Cual moribundo abandonado en el olvido, el fútbol chileno se alejó de la alta competencia internacional y vive a medio morir saltando, pese a que nunca había gozado de tantos recursos. De jugar con Alemania y España, pasó en la última fecha FIFA a medirse con Cuba y República Dominicana.
Fue el gobierno de Michelle Bachelet 1 el que construyó nuevos estadios en todas las ciudades capitales y provinciales, algunos también iniciados bajo los gobiernos de Sebastián Piñera. El mundial femenino juvenil fue antecedente para la Copa América adulta, donde se exhibieron los recintos de alto estándar. Los resultados vendrían producto de una planificación que el fútbol chileno siempre tuvo. Los jóvenes que lucieron bajo la mano de José Sulantay, pasaron a ser dirigidos por Marcelo Bielsa y luego por Borghi y Sampaoli, dos finalistas de copas Sudamericanas, una de ellas ganada por la Universidad de Chile. Sampaoli y luego Pizzi coronaron con dos Copas América una generación, que prontamente se marchitó quedando al margen de los mundiales de Rusia y Qatar. Las mujeres sacaron la cara por Chile en el mundial de Francia 2019 y en los Juegos Olímpicos de Japón al año siguiente.
Pero todo se derrumbó. Y las causas están en la toma de poder de los clubes por representantes de jugadores, los que hacen su negocio y no tienen interés en jerarquizar la competencia, donde estos negociantes comisionistas tienen intereses en dos o más clubes y ellos tienen el control de la Asociación y por tanto, de la Federación de Fútbol, de la cual dependen las selecciones nacionales.
El Estado se ha desentendido del fútbol como de otras actividades conexas, como el orden público de los asistentes a los estadios. Parece lógico decir que se trata de un privado que organiza un espectáculo y que debe hacerse responsable de todo lo que ello demanda. Sin embargo, la ley es tan laxa que en las rejas se cuelgan fanáticos que portan tobilleras, guardias que jalan o se dan un toque de cocaína delante de menores que son puestos en riesgo, sin que la Defensoría de la Niñez levante la voz.
Pero todo ello lleva más de 30 años produciéndose. La Ley de Sociedades Anónimas Deportivas le quitó a los hinchas la potestad de responder por sus equipos. Los privatizó bajo el pretexto de hacer de la administración entes lucrativos, es decir, una empresa. Un hincha de la Católica se compraba Colo Colo y comenzó a dar lo mismo. Luego, ahora, los representantes de jugadores manejan la selección nacional a su antojo, junto con la mayoría de los clubes de primera y segunda división. Ya no están los mejores vistiendo la casaquilla nacional, están los corrales de los dueños, los representantes. En los clubes desfilan jugadores que jamás habrían siquiera pisado una cancha, tipos que, como decían los viejos, «no se la pasan a un compañero».
Esta diferencia de calidad se nota en las competencias internacionales de hombres y mujeres, porque no clasifican a ninguna segunda ronda desde hace muchos años, y hay excepciones, por cierto, pero no hacen más que confirmar la regla.
El fútbol fue vendido y no hay nada más que hacer, menos en el modelo económico chileno que fue confirmado el 4 de septiembre de 2022. Acá los accionistas mandan y cualquier cambio en la Ley que restituya derechos a los hinchas, el Tribunal Constitucional y la Corte Suprema los rechazarán, por ser expropiatorios.
El fútbol chileno está en la UTI, con mal pronóstico, al cuidado de las enfermeras de algún psiquiátrico de novela de terror, de donde rara vez se sale vivo.