El corazón de Santiago parece estar sufriendo un infarto. Las lindas calles del centro histórico diseñadas siguiendo la norma colonial del plano damero y tiempo atrás recorridas por coches, ciudadanos engalanados y procesiones, por políticos, transeúntes y oficinistas, hoy, a inicios del siglo XXI, parecen estar de capa caída, sin brillo y apenas rodeadas por algunos edificios ya deteriorados como muestra de un pasado que fue glorioso y que a muchos nos gustaría preservar.
Basta caminar por Huérfanos, Bandera, Estado o por el bello barrio La Bolsa, para advertir el gusto arquitectónico con el que muchas de estas amplias calles se diseñaron y fueron construidas para conformar el centro político, cultural y financiero de Santiago. Sus edificios, testigos de innumerables momentos históricos de Chile, aún siguen marcando su imponencia ante quienes hasta hoy transitan o trabajan en el sector, pero claramente con signos de un deterioro lamentable que va más allá del paso del tiempo y que más bien responde a un descuido impresentable que por años ha logrado transformar el centro de la capital en un lugar oscuro, sucio y contaminado.
Oberpaur, por ejemplo, el primer edificio moderno del país construido en 1929 y ubicado en pleno Huérfanos con Estado, muestra actualmente su desmejorada elegancia. Como muchos, descansa sobre una farmacia de las cuales el centro está plagado, quizá como muestra, para quien lee entre líneas, de una sociedad un tanto enferma. El olor a asado que proviene de distintos carritos que, a mi juicio, de manera peligrosa portan gas, aceite o carbón, se mezcla con un comercio amplio, ambulante y sin permiso ─supongo que como lógica respuesta a una crisis económica latente en el país─ que también comparte con gritos, música estridente y de varias procedencias, robos, peleas y derechamente con una inusitada violencia que culmina con un cuadro penoso que lejos está de ser pintoresco, ya que en ningún caso resulta agradable.
Claramente, en el centro no todo es gris. Lo oscuro también se mezcla con el color de la calle Bandera, por ejemplo, con las idas y venidas de un sinfín de personas o con los bellos adoquines de la calle Nueva York. Sin embargo, no puedo evitar pensar que el casco histórico de Santiago podría ser mejor. Don Edmundo, conocido limpiabotas de calle Huérfanos con Teatinos, comentaba conmigo hace unos días el cambio que ha experimentado el centro. ─ “Esto ya no es como antes, mija”. Y claro, la caballerosidad de hombres y mujeres a la cual don Edmundo hacía referencia mientras lustraba mis botas negras, hoy está lejos de existir en este centro que no hace tanto atrás mostraba otra vida cotidiana.
En muchos casos los infartos suceden sin avisar. En otros, como en el del centro de Santiago, dan señales previas que nos alertan e indican el cambio urgente que debemos realizar. Dicen que los infartos tienen una supervivencia de más del 60%. ¿Será que el corazón de Santiago puede mejorar?
*Fotografía: Katherine Olguín.