad está reclamando.