La cáfila de personeros de lo que un día se conoció como Concertación de Partidos por la Democracia, o simplemente Concertación, o “la concerta” -mayormente demócrata cristianos – que ha salido a proclamar su adhesión a la
opción rechazo en el plebiscito de salida, tienen en común, de una u otra forma, haber sido para muchos el rostro, o más bien, la encarnación de lo que se conoce como entreguismo. Representan, de una u otra forma, el conformismo, cuando no la abdicación de la lucha contra el modelo y al baluarte que la contiene, la Constitución del 80.
Fue su inacción o tibia reacción al obstruccionismo de la derecha, la causa del menosprecio de amplios sectores que demandaban de ellos una mayor decisión a la hora de exigir cambios, y que solo veían en su accionar una diatriba verbal o una que otra cachetada de payaso.
Por ello, no es casual que la Democracia Cristiana, donde mayormente se aglutina este amarillismo warnkeniano, sólo haya tenido un representante en la Convención Constituyente, y no sorprende porque el votante de esa rareza electoral que fue esa elección, desde hace muchos años tiene claro que la DC, sin disimulo y tal vez convencidos que ello no tendría costos, mantenían una suerte de huelga de brazos caídos en la lucha por el progresismo.
Pero los tuvo, no sólo por la revuelta que se desató, sino también en el magro, por no decir humillante resultado que obtuvieron en las elecciones de convencionales, gobernadores, diputados y senadores durante 2021. De 351 cargos en disputa, sólo obtuvieron 14.
Dramática la pérdida de relevancia de la DC. Está claro que no es ni con mucho el partido que fue. Los héroes de entonces han sido opacados por sucesores que no logran estar a la altura de los luchadores sociales que destacaron en los sesenta.
Se los comió el conservadurismo y los negocios, y a la hora de elegir, escogieron la pinochetista doctrina de que “hay que cuidar a los ricos para que den más”, amparando de esa forma la cultura del abuso que tuvo por consecuencia esa espontánea y sincera frase del Augusto gobernante de antaño.
Es cierto hay excepciones. Incluso el partido, que por casi los dos tercios de su resolutora asamblea, estuvo por adherir a la opción apruebo. Pero ni aun así se salvan. El peso de los rostros que se identifican con el rechazo son el reflejo mismo de la DC.
Porfiadamente Rincón y Walker, a quienes se suma Eduardo Frei, contradicen la decisión del partido y lo desafían a que los expulsen, sabiendo que tal cosa no pasará, porque tienen clara conciencia que de ellos es el timbre y la marca. Extrañamente – ¿o no tanto? – se ven avalados con la adhesión al rechazo de otros personajes sobresalientes en alguna época como Belisario Velasco (¿tú también Belisario?) o Ricardo Hormazábal.
Como sea, el patriciado DC apostó sin pudor al rechazo, humillados y ofendidos con tanta pérdida simbólica se refugian en su porfía de creer que la razón los asiste. Pero la verdad es que más allá de aquello, es la amenaza que se cierne sobre sus “posiciones” lo que más les preocupa, el cambio de paradigmas solo trae incertidumbre y riesgo cierto de pérdidas, y para experimentos no están, más aún cuando más derechos para unos significa menos ingresos para otros, sobre todo si se es parte de esos otros. La época del romanticismo ya pasó se dirán, la utopía es una ilusión, lo real es lo distópico, ahí está el negocio.