POR GUIDO GIRARDI
Para avanzar en mayor salud y menor obesidad, se necesita mayor fiscalización de las normas vigentes, una tarjeta verde que permita a población vulnerable acceder a comida saludable, incrementar la actividad física en los colegios de manera obligatoria y subir impuestos a productos que hacen daño, con sellos.
La mayor pandemia que enfrenta la humanidad no es el COVID, es la obesidad. Mata de cáncer, infartos, hipertensión, diabetes y demencias a cerca de 41 millones de personas cada año: 112 mil personas al día y 40 mil casos son evitables, pues se trata de gente joven. El COVID en total, durante dos años, ocasionó 8 millones de muertes. La obesidad es, además, la principal causa de años de vidas saludables perdidos, de ocupación de camas hospitalarias y de gastos en salud.
Chile, con su Ley de Etiquetado nutricional, se ha transformado en uno de los modelos mundiales para enfrentar esta pandemia, pero no es suficiente.
¿Por qué no se aborda la obesidad, entonces, con más decisión que la que se generó por el COVID? Porque es una pandemia silenciosa y el resultado de múltiples negocios con contrapartes poderosas, como la industria alimentaria y farmacéutica.
Sin embargo, continúan pendientes varias medidas que podrían destacar más a Chile como el barco insignia de esta lucha por la salud del futuro y el mejor modelo a nivel mundial.
Para avanzar en mayor salud y menor obesidad, se necesita mayor fiscalización de las normas vigentes, una tarjeta verde que permita a población vulnerable acceder a comida saludable, incrementar la actividad física en los colegios de manera obligatoria y subir impuestos a productos que hacen daño, con sellos.
La ley de etiquetado frontal chilena, ha sido reconocida mundialmente como modelo de innovación para enfrentar esta pandemia. Un reciente estudio de la Universidad de California en Berkeley concluye que, en sus tres primeros años de implementación completa, la Ley de Etiquetado Nutricional de Alimentos cambió los hábitos de los consumidores y la adquisición de azúcares y calorías disminuyeron en un 9 y 7%, respectivamente.
El informe norteamericano señala que los consumidores antes de comprar toman en cuenta los sellos de “alto en…” y optan por productos que no los tienen, pues ya están informados que son más sanos. Las empresas redujeron los nutrientes críticos para evitar los sellos y los productos que no los tienen subieron un 5,5% sus precios para enfrentar la mayor demanda y los costos de la reformulación de los productos. Adicionalmente, los sellos fueron un incentivo para la industria y un hecho que más del 20% de los alimentos que antes eran chatarra se han reformulado, bajando sus niveles de sal, azúcar y grasas, y eliminado los sellos. Hoy se ven muy pocos lácteos con advertencia, ya que bajaron los niveles de azúcar y sal para poder tener publicidad y vender en los colegios.
La Ley de Etiquetado Nutricional establece el derecho a saber: hasta un niño de seis años identifica si la cantidad de nutrientes críticos –sodio, grasa, calorías, azúcar– excede los niveles saludables a través los sellos frontales. Durante mucho tiempo los padres les dieron cereales a sus hijos pensando que eran saludables y no sabían que tenían hasta un 50% de azúcar y 800 miligramos de sal por 100 gramos de productos: una bomba metabólica que dañaba de por vida a quienes los consumían.
Con el Dr Ricardo Uauy presentamos esta ley en el año 2007, la Ley de Etiquetado se aprobó en 2011, pero, a consecuencia del lobby de una parte de la industria, solo en 2019 se pudo implementar en su totalidad. En poco más de tres años de vigencia ha logrado un fuerte impacto internacional: fue premiada por la ONU y la FAO y propuesta por la OMS como modelo a seguir a nivel mundial. La exportamos a Perú, Argentina, Uruguay, Colombia y México, donde aprobaron leyes idénticas a la nuestra; las normativas de Israel y Canadá se inspiraron en esta ley. En total, son 32 países los que ya aprobaron o analizan la medida.
Antes los rotulados estaban hechos para no ser comprendidos y así poder vender basura disfrazada de alimento saludable. Ahora los sellos son entendidos por los mayores de 6 años y, al restringir la publicidad, generada por expertos de neuromarketing para inducir el consumo poco saludable, se corta el mecanismo de transmisión de esta enfermedad, al igual que hacen las mascarillas en el caso del COVID.
No es suficiente
Esta ley, de impacto positivo evidente, no ha sido –sin embargo– suficiente para frenar esta pandemia. Y Chile es uno de los países más afectados: 37,5% de la población es obesa, 75% tiene sobrepeso. El sedentarismo alcanza al 90% y el 26% de los niños son obesos a los seis años.
Impuestos: Si queremos seguir frenando la curva de obesidad y sus desastrosas consecuencias para la salud, es indispensable subir los impuestos a los alimentos con sellos, lo que –según estudio solicitado por el Ministerio de Hacienda– disminuiría un 63% de las diabetes, un 57% de los casos de hipertensión, un 43% los infartos al cerebro y un 22% de ataques al corazón.
Otros estudios señalan que se evitaría un gasto de más de mil millones de dólares anuales –el costo que la sociedad paga, en el sistema público y privado, por estas enfermedades– y se podrían recaudar 500 millones de dólares.
Tarjeta verde: Una de las causas de la aguda crisis sanitaria por la obesidad y la tremenda carga de enfermedad, en particular en los hogares más vulnerables, es que solo un 20 % de la población consume la 5 porciones de frutas y verduras recomendadas por la OMS.
Los recursos recaudados por los impuestos a productos dañinos se podrían invertir en medidas saludables como una tarjeta verde que subsidie la compra de frutas y verduras en ferias y mercados, lo que produciría encadenamiento productivo con la agricultura familiar campesina.
Esta medida es una prioridad tanto por el positivo impacto sobre la salud de los más pobres como por el inmenso ahorro país en gastos por enfermedades.
Fiscalización: Parte de la industria sigue resistiéndose a las normas. Se debe aumentar la fiscalización, porque aún algunas importadoras de productos americanos venden alimentos basura, con sellos, pero con caricaturas que la ley prohíbe.
Además, sigue siendo una paradoja que pizzas y hamburguesas –los ‘niños símbolos’ de la comida chatarra– no lleven sellos en sus soportes, a pesar de que la ley lo obliga, porque no se ha implementado el reglamento de la ley que así lo establece.
Regulación de la publicidad personalizada: La publicidad de productos dañinos es la cadena de transmisión de la obesidad, y los niños chilenos pasan más de 6 horas diarias ante pantallas, expuestos a una publicidad cada vez más personalizada e invasiva, que hasta el momento no ha sido abordada.
Fomentar efectivamente la actividad física: La era digital resuelve positivamente muchos problemas, pero promueve el sedentarismo y reduce la necesidad de tomar decisiones, ya que todo está al alcance de un clic. Las pantallas han sustituido los juegos e incluso la actividad social de los niños, que cada vez realizan menos actividad física.
Por eso es necesario que el Gobierno ponga urgencia a la ley que cambia el uniforme por buzo deportivo y obliga a realizar una hora diaria de actividad física. Esto permite la liberación de endorfinas –la hormona del sentimiento de bienestar– y es un gran factor protector, por cuanto bloquea la necesidad de alcohol y otras drogas, disminuye la ansiedad y la violencia, mejora la capacidad intelectual y el rendimiento escolar, además de disminuir la obesidad.
Si se asumen estos desafíos, Chile podrá seguir siendo un referente mundial en la creación de leyes destinadas a proteger la salud, realizando una contribución también a un mejor futuro global.
Dr. Guido Guirardi asesor y aliado de Conadecus